En unas cuantas horas se habrá acabado la fiesta —quizá algunos la califiquen como orgía— de promoción electoral. A la usanza de los carnavales, buena parte de los candidatos usaron máscaras. A cual más intentaron, con el importante apoyo de los publicistas, ocultar la inclinación —consciente o inconsciente— de hacer un uso deshonroso del cargo que pretenden, para satisfacer sus ansias de poder o para obtener más dinero del que les correspondería en términos justos por su trabajo. Muchos comunicólogos prostituyeron su oficio, más de un candidato tiene una historia de uso inadecuado del talento o las facultades que se le han otorgado.
Así como en algunas religiones la pureza de la fe se prostituye por el culto a los ídolos, en pleno siglo XXI, las encuestas se usan como propaganda[1], las propuestas se minimizan frente a las ofensas y la paz sucumbe ante frases provocadoras que lastiman a los del mismo género, a los diversos, a los que se envidia y a los que se teme. ¿Cómo imaginar el buen desempeño de un aspirante a delegado que gastó una parte importante de su presupuesto promoviendo destructores de propaganda de adversarios?¿Por qué habría de cumplir sus ofertas quien comprometió un pago —primero de cinco mil y luego de mil trecientos dos pesos— y una vez terminado el trabajo por decenas de brigadistas se desapareció sin más explicaciones? ¿De dónde han provenido y qué compromisos implican los dineros para gastos estratosféricos de campaña que todos vemos en el equipamiento urbano y que tienen la cualidad de ser invisibles para el IFE?
Antes del próximo domingo, tendremos la prohibición de hacer campaña: ¿ordenará retirar la basura electoral de nuestros postes el socio de Manuel Camacho en el multimillonario negocio de estacionamientos? ¿Seguirán “regalando” viajes gratuitos de la línea 12 del metro —no inaugurada aun— y promoviendo propaganda de los magníficos servicios de las policía en la ciudad capital? ¿Qué hará la Procuraduría General de República después de la pifia del “hijo del Chapo”?
En una realidad de manipulación, informes de labores injustificados[2], burla a vecinos y habitantes de la ciudad que ya no pueden más con la basura, el asalto en la calle o el robo en la casa, un ministerio público que se equivoca de presuntos o que manda todo lo que puede al juez de paz, cabe preguntarse ¿quién gana y quién pierde en procesos “democráticos” como el que está punto de cerrarse en unos días?
Los españoles castigaron a un presidente presuntamente de izquierda y no les ha ido mejor con el conservador que eligieron. Los paraguayos acaban de sacar de su gobierno —por incapaz— a quien con bombo y platillo eligieron no hace mucho. En Centro América quienes ganaron con la patente de la izquierda resultaron más capitalistas que la ministra alemana y en el imperio de la alternancia ya no saben cómo evitar la reelección de Obama aun cuando ha propiciado una mayor cobertura de salud e intentado cumplir sus promesas bloqueadas en el Congreso por los opositores.
Así las cosas parece que el eterno perdedor es el pueblo. Los gastos de todo este circo donde a veces crecen los enanos, a las mujeres les salen barbas y los trapecistas se acicalan más que primas donnas; los paga el respetable público. El gerente por más que se esfuerce no puede dominar los leones, lucir a los elefantes o sacar la casta de los caballos. En muy poco tiempo encanece, envejece y debe entregar su chistera al que le siga.
Gana el promotor del espectáculo, el que pone a cotizar los boletos en la bolsa, el invisible, el que hoy es dueño y mañana vende, el que regresa cuando le conviene recomprar, el que no ama al público, aquel que solo lo mira como consumidor, que lo desecha cuando ya no le sirve, que lo asusta mediante acciones “de inteligencia” para mostrarle la fragilidad de su libertad, que lo engaña de tanto en tanto y lo pone a caminar como al burro con la zanahoria. Para ello tergiversa las palabras, promueve la guerra y la división entre hermanos, prostituye al descalificar las buenas intenciones, aprovecha para sí mismo la altura de miras y de fines de los más entusiastas.
Gana porque nadie le compite, somete porque pocos se organizan, divide por su facilidad para encontrar traidores, se fortalece ante el cansancio de quienes, manipulados en exceso, llegan a convencerse de la inutilidad de la lucha.
En estos días previos al ejercicio de tu valiosa prerrogativa política, serénate, analiza más allá de lo que te reporten los medios —sobre todo los electrónicos—, platica con tus cercanos —familiares, vecinos, compañeros de trabajo—. No te irrites si ellos tratan de burlarse o minimizar tu visión. Toma en cuenta sus puntos de vista, perdona la ofensa y la mediocridad que pueda molestarles y al final de cuentas VOTA. Hazlo pensando en quien garantiza mejor tu vida en armonía, en justicia y en equidad. VOTA, pensando cómo vas a exigir a quien haya ganado. VOTA, consciente de que tu mundo puede ser mejor. VOTA por tu presente y por el futuro de tus hijos, que tienen todo el derecho de ser ganadores.
*
[1] El candidato a delegado en Coyoacán por el PRD distribuyó miles de volantes con una encuesta del Reforma que supuestamente le favorece.
[2] El ex procurador de la ciudad de México se dice gastó más de 100 millones para este rubro en época de pre campaña interna de los partidos pretendiendo que no se considere a esto “gasto electoral”.