Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro.
Georges Clemenceau (1841-1929) Político y periodista francés.
Por traición se entiende una acción desleal cometida contra una persona o un colectivo, que ha concedido su confianza a quien comete la deslealtad. La traición, por tanto, es cometida por alguien que se encuentra en la intimidad de una relación interpersonal, tramando en la oscuridad el desenlace de un engaño para conseguir un fin premeditado, afectando a quienes han confiado en ese traidor potencial. En la cultura occidental, esa terrible acción es personificada por Judas Iscariote y la entrega de Jesucristo a los soldados del Gran Sanedrín, señalándolo con un beso para su identificación y prendimiento. Tan es así, que Dante lo ubica en el centro del noveno y último círculo del infierno y por su traición abominable es torturado por el mismo Satanás, mordisqueándole eternamente la cabeza.
Al interior de un matrimonio, la infidelidad es una forma de traición, constituyendo una deslealtad, una falta a los compromisos contraídos y juramentados libremente durante el protocolo civil y religioso del enlace. En una sociedad mercantil, la violación encubierta cometida por alguno de los socios a las condiciones establecidas en los contratos, con el fin de lucrar desventajosamente, constituye una traición. La divulgación de un secreto confesado a un amigo de confianza, es una traición.
Quien traiciona normalmente tiende a negar la acción cometida y trata de comprobar inocencia, por lo que surgen dudas en el entorno y controversias con respecto a las acusaciones. En estos casos los desenlaces son diversos y van desde el olvido de la afrenta, hasta el surgimiento de resentimientos que pueden conducir a la violencia. Sin embargo, en origen, es el traidor quien se siente excluido de los intereses de un grupo, o siente que sus intereses son más importantes, lo que lo conduce a maquinar estrategias para que estos prevalezcan frente a los desacuerdos. El dramaturgo y poeta español Calderón de la Barca (1600-1681) expresaba que “Siempre el traidor es el vencido y el leal el que vence”. Literalmente, esa frase sólo es factible en un marco de nobleza, pero por desgracia la frase nos enseña que el vencedor puede ser el verdadero traidor y al ganar la partida, darse el lujo de revestirse con la apariencia de lealtad.
En el sistema de normas jurídicas del Derecho, actualmente la traición corresponde al conjunto de crímenes cometidos contra un país por alguno de sus propios ciudadanos, crímenes que se tipifican en el Código Penal, en el cual se determina asimismo sobre las penas correspondientes para cada caso. La traición cometida contra un país, designada como traición a la patria o alta traición, es un delito que constituye una acción desleal en extremo contra una nación o contra sus altas autoridades, actuando alevosamente contra la soberanía, seguridad e independencia de una nación, en servicio de un enemigo.
El caso Dreyfus constituye un ejemplo sustancioso sobre las complejas circunstancias del concepto de alta traición. A finales del siglo XIX, una Francia republicana conservadora se encontraba en condiciones de inestabilidad política y social. Asimismo, en un ejército con resabio monárquico y desprecio republicano, persistía un resentimiento en contra del Imperio Alemán que, en la Guerra franco-prusiana, hacía ya casi 25 años, se había anexado las regiones de Alsacia y Lorena, lo que originó entre los franceses un espíritu nacionalista extremo y curiosamente también antisemita, gracias a un panfleto de profusa difusión, titulado “La Francia Judía”.
El joven capitán Alfred Dreyfus fue declarado culpable de alta traición, al ser acusado de entregar documentos secretos a la embajada alemana en París y condenado a prisión perpetua. En realidad, los argumentos en los que se basó el veredicto militar fueron: encontrarse en el entorno de los hechos, ser alsaciano y judío de origen, en medio de una atmósfera antisemita y resentida. Para su fortuna, investigaciones alternas dieron con el verdadero traidor, si bien Dreyfus sufrió cuatro años de sufrimiento injusto en la Isla del Diablo de la Guayana Francesa.
Así pues, el concepto de alta traición no siempre resulta claro en su apreciación y mucho menos cuando es opacada por circunstancias fuera del orden jurídico, procesal, que contaminan fatalmente la decisión de los jueces. Existen acontecimientos en los que los actos criminales se ajustan claramente al concepto de traición a la patria, como el caso del general Victoriano Huerta quien, nombrado responsable de la defensa de la ciudad de México por el mismo presidente Francisco I. Madero, durante el levantamiento que desembocó en la Decena Trágica, traicionó flagrantemente al presidente conduciéndolo, junto con el vicepresidente Pino Suárez, a su arresto y vil asesinato por los insurrectos.
El delito de alta traición tiene que ver con acciones realizadas en contra de la seguridad de la nación, que como lo indica el Código Penal, comprende maquinaciones de alto nivel por espionaje, sedición, motín, rebelión, terrorismo, sabotaje, conspiración, que en tiempos de paz o de conflicto interno o internacional, repercuten explícitamente en efectos adversos en contra de la patria, esa “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, como la define el Diccionario de la Real Academia Española.
Esa amada tierra natal o adoptiva a la que muchos políticos y militares nos llaman a defender de acuerdo, no en pocos casos, a posiciones ideológicas arbitrarias y caprichosas, muy distintas a la auténtica defensa de la libertad, la paz y la justicia de la nación. Tal vez por la frecuencia de esa opacidad pervertida propia de supuestos paladines, José Emilio Pacheco concibió su poema Alta Traición: “No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas – y tres o cuatro ríos”.
¿Qué hacer cuando en nuestra patria ciertos políticos nos proponen respaldar ideas, que a la larga pueden conducir peligrosamente a acciones graves en contra de la Ley, el Derecho y el sentido común? Pues parece que la intención es banalizar la criminalidad, incluso de la magnitud de traición a la patria, lo que entonces da pie a normalizar cualquier otro tipo de transgresiones a la ley y al orden, excepto cuando los actos delictivos, supuestos o no, sean señalados desde la cúpula del poder. El oficialismo declara reiteradamente, en contra de los propios datos oficiales, que la delincuencia y el crimen están bajo control, y que los criminales también son pueblo. Bajo esta óptica se trata de reducir la importancia, respecto al número de crímenes con violencia y desapariciones forzadas constantes y sonantes en México, que en algunas zonas alcanza niveles de auténtico terrorismo. Pero a la vez puede catalogar de actos abominables, incluso a una opinión vertida en contra del ideario transformador del sistema político actualmente en el poder, azuzando a sus partidarios a operar el linchamiento mediático (y en algunas ocasiones, la prisión preventiva oficiosa)
En abril de el presente año, el pleno de la Cámara de Diputados desechó el proyecto de Decreto para reformar los artículos 4, 25, 27 y 28 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, relacionados con la Ley de la Industria Eléctrica. El proyecto defendido por Morena, no alcanzó la mayoría calificada de 332 votos necesaria para su aprobación. Sólo se obtuvieron 275 votos a favor de un total de 498 posibles. La decisión de 223 votos en contra, emitidos por la oposición al régimen, en plena libertad de opinión con respecto a la aprobación o no de los proyectos legislativos presentados al pleno, fue juzgada con esta joya antidemocrática proveniente de la fracción morenista del senado:
“El presidente Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo; los opositores al presidente, por consiguiente, buscan detener los avances para darle al pueblo de México un futuro más digno”
“Las senadoras y senadores de Morena, estaremos apoyando de manera incondicional al Presidente de la República, quien simboliza los ideales de la nación, de la patria, del pueblo, de la independencia, de la soberanía, de los intereses y del bienestar nacional, por ende, los que se oponen al Presidente de México no son más que un puñado de mercenarios que al ver sus privilegios mancillados, luchan con todo su poder económico para que prevalezca el viejo régimen en el que podrían hacer sus negocios sucios en la obscuridad, Son ¡unos traidores a la nación, a la patria y al pueblo!” (sic).
A la fecha esto sólo puede parecer algo anecdótico, pero la pregunta es si esta actitud política represora irá progresivamente escalando en fuerza, por lo que resta del sexenio. La mayoría no tiene necesariamente la razón, pero sí el peso específico para empujar un émbolo de presión.
Sólo puedo concluir con esta sugestiva frase: “Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”. Alfonso X el Sabio (1221-1284) Rey de Castilla y León.