Ecos de Mi Onda

Èmile Zola: ¡Yo Acuso!

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¿Qué es la verdad? ¿Es importante defenderla? Pienso que como seres humanos, estamos limitados para dar razón de una verdad absoluta, pero no así de la verdad sostenida por argumentos de coherencia y consistencia sobre las explicaciones de las causas y efectos de los acontecimientos de la vida humana y de los fenómenos de la naturaleza

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Si los hombres, una vez que han hallado la verdad, no volviesen a retorcerla, me daría por satisfecho.

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán.

El apóstol Juan narra con detalle en los Evangelios el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní, entregado por Judas Iscariote a los soldados enviados por los principales sacerdotes y fariseos. Después Jesús fue presentado ante los sacerdotes Anás y Caifás, así como ante Herodes. Pero es sugerente la escena en la que Jesús es llevado ante Poncio Pilato, debido a que a los judíos no se les permitía sentenciar a muerte, pretendiendo que fuera precisamente el prefecto romano quien bajo las acusaciones de los sacerdotes, dictara esta condena. A Jesús se le culpaba de atreverse a decir que era el rey de los judíos y nombrarse Hijo de Dios, y Pilato le hace la pregunta ¿Eres tú el Rey de los judíos? a lo que Jesús responde que su reino no es de este mundo y afirma que nació para dar testimonio de la verdad, y que todo aquel que forma parte de la verdad oye su voz. Pilato le formula una pregunta filosófica ¿Qué es la verdad?

Poncio Pilato asevera que no encuentra delito alguno en Jesús, merecedor de señalarlo como reo de muerte, pero ante la presión de los personajes importantes del Sanedrín o Consejo Supremo Judío, lo azota y lo corona de espinas, para después entregarlo a los judíos que lo demandaban para crucificarlo. Es proverbial el acto de lavarse las manos, tratando de liberarse de la culpa de la sangre derramada por un inocente. Pilato no tuvo el valor de sostener su convicción de que Jesús era inocente de los cargos imputados y de liberarlo en consecuencia, es decir, no fue capaz de defender la verdad, o sea, la conformidad entre lo que pensaba y sentía, con respecto a lo que decidió por conveniencia, comodidad o tal vez por miedo a una turba enardecida.

¿Qué es la verdad? ¿Es importante defenderla? Pienso que como seres humanos, estamos limitados para dar razón de una verdad absoluta, pero no así de la verdad sostenida por argumentos de coherencia y consistencia sobre las explicaciones de las causas y efectos de los acontecimientos de la vida humana y de los fenómenos de la naturaleza, aun cuando en esto se lleguen a confrontar opiniones divergentes con respecto a las premisas sostenidas en los debates, así como a tomar decisiones desviadas objetando los razonamientos coherentes y consistentes, con declaraciones y consideraciones de tipo pragmático, como lo hizo Pilato.

Así pues, en contraste tenemos por ejemplo la historia de Èmile Zola, quien en un 13 de enero de 1898, hace ciento veinte años, publicó una Carta Abierta titulada “¡Yo acuso…! Carta al Sr. Félix Faure, Presidente de la República”, en la primera página del diario parisino L´Aurore, en la que manifestaba su inconformidad y franca oposición al veredicto derivado del juicio al capitán Alfred Dreyfuss, acusado de traición a la patria como espía que proporcionaba información a los militares alemanes, y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo de la Guyana Francesa. Zola basó sus afirmaciones en el análisis de una serie de pruebas que desmentían los fundamentos del veredicto del juicio militar y que además comprometían con documentos y pruebas irrefutables al comandante Ferdinand Walsin Esterhazy como el verdadero traidor. No obstante, el Estado Mayor francés se negó a realizar un nuevo juicio pensando en el escándalo que generaría entre la opinión pública el fallo erróneo de los militares, que se había basado en endebles pruebas de caligrafía, que sugerían que la letra de los informes a los alemanes era semejante a la de Dreyfuss, prueba que a su vez, al aplicarse también a la letra de Estyerhazy resultó plenamente positiva.

Toda esta información comenzó a circular en los medios intelectuales de Francia y permeando incluso a la opinión pública, por lo que los militares reaccionaron obstaculizando las investigaciones, sembrando además la idea de una seguridad nacional debilitada por el activismo de grupúsculos de intelectuales de izquierda y generando un ambiente antisemita para pulverizar el apoyo a la familia Dreyfuss, de origen judío.

Zola en ese momento era un escritor destacado, laureado con el reconocimiento de la Legión de Honor, y un periodista destacado por su honesta veracidad. Al defender su convicción sobre la inocencia del capitán Dreyfuss tenía realmente muy poco que ganar y mucho que perder. Para 1898 Zola es acusado de difamar a los militares a quienes señaló como responsables de obstruir la verdad en el juicio en su ¡Yo acuso! y fue condenado a un año de prisión y a pagar una multa de tres mil francos, además se le humilló despojándolo de la Legión de Honor. Zola era consciente de que al lanzar las acusaciones estaría expuesto a penalizaciones incluidas en la Ley de Prensa por delitos de difamación, pero se arriesgó voluntariamente. Después de estos castigos y con una serie de calumnias de los sectores ultraconservadores, gran parte del pueblo francés lo detestó al ser señalado como novelista pornógrafo y por atreverse a defender a traidores semitas, lo que le valió ser amenazado de muerte, teniendo que exiliarse en Inglaterra aún con varios cargos en su contra.

A pesar de esto, el peso y veracidad de los argumentos incluidos en su valerosa Carta Abierta comenzaron a sumar adeptos entre los intelectuales de izquierda y las presiones obligaron a que en 1898 el caso Dreyfuss fuera reabierto por orden del Tribunal Supremo de Francia. Con esto Zola siente confianza y regresa a Francia en 1899, mismo año en el que Dreyfuss fue condenado nuevamente en un juicio militar, en el que la consigna fue no reconocer los errores judiciales cometidos en el juicio de 1894. Sin embargo, toda la suma de evidencias apuntó a la inocencia del capitán, a tal grado que tiene que intervenir el presidente Émile Loubet quien le concede el indulto y es puesto en libertad, ante una opinión pública ya más convencida de que se había cometido una injusticia.

El 29 de septiembre de 1902 y todavía con serias amenazas de muerte en su contra, Èmile Zola fallece en su casa asfixiado al inhalar gases de chimenea, una muerte que hasta la fecha se mantiene bajo sospechas de un acto criminal. Finalmente fue hasta 1906 cuando el capitán Alfred Dreyfuss fue reconocido inocente y se le rehabilitó militarmente. Las dudas remanentes sobre su inocencia fueron despejadas en 1930, al darse a conocer documentos en los que el diplomático alemán von Schwartzkoppen le expresaba clara y directamente al comandante Ferdinand Walsin Esterhazy (el verdadero traidor) que finiquitaban compromisos debido a que ya no resultaban satisfactorios sus informes de espionaje. Dreyfuss murió en 1935 siendo militar.

En la parte final del texto del ¡Yo Acuso! Zola expresa:

 Yo sólo soy un poeta, un narrador solitario que cumple su tarea en un rincón, entregado en cuerpo y alma a su actividad. He comprendido que un buen ciudadano ha de limitarse a aportar a su país el trabajo que realiza con menos torpeza; por eso me encierro entre mis libros y ahora me enfrasco de nuevo en ellos, pues la misión que yo mismo me encomendé ha tocado ya a su fin. Desempeñé siempre mi papel con la máxima honestidad y ahora regreso definitivamente al silencio.

Con lo anterior, no debemos pensar que la defensa de las convicciones, es decir, de lo que consideramos de forma sincera como la verdad que corresponde a un hecho determinado que nos consta, por las evidencias que integramos en nuestra interpretación, nos destina  definitivamente al aislamiento social y al combate directo con una multitud de antagonistas, pero también es cierto que muchas veces la defensa de la verdad nos señala dos caminos, debiéndonos decidir a transitar por uno de ellos: aceptar el reto de la lucha por demostrar la validez de nuestras aseveraciones, o desistir y desviar los razonamientos para configurar una argumentación de conceptos que nos justifiquen.

En el mundo moderno parece establecerse la idea de desvanecer las convicciones en aras de efectos prácticos que aligeren los cargos de conciencia, producidos por acciones que estimamos en principio como mal encaminadas, pero que al procurarnos un bienestar transitorio las preferimos por sobre aquellas que representan mayores dificultades para realizarse, es decir, lavarse las manos mientras no haya daños directos que nos afecten. Esto viene siendo real y muy alarmante en el campo de la política mexicana, en donde la deshonestidad y la corrupción cabalgan en un trote cómodo, sin darse tiempo para considerar que el rumbo se dirige hacia un precipicio moral, arrastrando a la sociedad en general hacia sus nefastos efectos.

Los políticos ya no se preocupan por integrar las evidencias de la corrupción y llevarlas a los tribunales para castigar ejemplarmente a los culpables, en un juicio transparente en el que no quede duda de los veredictos para que prive la justicia. En su lugar han jugado astutamente con la banalización de los hechos, restando importancia a los actos criminales de corrupción, puesto que finalmente todos los cometen, así que cínicamente se presentan ante la opinión pública, y sobre todo ante los votantes que tanto les importan para seguir en este juego sucio, como los menos corruptos entre los corruptos, llegando a construir frases tan insolentes como la de este roba, pero reparte entre los demás.

Una sociedad que se establece en esta zona de confort, que se lava las manos y no combate por hacer valer las convicciones de una conducta honesta, que no defiende la justicia y la verdad, está destinada a sufrir las consecuencias de la manipulación malsana de quienes gobiernan en la impunidad, hasta el punto de quiebre en el que se empiece a desbordar la inconformidad y se genere la violencia. Tenemos tiempo para recapacitar, ojalá que lo aprovechemos.