A menudo los héroes son desconocidos.
Benjamin Disraeli (1804-1881) Político y escritor británico.
El invasor Caballero Oscuro se paseaba soberbio por todo Guanajuato durante la noche, acompañado de su dragón Quianying y de un contingente fuertemente armado de guerreros azules. Al caminar se escuchaba el tenebroso sonido de las pisadas sobre los escombros de decenas de edificaciones destruidas, además del incomprensible estruendo proveniente de los altavoces colocados estratégicamente en un buen número de azoteas de los vecindarios, lo que provocaba pánico entre los habitantes recluidos en sus casas, prácticamente en toque de queda, un estado de sitio. El resto de los miles de guerreros azules se dedicaban a consumir euphoria, generando terror en toda el área urbana por la forma violenta de su comportamiento libertino sin freno y la acumulación de basura sobre basura.

Por el día era su lugarteniente Sir Sidney Warane quien recorría la ciudad montado en su corcel negro para vigilar la continuidad del caos, siempre acompañado de los terribles setenta y siete guardias negros, llevando al frente encadenados, como en un desfile humillante, a las autoridades municipales y algunos policías, para que la gente se asomara por las ventanas a cerciorarse del poder frenético de los invasores. Cuando algún policía trataba de rebelarse era golpeado sin misericordia por los guardias. Las bocinas en lo alto no dejaban de emitir una especie de percusión irregular y monótona tan intensa, que hacía cimbrar los edificios y los intestinos humanos, al grado de casi desacompasar los latidos cardiacos. Este estado se mantenía durante las veinticuatro horas del día y los habitantes cautivos en sus casas, trataban por todos los medios de aislar los sonidos, sólo con resultados parcialmente satisfactorios en la mayoría de los casos.
Tras un mes de ocupación, las condiciones se tornaron insoportables, los alimentos eran escasos y de precios elevadísimos, ya que los invasores cobraban derecho de piso a los negocios surtidores y luego colocaron a sus aliados los enanos disléxicos a surtir la mercancía, siendo limitados los horarios permitidos para las compras a sólo dos horas durante el mediodía, con colas extensas de personas esperanzadas en conseguir algo de pan, lácteos o verduras. Pronto se dieron cuenta de que, si pedían pan, los enanos les daban frijoles, o les daban aceite por leche, todo en un barullo en el que tampoco las cuentas salían y siempre perdían los compradores. La ciudad, así como gran parte de la región central estaba sitiada y el comercio era difícil y lento, tal parecía que los invasores tenían la intención de exterminar lentamente a la población local. La comunicación con el exterior era prácticamente imposible, pues los guerreros habían inutilizado la enorme cantidad de antenas de telecomunicaciones montadas en azoteas y cerros aledaños, además de que el ruido ensordecedor apenas permitía que las personas pudieran hacer comentarios entre sí.
Todos los detalles de los acontecimientos eran narrados con fidelidad en las Crónicas de los Hechos y el Cronista transitaba sigiloso entre los callejones, siempre con la idea de integrar los efectos del accionar invasor en distintos puntos, incluso para tratar de encontrar puntos débiles en el enemigo, con la esperanza de traducirlos en una estrategia. Sin duda los guardias negros eran mucho más disciplinados que los guerreros azules, siempre alocados por el estimulante que se distribuía entre ellos en abundancia, lo que les hacía perder la concentración con facilidad, según observó el Cronista atinadamente, pero eran miles asignados a cubrir todas las zonas de la ciudad, ese era el problema, continuaba reflexionando. Además Altair no había vuelto a aparecer y entonces ya no estaba seguro del potencial que pronosticó al conocerlo. Pensaba que su desaparición se debía a la intención de fortalecerse mediante el ejercicio de la meditación profunda que le llevaría a un estado superior de fortaleza física y espiritual, para enfrentar a los invasores con ciertas posibilidades de éxito, en medio del pesimismo generalizado que se cernía sobre Guanajuato.
Efectivamente, el Cronista se puso a indagar aplicando todo su instinto periodista y supo que Altair se había refugiado en un tiro de mina abandonado por el rumbo de Valenciana, a la que por fortuna los invasores no le prestaron vigilancia y que allí se abandonó para fundirse en el crisol de una profunda tristeza, soledad y dolor infinito provocado por la situación angustiante del entorno, que paradójicamente le fue fortaleciendo en toda la integridad de su ser, el cuerpo adelgazado por casi seis meses en los que sólo se mantuvo consumiendo agua y un poco de miel, se fortificaba por el alma, el ánima, que le proporcionaba una energía metafísica, un sistema humano en una envoltura espiritual formidable. Tras este período de preparación, Altair salió del escondite etéreo y brillante como un sol que genera luz y calor fundente, capacidades logradas fundamentalmente por el gran amor que le profesaba a la doncella del Campanero y a la tierra de sus amores, un corazón de fuego abrasador. Pero Altair no había estado solo en esa fase preparativa, ya que fue apoyado por su amigo, el viejo y sabio Sofohan, quien le instruyó en las artes de la meditación y fortalecimiento espiritual, del cual Sofohan emergió también con capacidades insospechadas, que se manifestaban en una agilidad y rapidez inconcebible.
Sobre la doncella del Campanero el Cronista ojeroso, demacrado, barbudo y harapiento por falta de alimento y de sueño, no sabía nada, estaba desaparecida del mapa y nadie sabía dar la mínima información, ni de su estado de salud, ni de su localización.
El Caballero Oscuro, quien dormía de día, se despertó repentinamente sintiendo que una fuerza de oposición se acercaba y alertó a todos sus guerreros azules y convocó a Sir Sidney Warane y sus setenta y siete guardias negros, a la vez que mandaba al dragón Quianying, con quien se comunicaba mentalmente, a explorar por todo Guanajuato para que le informara sobre la presencia de cualquier ser extraño que descubriera. Quianying no tardó en regresar con la noticia de dos hombres que no respetaban el toque de queda y que se encontraban por la presa de la Olla, pero además con un mensaje en la garra derecha, que el caballero tomó airadamente para darle lectura, quedando sorprendido por la osadía, que le produjo carcajadas, de ser retado a duelo por un desconocido Altair en la presa de San Renovato, a la medianoche de ese mismo día. No obstante, el Caballero Oscuro sentía que la fuerza opositora era intensa, por lo que decidió enviar a un contingente de doscientos guerreros para que apresaran a Altair y su acompañante.
Los guerreros rodearon a Altair y a Sofohan, pero sólo bastó un minuto de concentración para que Altair emitiera tal energía interna, que los guerreros cambiaron el odio y resentimiento que tenían inoculados y partieron felices hacia la sierra de Santa Rosa, sin tan siquiera pensar en volver la mirada, ni mucho menos avisar de su partida a su antiguo amo que les había enajenado la voluntad. Informado de lo acontecido por el dragón, el Caballero Oscuro alarmado, mandó a todo el resto de su contingente bélico, pero el resultado fue exactamente el mismo, como se lo comunicó Quianling. De esta forma, el colosal Caballero no tuvo más remedio que acudir a enfrentar al atrevido Altair con todo su poder.
Ahí estuvo el Cronista, oportuno como siempre, con la cámara fotográfica infalible de su portentosa memoria y con lápiz y papel suficiente para hacerse cargo de la narrativa, encaramado en el faro de la presa de la Olla, desde donde tenía el dominio del panorama. Altair y el Caballero quedaron frente a frente y calibraron sus potencias con amagues estratégicos, pero repentinamente el Caballero acometió vertiginosamente a Altair sorprendiéndolo, al grado que rodó por el suelo debido al terrible golpe que le propinaron en plena barbilla, dejándolo casi sin conocimiento. Tuvo que intervenir Sofohan girando alrededor del caballero, logrando que trastabillara y evitando que le propinase el golpe demoledor que acabaría con Altair. Sin embargo, el dragón estaba también alerta y mediante un coletazo puso fuera de combate a Sofohan. Estos momentos fueron aprovechados por Altair, quien recuperó parte de su energía estelar y trató de concentrar todo el poder posible en el corazón de fuego para proyectarlo sobre su enemigo, sólo que el Caballero tenía dispuesta el arma con la que consideraba que el joven atrevido no tendría defensa. Había logrado penetrar en los pensamientos que impulsaban al empecinado rival, advirtiendo que el motor de su vehemencia era el amor puro que sentía por la doncella y lanzó imágenes virtuales que atinaron en el núcleo cerebral de Altair, en las que el Caballero era besado y acariciado descaradamente por la doncella, lo que le provocó una gran zozobra que le hizo perder el equilibrio, quedando completamente a merced del Caballero, quien se dispuso a cortarle la cabeza con la filosa espada que portaba. Casi sin aliento Sofohan miraba desconsolado la escena y pensó que todo estaba terminado. El Cronista no daba crédito al resultado del combate y a la facilidad con la que Altair parecía ser rotundamente vencido.
La espada rasgó el aire, pero sucedió algo totalmente inesperado, de la nada apareció Brudalia, la doncella del campanero, atraída por el imán de la energía vigorosa del amor puro que le profesaba Altair y utilizó uno de los dos poderes que le concedió el Señor de los Espejos, detener el tiempo por un segundo, conferido en el retiro al que la indujo para protegerla, ocultándola en la verdadera cueva de San Ignacio en el interior del cerro de la Bufa, al reparar en el profundo interés que el Caballero Oscuro mostraba por hacerla suya. Fue un lapso suficiente para apartar la cabeza de Altair y que el tajo sólo quedara en un rasguño. La ilusión renovada del joven enamorado fue de tal magnitud, que el corazón lanzó un fuego que abrasó el entorno, evaporando al Caballero Oscuro.
Quianling se lanzó contra el joven confrontando el fuego se sus fauces con el fuego del corazón de un Altair casi desfallecido. Ambos quedaron sin combustible ígneo, pero el dragón volando buscó desplomarse sobre el cuerpo del odiado rival que había eliminado a su amo, sólo que Altair alcanzó a empuñar la filosa espada del Caballero Oscuro y la encajó en el vientre del dragón, alcanzando apenas a liberarse de que lo aplastara el peso del enorme animal.
El Cronista en su mirador disfrutó la victoria de Altair, pero de reojo alcanzó a observar la llegada de Sir Sidney Warane y sus setenta y siete guardias negros. La batalla aún no concluía y parecía venir lo peor.
Concluye pues la parte dos de dos, pero el final de esta historia será hasta la siguiente entrega: El Cronista y la Liberación de Guanajuato. Lo promete el Cronista.