Ecos de Mi Onda

Opción por la democracia

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Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus temores.

Nelson Mandela (1918-2013) Activista, presidente de la República de Sudáfrica.

En política es común escuchar la frase atribuida a Emiliano Zapata: “El pueblo manda y el gobierno obedece”, concepto que parece dar buenos resultados, sobre todo en los tiempos de las campañas electorales, cuando se pregona el acatamiento a la voluntad popular con vibrante emoción, buscando impactar en el electorado, para convencerlo de la honestidad de las promesas, envueltas en aires de humildad. Una actitud en apariencia sincera que se lleva hasta el borde del día de las elecciones. Se ha visto y lamentablemente se ha confirmado en la inmensa mayoría de las veces, que una vez concluida la jornada electoral y con los resultados de las votaciones dados a conocer por los medios oficiales, la actitud cambia radicalmente.

El pueblo manda y el gobierno obedece sigue plenamente vigente durante el ejercicio gubernamental, pero con el sentido ajustado a conveniencias que bien pueden desviarse, y mucho, de la voluntad popular, con el artificio de que ha sido el pueblo el que habló a través de las urnas y que, por lo tanto, el voto popular hace al elegido la encarnación del pueblo, lo que le da derecho a pensar, hablar y actuar por el pueblo y entonces el elegido, responsable del gobierno, tiene que obedecer al pueblo, por supuesto, en él encarnado. La consolidación de un bonito e interesante círculo vicioso.

Las evidencias de esto no corresponden sólo a una determinada corriente política, sino que se ha convertido en una postura generalizada que se aplica bajo pautas populistas, ya de izquierdas como de derechas, con los matices característicos que permiten hasta cierto punto diferenciarlos. Hasta cierto punto, repito, puesto que las ideologías partidistas ya no tienen cabida en tiempos contemporáneos, en los que los políticos han adquirido la capacidad de desprenderse de la piel partidista original, para adoptar nuevos colores, lemas, líneas y modelos de referencia sin ningún pudor, obedeciendo sólo a las necesidades personales de supervivencia y a responder a las oportunidades de los partidos o movimientos, que puedan requerir de su perfil y sus servicios en un momento dado. Por tanto, el populismo no tiene exclusividad, resulta una franquicia peculiar disponible al mejor postor.   

En lo que va de este siglo, la humanidad ha padecido efectos globales impactantes, que no se habían presentado desde la mitad del siglo XX, tras los efectos devastadores de la II Guerra Mundial. Algo fuera de serie fue la pandemia de Covid-19, que para México tuvo un costo de alrededor de 800 mil defunciones; otro efecto de impacto imprevisto fue el huracán Otis que azotó las costas de Guerrero, provocando daños devastadores en el puerto emblemático de Acapulco. En estos últimos meses han sido las continuas olas de calor, enmarcadas en el fenómeno de calentamiento global y cambio de clima, lo que han producido temperaturas récord en extensas regiones del país, así como sequías sin precedente histórico, con riesgos muy serios para satisfacer el consumo y la realización normal de las actividades humanas fundamentales.

En nuestro país, no podemos soslayar la violencia desatada que lleva a un registro que puede alcanzar los 200 mil asesinatos dolosos en el sexenio del 2018 al 2024, como tampoco obviar el incomprensible deterioro de los servicios de salud del país, llevado más allá de toda perspectiva congruente. Pero los políticos siguen proclamando que el pueblo manda y el gobierno obedece.

Ha sido evidente durante esta temporada de campañas electorales, claro, además de los gastos de cientos de millones de pesos del erario, consumidos en una propaganda hueca y carente de sentido, la falta de proyectos de desarrollo de los candidatos a los puestos importantes de orden ejecutivo o legislativo en juego, lo que le impide al elector contrastar entre propuestas elaboradas y dispuestas oportunamente para su análisis reflexivo. En cambio, nos han saturado con banalidades extremas cargadas de dolo, pero no así del sustento necesario para darles credibilidad y anexarlas debidamente a una carpeta curricular que le pudiera servir, así fuera mínimamente al elector como referencia.

En medio de acusaciones, ofensas, arrebatos, indiferencias, ocurrencias, el elector ha sido empujado a estar pendiente de los memes y mensajes amarillistas que desbordan las pasiones, que uno tras otro presentan en forma chusca o dramática las últimas noticias sobre fraudes, corrupciones, complicidades, genealogías, ideologías, creencias, deslices familiares, errores, vestimentas, videos, fotos, conversaciones telefónicas, opiniones, de los políticos protagonistas, en medio del regocijo de los operadores de los bandos, ante la ingenua credibilidad que generan en los medios las falsas noticias, producto de manipulaciones burdas, o algunas otras de bastante calidad logradas mediante inteligencia artificial, desviando vergonzosamente la atención sobre lo que la sociedad mexicana debería estar seriamente ponderando: la solidez de las opciones como vías de selección convincentes, de acuerdo a la escala de los criterios del elector.

En realidad, parece que la clase política considera al elector mexicano como una persona ingenua y fácil de manipular, si se le ofrecen los argumentos certeros que le generen emociones viscerales de antipatía y resentimiento sobre los bandos contrarios. Así, la clase política se ocupa con pasión de crear estereotipos funcionales, sumando adeptos que difícilmente cambiarán de opinión, independientemente de los razonamientos que se ofrezcan para verificar las conveniencias propias de las determinadas opciones, creando aliados incondicionales.

Por supuesto que, a estas alturas de la campaña electoral, la cual está a horas de cerrar su período, para la mayoría de los electores, quienes piensen en forma contraria a la suya, serán considerados automáticamente como enajenados irreflexivos. La estrategia política funcionó y produjo en el país otro fenómeno inédito, una división hoy irreconciliable entre la ciudadanía mexicana, dividida en dos grandes facciones: los partidarios del movimiento oficialista encabezado por el actual mandatario y los oponentes al régimen. Lamentablemente, ha sido el mismo ejecutivo federal quien se ha afanado en diseñar el modelo del adversario político, porque así lo ha denominado en sus Mañaneras y que se aplica sin discusión, a todo aquel individuo que manifieste el mínimo desacuerdo con respecto al desarrollo de su gestión y de sus ideas de gobierno, lo cual a su vez ha servido para que el mismo mandatario haya amoldado el prototipo de un gobernante obcecado, incapaz de aceptar un error, provocador, insolente, resentido, calumniador y mitómano.

Esto lo convierte en un presidente que no gobierna para todo el país, sino sólo para aquellos que no sólo coinciden con sus ideas, sino que lo ensalzan al límite de proclamarlo como el mejor mandatario de la historia reciente de México. Todo ciudadano fuera de este contorno es etiquetado como conservador, neoliberal, corrupto, reaccionario, pelele, e incluso, traidor a la patria, ante el alborozo de los partidarios que le festejan sus desplantes, llevados cínicamente al grado de constituirse en franca ilegalidad, como promotor del voto para la candidata oficialista, bautizada por el mismo mandatario como su corcholata, utilizando para ello, incluso, los programas asistenciales como carnada.

De acuerdo a las encuestas, las opciones se centran básicamente en Claudia Scheinbaum, candidata oficialista de la coalición Morena, PVEM y PT, y en Xóchitl Gálvez, candidata de la alianza PRI, PAN, PRD. Sin la presentación de un diagnóstico amplio y detallado del estado de la Nación y sin un proyecto definido que señale las vías operativas para atender y resolver los cruciales problemas que obstaculizan el desarrollo armonioso de nuestro país, con los datos disponibles sólo podemos tratar de interpretar ciertas tendencias inerciales que nos aporten algo de información significativamente orientadora.

En el caso de la candidata oficial, claramente basa su argumentación en convencer a los electores de la buena marcha del país, bajo el movimiento transformador obradorista, autoproclamándose como la constructora del segundo piso que consolidará el desarrollo de México, bajo la pauta irreversible encauzada por el liderazgo moral del ejecutivo actual. Esto sólo es aceptado por los seguidores del oficialismo, ya que la proclama de los buenos resultados no se sostiene con los hechos, que revisados a partir de las mismas fuentes oficiales indican incontrovertiblemente malos resultados en seguridad, salud, educación y generación de empleo bien remunerado. Asimismo, la candidata carga desde ahora la responsabilidad de lidiar con un paquete de propuestas presentadas por el presidente (a semanas de dejar el mando) ante el poder legislativo, con disposiciones anticonstitucionales referentes a militarización, debilitamiento del poder judicial y fortalecimiento de un sistema centralista.

Por su parte, la candidata opositora tiene que afanarse en prometer que no terminará con los programas asistenciales, sino que incluso los mejorará, así como de tratar de echar abajo los argumentos oficialistas de la buena marcha del gobierno actual, tratando de persuadir a esa gran fracción de partidarios del oficialismo que lo creen como acto de fe, a pesar de las claras evidencias en contra.

Así pues, la opción democrática no puede consistir únicamente en el voto, que aparentemente legitima al elegido para actuar de manera discrecional en todos los aspectos de gobierno. La sociedad civil está obligada a ir más allá y construir las vías democráticas, que le permitan integrarse formalmente en las decisiones gubernamentales, con órganos ciudadanos especializados que participen de manera honorífica en la vigilancia del cumplimiento de los lineamientos de gestión. La forma de atajar decididamente la corrupción es presentar a la ciudadanía los proyectos de desarrollo, participar en el visto bueno de su viabilidad y pertinencia, en la asignación de los recursos para su operatividad, así como monitorear el avance y conclusión de las obras y servicios puestos en marcha, con objetivos garantizados para promover un genuino desarrollo social.

La opción democrática no se limita al voto, ni se descarga en una personificación, así haya sido elegida por mayoría abrumadora. La democracia es participativa, si no, no es democracia.