Ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo.
Víctor Hugo (1802-1885)
Ponciano terminó su turno de sargento segundo de la policía municipal y después de entregar su informe en el que refería que la noche había transcurrido sin ninguna novedad, caminó silenciosamente hacia el mercado Hidalgo y se dirigió a una de las fondas de Gavira. Pidió un menudo y una Coca, comiendo sin prisa, saboreando el alimento y divagando en pensamientos y ensoñaciones. Susanita como siempre revoloteándole en la mente, sabía que se iba a casar y que ya estaban las amonestaciones con las fotos de los novios en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, la Virgencita a quien todos los días se encomendaba para que lo cuidara de los peligros que enfrentaba por las noches, ante tanta gente desagradablemente violenta e impertinente.
Caminó hacia su casa con el sol de la mañana pegándole en los ojos desvelados ¿Por qué era la vida así? Se preguntaba, él quería limpiamente a Susana, daría la vida por ella, pero reflexionaba que las cosas ocurrían siempre por algo y que ¿cómo sería posible pensar siquiera que ella lo quisiera, si nunca se había atrevido a declararle el gran amor que le profesaba? sólo la observaba de lejos suspirando y lamentándose de que otros muchachos más audaces la invitaran al cine, a platicar en el jardín, y que luego la besaran apasionadamente en los oscuros callejones por el rumbo de su casa, situaciones de las que se había dado cuenta por andar de mirón y que al recordarlas le producían un dolor intenso en el corazón afligido. Ya en casa, se quitó las botas y el pesado chaleco antibalas, se desplomó sobre la cama y pudo dormir, si bien inquieto, por un buen rato.
El sueño recurrente, tirado boca arriba en un sucio callejón, la larga borrachera provocada por la desilusión amorosa, la alcantarilla infecta, el gusto asqueroso del excremento de palomas (palomas mutantes, las empezó a llamar) en la boca, las habilidades nocturnas que fue rápidamente desarrollando, muy parecido al proceso que sufrió Peter Parker después del piquete de la araña mutante. Las palabras del profesor que le decía que entre una paloma y un búho había diferencias importantes, pero no hizo caso, pues para él eran dos pájaros y eso le bastaba, por eso había decidido nombrarse Tecolote Azul, el héroe guanajuatense que lucharía contra el mal, contra los malandrines y los abusivos, como lo decía su lema: para los que se sienten valentones, ya llegó su medicina. Ver http://igeteo.mx/2017/10/el-heroico-tecolote-azul/
Despertó como a las siete de la tarde y fue a la cocinita para calentar los frijoles y el guisado que su madre le llevaba cada tercer día, junto con la ropa y uniformes lavados y planchaditos que colgaba en el ropero. Comió pausadamente y luego se recostó por un rato recordando la forma casual en la que descubrió la debilidad que tenía como superhéroe, su kriptonita, su talón de Aquiles. Sentado en el borde de la fuente de Mexiamora vio de reojo como una anciana tiraba pequeñas migajas de bolillo a las palomas y sintió que una fuerza poderosa lo dominaba y le obligaba a lanzarse en pos de las migajas y picotear el suelo en busca de ellas, moviendo la cabeza hacia atrás y adelante, tal como lo hacen esas aves, sin poder contenerse y debilitándose aceleradamente. Por fortuna sucedieron dos cosas, solamente estaba la anciana en la plaza y tuvo la suerte de que pasara su tío Ezequiel, quien lo jaló del brazo y lo regaño pensando que otra vez andaba borracho, pero rompiendo la especie de hechizo que dejó a Ponciano sumamente perturbado, por lo que decidió entonces practicar un experimento para probar si se volvía a repetir el caso. Ponciano se esposó en el tronco de un árbol y él mismo echó un poco de migajas a un grupo de palomas que rápido acudieron a comerlas y efectivamente, volvió a sentir el impulso incontrolable de arrojarse junto con ellas a picotear, el cual cesó una vez que se consumieron las migajas. Quedó exhausto, sumamente debilitado por el efecto experimentado, con apenas fuerzas para desatarse y marchar preocupado hacia su casa. Pero logró claramente darse cuenta que tenía un punto débil, lo que significaba una dificultad para su accionar como el Tecolote Azul; sin embargo era mucho mejor saberlo.
Por la noche realizó el ritual cotidiano de colocarse el incómodo chaleco antibalas, ajustarse el cinturón con la pistola y ponerse el casco con la mano izquierda, para persignarse devotamente con la mano derecha ante la imagen de San Judas Tadeo, abrir la puerta y salir con el pie derecho, no por superstición, sino sólo por ciertas precauciones. Llegó con su compañero a la zona de vigilancia asignada en su ronda nocturna y se acomodaron entre la penumbra, en la que normalmente permanecían calladitos y somnolientos, a menos que surgiera una emergencia imprevista de corretear a un delincuente por órdenes superiores transmitidas por los celulares.
El policía Ponciano guardaba ese perfil bajo, pero en cuanto veía que su pareja se dormía, aprovechaba para transformarse en el Tecolote Azul y rondar planeando ágilmente los callejones en busca de entuertos que deshacer, como lo había leído en Don Quijote, pues la transformación mutante también le había promovido el gusto por la lectura y un aprendizaje y memoria sorprendentes. Esa noche era muy lluviosa y rescató a un hombre que había quedado bajo los escombros de una vieja pared que se derrumbó, luego su sistema sensorial le avisó del ataque de un empistolado que amenazaba con matar a un joven a la salida de un bar por Tepetapa, llegando justo a tiempo para evitar una tragedia, pero al tomar a los dos sujetos con las manos sintió una vibración negativa que le hizo sospechar que ambos eran inclinados a la delincuencia, de lo que tomó nota en el archivo de su memoria para posibles actos futuros.
Al regresar a su puesto de policía, alrededor de las tres de la mañana, vio algo que le preocupó mucho. Era Susana subiendo con un individuo y otra señorita a un coche, pero no era su prometido, pues el rostro era diferente al de la fotografía de las amonestaciones y además alcanzó a notar que el hombre forzaba a la señorita para que se subiera. El auto arrancó y el no dudó en seguirlo corriendo rápidamente para luego planear como tecolote a una altura de varios metros y no perderlo de vista. Se dirigieron hacia las curvas peligrosas y luego dieron vuelta en la glorieta al bulevar Euquerio Guerrero y siguieron rumbo a la carretera a Juventino Rosas. Varios kilómetros adelante salieron de la carretera hacia un camino estrecho de terracería y se estacionaron en un lote baldío, bajaron las dos mujeres y el hombre las amenazaba con un cuchillo, cerró el auto y entraron en una casa bardeada, con un pequeño jardín interior. El Tecolote saltó la barda y se asomó por la ventana que estaba cerrada, pero con su poderosa vista vio a través del vidrio en la oscuridad, como el individuo ataba a las dos muchachas adosadas de espaldas, sentada cada una en una silla, observando que la señorita desconocida lloraba angustiada, y el Tecolote Azul se admiraba de la fortaleza de Susana, que mantenía la calma mientras el delincuente hablaba por teléfono con alguien, a quien le decía (El Tecolote alcanzaba a escuchar debido a su poderoso oído) que todo estaba listo, que hablaran a los padres de las mujeres para pedir el rescate, dejando el dinero en el lugar acordado, y que tenían exactamente veinticuatro horas para pagarlo.
Para esto ya era de madrugada y el Tecolote tenía que volver a su puesto de policía, pero eso era imposible, pues su carácter de héroe le dictaba que tenía que resolver este caso de vida o muerte, pasara lo que pasara, ya que además se trataba de su amada Susana. Sorpresivamente el maleante salió de la casa y se fue en el auto, sin alcanzar a ver al Tecolote quien con grandes reflejos se había alcanzado a esconder tras los arbustos de un macetón. En eso ocurrió lo imprevisto, llegó una bandada de palomas prietas que empezaron a picotear una bolsa de papel que estaba en el extremo del jardincito, esparciéndose un buen montón de migajas por el césped, que las palomas empezaron a engullirlas, para que acto seguido el Tecolote empezara también a picotear, moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás, tragando migajas sin control hasta perder el conocimiento completamente agotado.
Al recuperar la conciencia las palomas habían volado hacia otro sitio y el Tecolote se asomó por la ventana encontrando que las dos chicas permanecían amarradas. Dadas las circunstancias, decidió no dar la cara como el Tecolote Azul y habló a la comandancia en forma anónima para denunciar la situación, exigiendo que se apresuraran pues el secuestrador podría regresar en cualquier momento. Salió de la casa y se ocultó entre unos árboles cercanos, con el plan de que si llegaban los secuestradores tendría que hacerles frente en defensa de las jovencitas, y si llegaban la Policía percatarse de que se aplicaran los protocolos propios de la situación. Para su tranquilidad la Policía llegó primero y si bien con los poderes muy menguados pudo tomar buena distancia para protegerse de sospechas, pero alcanzando a asegurarse de que las chicas eran liberadas y conducidas a la comandancia.
Con enorme esfuerzo pudo llegar primero a la comandancia y como el policía Ponciano comenzó a redactar el informe de su ronda nocturna, que firmó Sin novedad. Su pareja llegó después y molesto le reclamó su ausencia y la desfachatez de adelantarse a la comandancia, a lo que Ponciano le contestó calmadamente que se había sentido mal y que lo disculpara, que eso no volvería a pasar y hasta que lo invitaba al día siguiente a almorzar en Gavira, quedando los dos en paz.
Susana y su acompañante bajaron de la patrulla y las llevaron a la comandancia a declarar. Para esto, los padres de la chica desconocida ya estaban presentes y de rato llegaron los padres de Susana, también su acongojado prometido, y con asombro vio que eran acompañados ¡por el secuestrador! quien afligido en apariencia abrazó a Susana como para confortarla. Ponciano advirtió que le cuchichiaba al oído: no sé qué pasó pero se nos cayó el teatro Susana. Sí, ella era cómplice del delito. Observó la cara de la otra chica y le llenó de ternura, ella era inocente, a ella sí la habían secuestrado de verdad y además… era tan bonita. Recordó una frase de Víctor Hugo, ser bueno es fácil, lo difícil es ser justo. Quería a Susana, pero ella y sus cómplices tendrían que pagar caro su crimen y ya tenía una idea de cómo poder comprobarlo, y la acompañante… era tan bonita.