Histomagia

De conjuros y otros hechizos…

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LEE Y ANDA GUANAJUATO

HISTOMAGIA

Narrativa y ficción de Guanajuato

Por: Gabriela Bribiesca Acevedo

 

Hablar de pócimas mágicas, hechizos, conjuros y demás artilugios que usan los humanos para controlar la naturaleza de las cosas, es sin duda un tema muy polémico, pues en tanto se le quita la voluntad de acción, de pensamiento, es decir, el libre albedrío, a una persona, y se ejerce poder sobre él sin que se dé cuenta de que está siendo tratado por fuerzas más allá del entendimiento humano, es sin duda un tema sobrenatural. Todo y todas, somos humanos, pero la capacidad de manejar a voluntad a un ser amado hasta los huesos es una situación muy tentadora, sin duda, el tener una sensación de poder ilimitado. Guanajuato no es la excepción, pues aquí se sabe de personas que se dedican a las buenas y malas artes de la magia ancestral, sólo que a veces se toma el lado equivocado y ella me lo ejemplificó con su relato.

Nubes Foto ArchivoMe cuenta la señora de por allá cerca del Barrio del Carrizo, que ella de muy niña siempre se relacionó con una viejecita que se dedicaba a estas artes y oficios, ella, me dice, no se detenía ante nada, si le pedían “amarrar” a alguien, lo hacía; si le pedían hacer impotente a un hombre, lo hacía; si le solicitaban invocar fuerzas de esas de los de cuernos (como dice Flavio Arenas) lo hacía, eso sí, siempre el dinero por delante, pues viejecita y amable se veía, pero el dinero era quien la manejaba. Muchas veces intentó pasarse al lado de las brujas blancas, pero no, en su naturaleza no estaba el dejar de hacer que otros pudieran sentir la sensación que ella una y otra vez recreaba al mandar, literal, demonios a acompañar a alguien en su lecho de muerte o lo que le resta de vida. El caso es que una vez, ya entrada en el trance que implica llamar a uno de estos seres de oscuridad, cuentan los que saben que, de repente, ella se quedó estupefacta, inmóvil ante una cosa o ser que nadie, sólo ella veía. No decía ni una palabra, ni por asomo mostraba emoción alguna, sólo abría los ojos de manera descomunal, como tratando de que no se le escapara nada de la visión que le fue mandada por el mismo ser rey del mal.

Estando en ese estado, de repente, cayó al suelo balbuceando cosas ininteligibles, quienes la vieron la describieron como un bebé que gateaba en derredor en busca de refugio, de ayuda. De un momento a otro, se desfalleció, sus ayudantes corrieron para ver si podía, a estas alturas, recobrar el aliento, la conciencia y la razón, pero lo hizo sólo por un breve momento en el que delirante señalaba la esquina del cuartucho en donde hacía y disponía de las almas y vidas de otros.

Antes de abrazar los bordes de la locura y su propia muerte, dijo que el ser de ojos blancuzcos, de piel roja ennegrecida, con grandes cuernos, le pidió que lo volviera humano por medio de una pócima, de un hechizo, porque la mirada es la que muestra el alma, porque lo único que deseaba ese ser, era poder seguir con su alma, sí con el alma de la viejecita, a la que siempre ayudó en sus menajes. No había terminado de decir esto, cuando sus labios se fruncieron en un rictus de dolor, como si alguien la mordiera, y la sangre le brotó a borbotones de esa boca ya sin dientes, cayendo de una sola pieza, laxa y sin vida alguna que poseer.

La señora me cuenta que desde ese diciembre de hace veinte años, la casa de esa anciana se encuentra casi en ruinas, pues nadie reclamó la propiedad que sigue testigo fiel de ese día en que a Magdalena se la llevara prácticamente el diablo, esa Magdalena que quiso jugar a ser Dios y que hoy sigue en vagando por ese Callejón del barrio del Carrizo. Una de mis alumnas que vive por ahí, cerquita del lecho de lo que alguna vez fue un río, la sigue viendo y ve cómo se retuerce del dolor que ahora recibirá –dicen— por toda la eternidad acompañada del dueño de su alma. ¿Quieres pasar por ahí? Ven, te invito. Lee y anda Guanajuato.