¿Pepe Le Pew era un acosador sexual?

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Federico Velio Ortega

Por supuesto que Pepe Le Pew era ejemplo de hostilidad sexual, pero hay que precisar que respondía a un valor cultural de su tiempo: el «¿a poco no le vas a decir nada?», que «la palomilla» nos espetaba cuando pasaba una chica, fue una frase de niñez y adolescencia de muchos de nosotros.

Nosotros, niños, no sabíamos que era un mensaje con visos racistas y reforzaba el modelo machista de «galantería».

Por supuesto que representaba algo normalizado. Recordemos las letras de canciones mexicanas: «Me gusta echar su piropo/cara a cara a la mujer/ y no silbiditos tontos/sacados no sé de qué» o «Me he de comer un durazno de corazón colorado, no le hace que sea güerito, será mi gusto y por eso» o «me he de comer esa tuna aunque me espine la mano»… y así por el estilo.

Además, detrás del cliché de que sólo era un zorrillo enamorado y que era así, porque era de París, estaba el estigma yanqui antifrancés: guapos y «galantes», pero apestosos (puant -apestoso- en francés, suena cercano a «pew», por su pronunciación en inglés).Sobre este tema, hay un debate absurdo:

Unos acusan a los otros de ser «de cristal» y de «ofenderse de todo», sólo para jactarse y justificar conductas, valores y actitudes que, en realidad, sí suelen ser ofensivas.

Los otros acusan a los unos de ser los depositarios de conductas y valores lesivas e inadecuadas, mismas que persisten ahora, pero con otras formas (las canciones misóginas y sexistas de «ritmos modernos» son disfrutados como «normalidad» por gran parte de las generaciones contemporáneas).La respuesta hacia las antiguas formas, consideradas ofensivas, discriminatorias o machistas, ha sido prohibir o proponer su prohibición.

Es la otra parte del absurdo.

A la historia, el arte y toda forma de manifestación cultural no se les deben censurar. Lo pertinente es ser críticos y analíticos para tener una interpretación adecuada de esas expresiones y actuar en consecuencia para construir una sociedad respetuosa, tolerante e igualitaria, en un marco de diversidad sexual, religiosa, política y sexual.

Ser educado en esos viejos modelos no nos convierte automáticamente en acosadores, machistas, discriminadores o racista. Que pudo influir en sí serlo, es probable.

Ser educado en la visión contemporánea de la no ofensa tampoco garantiza que ya no habrá acoso sexual, machismo, discriminación o racismo. Que puede contribuir a la erradicación de estas conductas, habrá que verlo.

Reflexionemos y analicemos conductas, no descalifiquemos al otro: esa «generación de cristal», de «débiles y dependientes» (etiquetas nada más), es nuestra descendencia; es fruto cultural y biológico de nosotros.

Dejemos que la cultura y sus expresiones fluyan, que sean la educación y el pensamiento crítico y analítico y no la veda lo que definan qué debe seguir en nuestras vidas cotidianas, qué debe ser sancionado si nos daña y qué debe quedar en el basurero de la historia.