Benjamín Pacheco López
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Guanajuato, Gto. 20 de septiembre de 2010.- Rostros extravagantes, de dentadura deforme y cornamentas temibles, donde se conjuga por igual la maldad, el ingenio o la socarronería, forman parte de tres grupos de máscaras expuestas en el Museo del Pueblo de Guanajuato.
Las obras pertenecen a la Colección Populart, S.C., dentro de “Naturaleza, Oficios y los Grandes Maestros”, coordinada por el Instituto Estatal de la Cultura (IEC) y el Museo de Arte Popular (MAP).
Los espectadores podrán gozar o aterrorizarse con máscaras elaboradas con cráneos de animales, llenas de serpientes multiformes, o distintos tipos de cuernos deformes.
De la primera, se explica que son cuatro máscaras de autoría desconocida, mismas que fueron elaboradas con la técnica de hueso tallado.
Éstas tienen pegadas fibras textiles que emulan bigotes, barbas rebeldes y nacimiento (¿o muerte?) de escasas cabelleras. Las cuencas lucen vacías, a la espera de ser llenadas por los más valientes y dispuestos a representar a tan terribles espectros, con quijadas de dientes verticales.
Hay otra elaborada con media quijada de caballo o burro, difícil definir ante la transformación estética y falta de precisión sobre la raza del animal del que se espera haya pasado a mejor vida.
En el caso de las máscaras de serpientes, la ficha refiere que el autor es Gerardo Ortega López, quien utilizó la técnica de barro modelado y pintado para elaborar seis piezas.
Aquí, el distintivo son las serpientes enroscadas a los trazos del rostro, apoderadas de la barbilla, atrincheradas en la frente y su valle de arrugas intelectual, así como las nacidas en la punta de una nariz y, otras, paseantes de las cordilleras que forman los dientes.
Al desfile de serpientes, se suman iguanas infernales, rostros que emergen como protuberancias en los cachetes, y una serpiente máxima con rostro de hombre con mirada perdida dentro de su condición reptil.
Los colores abarcan principalmente, y para estar a tono, rojo infernal, amarillo girasol, verde selvático, y negro similar a la soledad de la conciencia.
De las 10 máscaras restantes, se explica que son de autor desconocido; fueron elaboradas con la técnica de madera tallada y pintadas con incrustaciones de cuernos animales.
Hay de diversos tamaños y son quizás las más humanas y menos demoníacas. Algunas incluso de rostro afable (¿engañosamente serenas?), de diablo cansado de saber más por viejo que por diablo, de tanta maldad cumplida y por cumplir. Otros muestran rostros burlones, desafiantes, con dientes curvos y retorcidos, chimuelos, lenguaraces, con orejas puntiaguadas y desorejados, e incluso uno a gusto de compartir su rostro con una serpiente acomodada en las curvas de la quijada y frente.
Al alejarse y contemplar el cuadro general, quedan dudas en la mente del espectador: ¿quién tendrá el valor de llevar estas máscaras por la tierra? ¿Quién es el ingenuo que, sin saber, ya la lleva?