
La experiencia universitaria es sin duda una de las mejores fases en el proceso educativo que vivimos.
Al estar estudiando una licenciatura, la mentalidad del estudiante es más centralizada, madura y enfocada en el deber educativo, encaminándose al ramo específico que desean desempeñar.
Pero esa misma focalización hacia el camino que “deseamos tomar profesionalmente”, muchas veces hace que nos perdamos de otras perspectivas en el desarrollo de nuestra profesión.
Con ello se vienen muchas interrogantes cuando somos universitarios, como ¿a qué me dedicaré?, ¿en qué me especializaré?, ¿qué haré dentro de diez años?, entre muchos otros cuestionamientos.
Si agregas las largas charlas repetitivas de los profesores, en las que te dicen que hay que hacer prácticas de campo y no solo quedarse con la teoría aplicada en clase, muchas de esas veces como universitarios no entendemos el porqué la insistencia en ese tema.
Y esto pasa porque tenemos “la mentalidad universitaria”, al estar todavía en la escuela, las necesidades y prioridades que se enfrentan son diferentes que al ejercer ya la profesión formalmente.
Por eso esas repetidas frases como “allá afuera es diferente lo que se vive que en la escuela”, no es más que la pura verdad aunque en el momento no queramos aceptarlo.
Entonces llega el tiempo de afrontar la realidad, en donde de universitarios pasamos a profesionistas y todas aquellas frases y pláticas que escuchamos en la escuela calan, porque descubres que todo era verdad.
Los cambios siempre son difíciles de vivir, asimilar y aceptar, así que cuando salimos de la carrera y se ve que tus prioridades y necesidades cambian, la asimilación de eso no es fácil.
Así que en el instante en que tu vida va a dar un cambio para cerrar un ciclo y abrir otro, es como si se cerraran todas las alternativas que se tenían en mente y “nos quedamos en blanco”.
Cuando vives la experiencia profesional, ves que todo lo que aprendiste en la universidad no es más que un 10 por ciento de lo que aplicarás en la profesión.
Por ello, debemos intentar tener “la mente abierta” a todas las posibilidades que pasan en nuestro desarrollo académico y no desperdiciar oportunidades de crecimiento.
Así cuando nos llamemos profesionistas, seria pertinente ya tener unos pasos sobre el camino y no estar apenas poniendo la primera piedra.