El Laberinto

Fluir

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(Foto: Especial)

Cuando dijo Heráclito (535 a.C-484 a.C): “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”, no quería referirse nuestro filosofo que los griegos fuesen tan melindrosos como para usar un rio distinto para bañarse cada vez, ni que los ríos tuvieran fantásticas propiedades transformadoras, sino al hecho de que todo se mueve y transforma, es decir que todo fluye.

Fluir es brotar o surgir con facilidad y en abundancia; avanzar de forma natural y no obstaculizada, al contrario del simple cambio que puede ser una sustitución o un retroceso, fluir es un avanzar hacia adelante, lo que fluye siempre es nuevo, como el rio donde se bañaba Heráclito.

Para que esta dinámica funcione y no resulte catastrófica, es decir un rio comiéndose una ciudad o cambiando de lugar erráticamente dejando a los pueblos sin agua y a los filósofos sin refrescarse, necesita un elemento constante, algo que contenga el movimiento y le otorgue una dirección, este es el cauce.

En el caso de los individuos y de los colectivos, la determinación y la búsqueda del rumbo implican conocer hacia dónde queremos llegar y cómo es que planeamos hacerlo, esto puede traer duras discusiones y muchas dudas, pero como en el caso de los caudales, una vez que comenzamos a fluir sobre nuestro camino este se estará ensanchando y haciéndose más profundo y llenado de vida todo su entorno. Ese movimiento constante es el que pule las pesadas piedras y les da esa bella forma redonda.

Hay que perderle el miedo a fluir, avanzar, crear, movernos; probablemente no todo saldrá bien, pero siempre nos queda el consuelo de que no nos puede salir igual de mal dos veces porque los ríos y nosotros somos infinitos.