Desde el Faro

La Comandanta

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“¡En mi casa mando yo!”, decía Doña Pera cuando alguien de la familia desobedecía sus órdenes; casi nadie osaba enfrentarse a su mando, autoridad basada en la experiencia de vida, pero, sobre todo, en el amor.

El trabajo en el campo y el esfuerzo de los quehaceres domésticos forjaron ese carácter fuerte, agresivo como respuesta a las agresiones de la vida. El peso de su doble jornada jamás la doblegó, por el contrario, la hizo contestataria. Con valor defendía sus derechos y los de otros.

En la Sierra Gorda muchos se acercaban a ella para pedirle un consejo, una muestra de aliento; hombres y mujeres eran fortalecidos por sus palabras, irradiaba sabiduría y mucho respeto.

Su figura ya era imprescindible durante la tradicional “topada”, la fiesta con la cual el pueblo de Xichú recibe al año nuevo; ella dirigía el trabajo de las cocineras tradicionales encargadas de darles de comer a los danzantes, músicos, talleristas, y a todos los que participaban de alguna forma en el festejo. Sobre los fogones hervían las ollas de frijoles a las que doña Esperanza les agregaba un poco de “chilcuague”, esa raíz que solamente se cultiva en esa parte de Guanajuato.

“Mira, muchacho, esta plantita le da un sabor muy especial a nuestros guisados, además, también la utilizamos en las salsas”, explicaba con verdadera pasión; igualmente, enseñaba cómo preparar el “quiote”, el exquisito y nutritivo dulce elaborado con el corazón del maguey. “Cuando la planta alcanza su madurez, el corazón se corta, y del mismo modo que la barbacoa, se cuece enterrado con brasas de leña por 3 días, hasta que suelte sus propios azúcares”.

Pero si frente a los fogones su presencia era agradable, en las conversaciones nocturnas, alrededor de la fogata, y con un excelente café, también preparado por ella, su plática, sus consejos eran recibidos con especial regocijo.

Y en el homenaje a los poetas campesinos fallecidos – esa ceremonia tan especial dentro de la fiesta de año nuevo – su voz sobresalía, acompañada por los violines, jaranas y la quinta huapanguera de Los Leones de la Sierra de Xichú, también por las danzas de los concheros y las mojigangas del Valle del Maíz.

Ahora, sus familiares – Guillermo Velázquez, Eliazar, Vincent, Chabe y todos los demás – están tristes, pero no lloran, saben que el cielo y la tierra la han recibido con verdadero júbilo.

¡Hasta luego, Comandanta!