Ecos de Mi Onda

Vivir en el Presente

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Se sabía que en cierta región lejana había existido una puerta muy grande, que en determinadas ocasiones se abría y unos extraños seres salían armados y realizaban movimientos militares, pero luego la puerta se cerró y ya no volvió a abrirse jamás.

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Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Pablo Neruda

La sinfonía No. 40 de Mozart resonó gloriosa en la recámara de Astrid y aparecieron en el screen tridimensional los mensajes clasificados de acuerdo a los escrupulosos criterios de prioridad de atención, además de la agenda del día. Bostezó dos o tres veces antes de levantarse, sintiendo el estímulo del suave masaje cotidiano desde el cuello hasta la planta de los pies, quedando lista para calzarse las blandas pantuflas y ser transportada hasta la amplia bañera y darse un baño relajante de agua tibia con sales minerales. La tersura de las toallas le brindaron también un agradable placer, en tanto contestaba los mensajes, iniciando con los saludos matutinos a los amigos más íntimos, con apoyo de frases motivacionales y música normalmente instrumental, adaptadas a escenarios de paisajes naturales de valles y montañas, bosques, prados y jardines, o hermosos animales moviéndose en hábitat salvaje, o diversas obras de arte y arquitectura de distintos estilos, todo ello de acuerdo a temas referentes al impulso emocional para iniciar el nuevo día, dispuestos con el mejor ánimo y alegría.

Un angelito azul abrió el clóset y le mostró una serie de cuatro conjuntos completos de prendas de vestir. La agenda iniciaba con un almuerzo organizado por la red regional de poesía contemporánea a realizarse en los jardines del Auditorio de la City, para después asistir a una reunión de trabajo en el Splendor Building, en su calidad de secretaria directiva de la organización y mantenimiento de redes sociales de amigos del arte, en la que se discutirían las bases del concurso nacional sobre la influencia de John Lee Hooker, como raíz del blues a través de la historia. Para la comida tenía previsto reunirse con su amigo Esteban en un ambiente distendido, con el único propósito de pasar un buen rato conversando acerca de los asuntos que fueran surgiendo de manera espontánea y reír recordando anécdotas del pasado registrados en el warehouse de sus memorias. Finalmente el día concluiría con la asistencia al estreno de la obra Despierta mi Bien en el Theater of the Imagination, basada en la tradición autóctona de los festejos para la celebración de los cumpleaños en México durante el siglo veinte y veintiuno. El epílogo del programa del día, solamente enunciaba Noche de Pasión, sin notas ni comentarios adicionales, es decir, una actividad en la que Astrid tendría la opción de elegir, digamos libremente, los elementos necesarios para crear la historia de una conclusión con el máximo placer y satisfacciones para cerrar la agenda del día.

Astrid seleccionó el vestuario para las tres primeras actividades y dejó pendiente la selección de la última, pensando en hacerlo justo hasta el momento en el que se encontrase frente a la puerta de su departamento, alrededor de la medianoche. Las cámaras flotantes fueron capturando las imágenes más interesantes en el progreso de las actividades programadas, las cuales eran de inmediato insertadas en todas las aplicaciones de las redes sociales, lloviendo copiosamente los likes para su beneplácito. Esteban la acompañó también al teatro y después de la función tomaron una copa en el bar del foyer, intercambiando opiniones sobre el desarrollo de la obra que les había impresionado. Posteriormente Astrid optó por un carruaje tirado por dos caballos blancos que la trasportó hasta la entrada del edificio de departamentos.

La cámara identificó sus facciones y le abrió paso, iba alegre y no quiso usar el elevador, prefiriendo subir las escaleras hasta el tercer piso. Ya tenía en mente el diseño de su Noche de Pasión y marcó en la primera opción del menú sólo un collar de perlas y en la segunda señaló José. Al abrirse la puerta ella flotó desnuda en cámara lenta desde el vestíbulo hasta la recámara donde encontró a José y se fundieron en la penumbra en una flotante danza voluptuosa, bajo los apasionados acordes del Concierto para violín en Re Mayor Op. 35 de Piotr Ilich Chaikovski.

Dicen que el muro tiene cerca de trecientos años, un muro metálico, opaco, al que los lugareños no le conocen fin. Isaac alcanza a verlo con sus ocho metros de altura desde la reseca planicie, en la que destacan puntiagudos cactus, y cuya superficie araña para cosechar algunos frutos, en la soledad de ese paraje heredado por sus padres, con una casa pequeña de paredes de adobe y techo de tejas de barro recocido.

Existe desde hace cerca de tres siglos después de La Hecatombe, le platicaba su padre cuando lo llevaba a observar con curiosidad lo que había del otro lado, a través de una grieta que con el tiempo parecía hacerse más grande y de la que no parecían percatarse los extraños habitantes separados, que de vez en cuando aparecían frente a su atónita mirada. Se sabía que en cierta región lejana había existido una puerta muy grande, que en determinadas ocasiones se abría y unos extraños seres salían armados y realizaban movimientos militares, pero luego la puerta se cerró y ya no volvió a abrirse jamás.

Isaac vivía solo, si bien cada año visitaba a los familiares de sus padres, en una comunidad que distaba tres días de camino, atravesando el desierto arenoso densamente poblado de serpientes venenosas, que había aprendido a sortear con habilidad extraordinaria, una barrera natural que muy pocas personas se atrevían a tratar de rebasar, como los dos extraños luminosos que un día llegaron de improviso y quienes en la plática tras haberles servido de comer, le anunciaron que tendría una descendencia numerosa como las estrellas del cielo, después de lo cual desaparecieron tan repentinamente como llegaron.

Le gustaba Jaia, su vibrante sonrisa, la mirada esquiva y curiosa atrapada en el reojo insistente, la voz cristalina cuando por orden de la madre les invitaba a pasar a la mesa, el cuerpo ágil y expresivo en la danza de La Gracia, durante la congregación de un grupo numeroso reunido para las fiestas anuales de La Supervivencia, que se celebraba para la primera semana de lluvia. Cuando por las tardes descansaba de las fatigas laborales, Isaac se ponía pensativo y soñaba con Jaia, y el momento en el que se vería haciendo la petición formal de su mano, entregando la dote a sus futuros suegros, un sueño que tenía el empeño de pronto convertirse en realidad.

Despertó con el canto del gallo, antes de la salida del sol, madrugada helada que entumece los dedos. Se levanta con las mismas ropas con las que se durmió, se despabila y enciende una hoguera para prepararse una bebida caliente, un gato le ronronea entre los pies y el viento suave de la madrugada se cuela por la ventana y agita levemente las flamas anaranjadas, tranquilo se pone de pie, se ajusta la casaca, se acomoda el sombrero y la rutina de sus ancestros se repite fielmente día con día, conducir a las ovejas hacia pastos seguros y a los bebederos evitando peligros de animales feroces, hambrientos, serpientes, tormentas de arena, hundimientos en suelos movedizos. Idas y regresos, devotos pensamientos, añoranzas, coloquios mentales evocando las voces paternales, los sabios consejos. Ovejas perfectamente conocidas, con nombre pronunciados uno a uno, pequeñas diferencias que marcan preferencias, las que son obedientes, las que son atrevidas, curiosas de espíritu independiente. En el corazón se generan las oraciones que integran el lenguaje del agradecimiento, comunión con la vida, con la naturaleza del complejo desierto que parece indomable, pero al final generoso de su exigua riqueza si se aprende a conocerlo, amarlo en los días calurosos que adormilan el cuerpo, en las tardes alborozadas que indican el regreso a casa después de la faena, en las noches estrelladas y en las ánimas errantes que rezan por los vivos y acarician con sueños de futuros festivos, sueños del calor femenino que acompaña en el lecho.

Un leve temblor sacudió el piso y lo volvió de sus cavilaciones casi a la hora del regreso, en la contabilidad falta una oveja, asegura el rebaño y sale en su busca observando las pistas que le orienten trayecto, sin tardar en hallarlas, conducen hacia el muro. Alerta va logrando vestigios y siente que va por buen camino y por fin la distingue pastando inmutable, carente de aprensiones que ni le van ni le vienen. Isaac la acaricia con amor paternal, con alegría en el corazón y agradecimiento en el alma a los espíritus paternales que protegen desde los cielos, la coloca sobre los hombros y vuelve los ojos al camino del regreso. Pero hay algo que le llama la atención en el añejo muro. Recuerda que en ese lugar estuvo con su padre, pero la grieta es ya tan grande que admite el paso del cuerpo de un hombre y la curiosidad le hace acercarse.

Sin medir los posibles riesgos se arriesga a trasponer el muro y al estar del otro lado sacude la maleza y se va adentrando con sigilo. Observa que alguien se acerca y se esconde tras el tronco de un árbol rogando no ser visto, el hombre pasa a unos cuantos metros sin advertirlo, reanuda con audacia la intrépida aventura y avanza hacia las sorprendentes edificaciones y los caminos planos y lustrosos que reflejan las luces de la tarde. Hombres y mujeres en las vías, una mujer se aproxima y él encuentra refugio en un hueco entre las lisas paredes, sigue con la vista la singular uniformidad de los atavíos, pero el proceder indiscreto lo coloca delante de un individuo y se da el inevitable encuentro.

Nadie lo advierte al pasar a su lado, todos muestran sonrisas en los labios y las miradas giran sin sentido de uno a otro lado, nadie tropieza y parecen ir hablando, los ve y se atreve a tocarlos, pero no recibe respuestas, ni el mínimo saludo, una total indiferencia, como alejados del mundo. Asustado se aleja corriendo pensando en alguna enfermedad contagiosa y cae en la cuenta de la importancia del muro: protección de los espíritus paternales. Diligente junta rocas de distintos tamaños, cierra el boquete y aunque piensa en lo difícil de que alguien se acerque a ese sitio, lo disimula con abundante maleza.

Astrid flota en los espacios virtuales en la opción, digamos libre, de su Noche de Pasión.