Alegría y tristeza son sentimientos encontrados que reflejan las emociones a las que el ser humano es sometido con frecuencia; esto sucedió cuando “Negrito” regresó a su casa; alegría, porque ahora alguien le ofrecerá todos los cuidados que necesita; tristeza, porque con ella se despide a los verdaderos amigos.
En forma inesperada, sin que lo invitaran, llegó una noche, por sus buenos modales, los vecinos le sirvieron algunas viandas y le permitieron dormir en uno de los pasillos del edificio y ahí permaneció 2 semanas. En el edificio ya era común verlo alegre, moviéndose de un lado a otro al reconocer a las personas que viven en la zona, pero cuando algún extraño se cruzaba en su camino, de inmediato mostraba descontento. En los primeros días algunos evitaban verlo por estar sucio y flaco; después, su presencia formó parte del paisaje en “Las Teresas”; casi se sentía ser el dueño de los alrededores, por ejemplo, al acompañar a los vecinos en las caminatas por la ciclo vía cercana a la colonia, esto lo realizaba libre, libre totalmente, sin cadenas; o cuando acompañaba a la gente hasta la parada del autobús urbano, y después se regresaba solo a su espacio en el pasillo del edificio.
Esta historia, sobre todo, la actitud de los vecinos, hizo recordar el texto titulado “El Puerto del Buen Abrigo”, escrito por la mamá de una periodista – Hilda Anchondo – , donde se relata cómo deben ser tratados todos los que llegan a la puerta de un hogar, con generosidad. Flaco y desvalido llegó “Negrito” y fue tratado con aprecio.
Después, como muestra de la eficacia de las llamadas “redes sociales”, pudo encontrarse con su dueño, o mejor dicho, con su amigo original, un joven al que reconoció de inmediato. Ahora se le extraña.
Sí, alegría y tristeza al mismo tiempo….