El 26 de septiembre de 1991, con la protesta de Carlos Medina Plascencia como gobernador interino de Guanajuato, se consumó en tiempo y forma la negociación político-electoral conocida como concertacesión, que en los hechos no fue otra cosa que un acuerdo entre personajes del gobierno del PRI y otros personajes de la cúpula que entonces mandaba en el Partido Acción Nacional para repartirse un botín político.
Y de ser un cacicazgo priísta, Guanajuato transitó a laboratorio electoral para la reforma de las instituciones democráticas y el surgimiento del consejero electoral ciudadano en un organismo autónomo.
Un avance sin par en el país, avance que hoy es un ridículo anacronismo, disfuncional, retrógrado y de nuevo sometido al capricho del partido en el poder… y al reparto del botín.
Y Guanajuato terminó convertido en un cacicazgo del PAN.
El entonces presidente Carlos Salinas de Gortari optó por acabar de tajo con el escándalo que tanto afectaba su imagen y la imagen de su gobierno, aún a costa de dejar al PRI en la lona.
Vino entonces algún conveniente acuerdo con el entonces gobernador electo Ramón Aguirre Velázquez para que éste renunciara a asumir el cargo.
Conveniente para ambos, conveniente para todos.
El PAN de ese entonces prefirió sacrificar la lucha post-electoral para anular una elección que aseguraba fue fraudulenta.
En ese momento hizo a un lado a su candidato Vicente Fox (o éste se hizo a un lado) para que se obligara, negociara y ordenara a los diputados locales —que eran en su mayoría del PRI— consumar en términos legales la designación de Carlos Medina Plascencia, entonces presidente municipal de León, como gobernador interino.
Yo era editora en el A.M. de Guanajuato. Los medios de comunicación nos volcamos a la consignación de los hechos.
Era una de las escasas personas que acompañaba a Porfirio Muñoz Ledo en su arranque de campaña cuando esbirros del entonces director de Tránsito, Ezequiel Castellanos, le aventaron huevos, en afanes provocadores.
Así lo publicamos en las primeras notas de la edición de A.M. de Guanajuato, donde también dejamos la constancia periodística de la anulación de su candidatura y su insólito reclamo por el “derecho de sangre” que terminó en un revire que le dio la posibilidad de competir sin haber nacido ni vivido en el estado.
Fue Muñoz Ledo sal, pimienta y discurso de alto nivel en esa campaña, frente a un Fox atrabancado y un Aguirre atrincherado en la comodidad de saberse vencedor.
Marché con los panistas y escribí las arengas de Fox, durante la campaña y después de la elección, cuando reclamaba el fraude y gritaba su triunfo.
“Fue una marranada”, su frase del momento.
Vi y escuché a Ramón Aguirre anunciar ante los desolados priístas que sí ganó, pero que no se presentaría a gobernar. Nadie daba crédito, a pesar de que los rumores desde la Ciudad de México corrieron temprano ese día de fines de agosto de 1991.
Alcancé a notar las lágrimas en los ojos de Luis Ferro de la Sota, entonces presidente estatal del PRI, en esa noche de ignominia para el priísmo guanajuatense.
Vivíamos acontecimientos inéditos en la historia moderna del estado —y eso que varios gobernadores interinos pasaron por ella antes— por la forma en que se había cedido a una lucha de la principal oposición.
Para los priístas locales fue una afrenta, una ofensa sin nombre el haber obligado a Ramón Aguirre a retirarse cuando había sido declarado oficialmente ganador del proceso electoral y gobernador.
Muchos pretendieron cobrársela marchando para tomar el Palacio Legislativo de la Plaza de la Paz, donde permanecieron por muchas horas. Ahí estaba yo, reporteando con mis compañeros —mi queridísimo amigo Roberto Guerrero corría con la cámara fotográfica a avisar a los editores de León que en el Congreso se estaba proponiendo a Medina— y así lo consignamos.
Mientras, en lo oscurito, varios de los diputados del PRI accedían al convenio impuesto por el presidente de la república para garantizar el número de votos requeridos para consumar el nombramiento de Medina Plascencia.
Otros, como el entonces presidente de la mesa directiva Antonio Ramírez Salgado, se retiraron no sólo de “la reanudación de la sesión extraordinaria” en que se designó a Medina, sino hasta de la actividad política.
Ramírez Salgado aún despotrica contra ese momento de los acuerdos.
A la luz de los acontecimientos, transcurridos 20 años del convenio que impulsaron Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos —expertos ambos en combinar conveniencias políticas con todos los demás tipos de intereses— el fondo de todos estos actos y hechos a los que me he referido sigue siendo motivo de análisis, interpretaciones, visiones distintas, contradicciones y silencios (¿cómplices?) de muchos de sus protagonistas.
El PRI no ha podido catalizar sus luchas intestinas para recuperar el gobierno estatal.
El PAN arrinconó principios e ideología, los cambió por el poder y se llenó, como dice Manuel Espino, de credenciales sin militancia en lugar de militantes con credencial.
El PRD sigue siendo, como con aquél Muñoz Ledo, capaz del discurso y del debate de altura, pero incapaz de convencer o ganar.
Y Guanajuato, ¿hoy es mejor?.
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Verónica Espinosa es periodista. Ha desarrollado una importante trayectoria en medios impresos y electrónicos de la región desde hace ya varios lustros. Actualmente es corresponsal del semanario Proceso en el estado. Con más de una década de emisiones radiofónicas a sus espaldas, Candil de la Calle, prestigiada columna de opinión, análisis y crítica política ahora llega cada miércoles a través de igeteo.mx por escrito, para descubrir la desnudez de la política y la observación acerada sobre la cosa pública.