Candil de la Calle

Scherer

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Julio Scherer (Foto: Especial, tomada de revista Proceso)
Julio Scherer (Foto: Especial, tomada de revista Proceso)

Desde adentro, desde Proceso —mi casa— no hay medias tintas, ausente la noticia imparcial, utópica la falaz objetividad periodística (imposible en la mirada del ser humano hacia todas las cosas a su alrededor) cuando se trata de don Julio, como le decíamos todos a Julio Scherer García y como seguramente seguiremos hablando de él después del 7 de enero, el día en que murió.

Si me aparto un poco de la remembranza desde Proceso, asumo lo que tantas veces dije y escuché entre mis colegas del gremio a lo largo de estos años de ejercer el oficio: todas, todos, alguna vez vimos como nuestro mayor ejemplo en este camino profesional a Julio Scherer. Quisimos algún día llegar a ser como él.

Tanto así.

Si en algo coincide el espectro nacional, es en el tamaño del periodista; en su templanza para resistir los cañonazos del poder; para reconocer cuando fue seducido por la cercanía con alguna de sus formas; para despreciar la censura, la manipulación y el control autoritario impuesto —como a tantas otras vertientes de la vida nacional— a la información en México desde los “grandes” medios de comunicación; y para ser capaz de crear, tras el golpe dictatorial echeverrista y en medio de todas las amenazas y advertencias posibles, un medio independiente, libre y crítico como el semanario Proceso, que desde siempre llevó como lema el del “periodismo sin concesiones”.

A tantos años de distancia —Proceso cumplió 38 años el 6 de noviembre pasado— las dos grandes figuras, mancuerna poderosa e irrebatible que formaron Julio Scherer y el escritor Vicente Leñero (don Vicente) se ausentan físicamente. Su fallecimiento se dio con una diferencia de un mes entre uno y el otro.

Se querían ir juntos, como lo acordaron para retirarse de la dirección de Proceso hace casi 20 años.

Tanto más se escribirá y se hablará de Scherer como el periodista paradigmático, el que entrevistó a los grandes o protagónicos personajes de su tiempo en la segunda mitad del siglo pasado y lo siguió haciendo hasta unos meses antes de morir, el que dirigió el Excélsior que era, sí, “el periódico de la vida nacional” en los años cincuenta y sesenta, cazador tenaz de la noticia.

En el número de Proceso de esta semana, reporteros y colaboradores escribimos y lo recordamos desde adentro, desde el conocimiento, cercano y no, del periodista y del ser humano.

Scherer fue director; jefe feroz e implacable; maestro en las aulas de la UNAM y fuera de ellas; caballero seductor con las mujeres, consejero…y reportero siempre.

“Cuénteme algo”, era su ritual de saludo al llegar a la redacción.

Pero sin duda, uno de los momentos de don Julio que nos marcaron a todos en Proceso fue su enérgico y frontal reclamo, cara a cara, al gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, tras el asesinato de nuestra compañera Regina Martínez, la corresponsal en ese estado hasta donde viajó, con todo y sus ochenta y tantos años, para encabezar la comitiva que acudió a exigir justicia en el 2012.

“No les creemos”, le dijo a Duarte.

Desde mi perspectiva, este acto debe consignarse en la historia del periodismo en México, la misma que cuenta de tantas compañeras y compañeros que han sido despedidos, censurados, amenazados, desaparecidos o asesinados sin que los directivos de los medios para los que trabajaban hayan hecho otra cosa que agachar la cabeza y estirar la mano.

Todo eso y mucho más era don Julio.