Histomagia

Por causas de fuerza mayor

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Ser maestro en Guanajuato es una satisfacción al ver crecer a tus alumnos, ver su esfuerzo para ser, en un futuro, profesionistas de bien, que sean excelentes ciudadanos y que contribuyan a esta forma de vida en sociedad que hemos tenido durante mucho tiempo, y trabajar para la Universidad de Guanajuato (UG) es sin duda un orgullo pues tenemos un sentido de pertenencia a una de las mejores instituciones del país.

Muchas historias confluyen cuando los académicos llegamos a reunirnos, pues a veces es tanto el trabajo que a veces entre clase y clase en el salón de maestros o solo en las fiestas organizadas por el sindicato hay un poco de tiempo para contar esas historias que nos han parecido relevantes en nuestro ámbito, aunque a veces, son historias que nos dejan reflexionando sobre las posibilidades de que existan otras dimensiones energéticas, otras maneras de comunicarse desde el más allá.

Mi alumno Mauricio me relata que cuando él era pequeño, uno de sus tíos trabajaba en la UG y muchas de las veces a Mau le tocaba quedarse con su tío, por lo que se daba cuenta de que el trabajo del docente es mucho más que el aula, pues mi alumno fue testigo de cuanto trabajo requiere ser docente: calificar trabajos, revisión, correcciones exhaustivas, exámenes, tanto elaboración como corrección, entre muchísimas más actividades de se deben de realizar en tiempo y forma. Mau me dice que ese tiempo él siempre lo aprovechaba para hacer sus tareas de la escuela primaria, pues el ejemplo lo recibía directamente de ese tío a quién aún le tiene mucho respeto.

Pues bien, una de esas tardes noches que su tío estaba revisando trabajos, recibió una llamada de una alumna quien, apurada porque no alcanzaba a llegar a clases, tuvo a bien marcarle y decirle que la disculpara en verdad, que no podría llegar. El profesor, atento a su labor, la disculpó, diciéndole que no se preocupara, que atendiera lo que era necesario en ese momento y que sin falta la esperaba mañana, a lo que ella solo agradeció el gesto del académico, y colgó.

Al otro día, al regreso de clases por la tarde noche, Mauricio estaba como siempre con su tío quien en esa ocasión estaba cabizbajo y mudo, a Mau le extrañó tanto que le preguntó qué pasaba. Su tío le comentó: ¿te acuerdas que ayer estábamos aquí trabajando y que recibí la llamada de una alumna avisándome que faltaría a mi clase? Mau asintió con la cabeza, el tío con la mirada puesta en mi alumno lo tomó de los hombros y desesperado le preguntó mirándolo directamente a los ojos: ¿ella me marcó?, ¿verdad?, ¡no fue mi imaginación! Mauricio sorprendido le dijo que sí, que sí que él estaba de testigo, su tío lo soltó y con la mirada muy triste y casi llorando le dijo: sobrino, la chica que llamó avisándome que iba a faltar, falleció hace días… Mau no podía creerlo. Su tío prosiguió: me dicen sus compañeras que tuvo un accidente fatal, que murió instantáneamente, y que… (aquí hizo una larga pausa) que la enterraron con su teléfono celular, pues ella lo había comprado con mucho esfuerzo, y pese a que estaba ya prácticamente inservible, decidieron tener ese último gesto con ella. Y ¿sabes qué? De ese número celular recibí la llamada, revisé con sus compañeras, no hay duda, quien ayer marcó era mi alumna difunta. El maestro se echó a llorar, no supo qué más decirle a un niño de 9 años que lo miraba atónito, con la carita llena de horror al imaginar la escena dantesca que en su mente de niño se formó. De a poco el maestro se fue calmando y ya sereno, solo tuvo a bien abrazarlo, para no espantar aún más al niño quien horrorizado por lo sucedido, sollozaba sintiendo un miedo que le recorría hasta los huesos, no sabía cómo contener las lágrimas, hasta que, en ese instante, el teléfono celular de su tío comenzó a timbrar, ambos se miraron a los ojos, el maestro tomó el aparato, revisó el identificador de llamadas y sí, efectivamente, quién le marcaba, otra vez, era esa alumna, que son duda seguía desesperada por llegar a una clase a la que no regresaría nunca. El profesor no contestó, sólo atinó a ponerse a rezar el Padre Nuestro, y a pedir por el alma de su alumna. A los diez timbrazos, el teléfono dejó de sonar, como recibiendo esas oraciones con la certeza de que no había sido su culpa el faltar a clases, fueron causas de fuerza mayor. Ambos la bendijeron desde donde estaban y acordaron no hablar de ello nunca más.

Dicen los que saben que estas cosas pasan porque quienes fallecen no se dan cuenta de su muerte, y sus preocupaciones inmediatas son las que hacen que tomen fuerza de quién sabe dónde y logren comunicarse desde el más allá con las personas con quienes ellos creen que tienen que terminar alguna tarea, algún pendiente, por eso es que se presentan físicamente o en llamadas como en este caso. ¿Quieres conocer a Mauricio y te cuente más historias de su tío maestro? Ven, lee y anda Guanajuato.