Desde el Faro

AKIRA ZENZEI ALCANZÓ LA PAZ

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En Guanajuato se le recordará mucho tiempo

La estuvo buscando durante los últimos meses de su vida, y por fin, el maestro de la filosofía zen, alcanzó la paz; alejado de todas las cosas materiales se dedicó a meditar, a buscar el verdadero sentido de la vida, parecía vagar sin rumbo, pero en realidad solo deseaba estar en armonía con el universo.

En varias ocasiones sus ex alumnos pretendieron “rescatarlo” de su aparente estado de abandono, rechazó todo tipo de ayuda. Ya sin fuerzas, fue llevado a un hospital, ahí relató parte de su vida en Guanajuato. Los recuerdos de las visitas a la casa de Pepe Araujo, las tardes con Juan Carlos Vázquez y “El Chato” Anaya en un café de la Plaza de la Paz; su amistad con Gorky González, José Chávez Morado y Lola Lince fueron temas frecuentes, parecía que esos momentos eran para él muy importantes.

También recordó a sus alumnos, y el tiempo en que ofrecía clases de karate en la cancha “Arturo Larios”, y por supuesto, las clases de filosofía Zen. Durante una semana estuvo en el hospital; en ese lapso repasó parte de su vida; luego, permaneció 30 días en un asilo ubicado en León, hasta encontrar la paz que tanto deseaba.

El Maestro Akira en Guanajuato

Una tarde lluviosa de 1967, un joven delgado y de abundante cabellera llegó a Guanajuato pensando estar en Guadalajara; la confusión fue aclarada después cuando varios estudiantes le insistieron: “maestro, está usted en otra ciudad”.

El joven, originario de Japón, tenía como destino la Perla Tapatía, que un año después sería subsede del torneo olímpico de futbol, era fotógrafo de un diario nipón; pero nunca llegó allá. La historia es contada por varios alumnos del maestro Akira, quienes aseguran que su maestro de karate “era algo especial”.

El adjetivo “especial” se entiende, porque siempre evadía las preguntas cuando las personas pretendían conversar con él acerca de su vida privada, respondía otras cosas; nunca hablaba de sus conocimientos de arte, o del motivo por el cual dejó de ser maestro de karate para enseñar la filosofía zen en la Universidad de Guanajuato.

Alfredo Ceseña , “El Gordo” Olalde, Alfredo Escalera, Miguel Angel Macías y Juan José Araujo, entre otros, coinciden en la anécdota de esa tarde en que por equivocación el joven japonés llegó a Guanajuato para quedarse por siempre.

“Tuvimos que enseñarle un mapa de México y decirle que aunque las palabras Guanajuato´ y ´Guadalajara´ tienen una fonética parecida, son 2 ciudades distintas”, dice Ceseña.

“Fue una experiencia extraordinaria formar parte del grupo del maestro Akira, recuerdo por ejemplo, que nos hacía repetir los ejercicios muchas veces y por semanas enteras, además, de repente golpeaba nuestro estómago para ver si teníamos fuerza en el abdomen; era el tiempo en que recibíamos clases en un pequeño espacio que se ubica atrás de la Basílica de Guanajuato; luego, nos trasladamos a la Cancha de Cristal, donde el grupo ya era como de 40 alumnos”, señala el arquitecto Ceseña.

Olalde, quien ahora vive en Ashland, Oregon, dice: “con Akira me enamoré del karate, gracias a él la práctica de esta disciplina me cambió la vida, porque es algo sublime, no solo es tirar golpes, es amar al prójimo y a uno mismo”.

Para Olalde también fue una decepción que el maestro Akira decidiera, después de 6 años, irse de Guanajuato, las causas se desconocen, algunos de quienes fueron sus estudiantes aseguran haberle escuchado decir “amor duele mucho”, esto, semanas antes de que saliera de la ciudad; el caso es que se fue.

En esos primeros 6 años de su estancia en Guanajuato, el maestro, además de impartir clases de karate, pintaba acuarelas y óleos, ninguno de los entrevistados supo decir con exactitud en qué museos de los Estados Unidos, expuso, pero todos coincidieron en señalar que sus trabajos “eran magníficos”. En esa época, Akira hizo amistad con el ceramista Gorky González y el pintor José Chávez Morado.

Luego, se fue, sus ex alumnos aseguran que se fue a los Estados Unidos, a aprender la filosofía zen; pero él lo negaba: “conocí Brasil, Chile, Perú y Bolivia, pero no estuve a gusto, siempre me acompañó el recuerdo de Guanajuato, su tranquilidad, el trato amable de la gente, y regresé para reencontrarme con los amigos de siempre “, dijo una de esas noches de café en la Plaza de la Paz.

Regresó y jamás volvió a dar clases de karate, también se olvidó de la pintura.

“Cuando volvió, a la primera persona que buscó fue a mí, me pidió que lo acompañara a la casa del maestro Ernesto Schafler, que daba clases en la Escuela de Filosofía, fue tanto el gusto de la esposa del maestro Shafler, que al verlo, corrió a darle un abrazo, y al hacerlo, rodó sobre una escalera; la señora solo sufrió algunos raspones; así quería la gente al maestro Akira”, asegura Alfredo Ceseña.

A partir de entonces comenzaron sus clases de filosofía Zen, que ofrecía en el Mesón de San Antonio.

Por esos 50 años de vida en la capital del estado, sus exalumnos, que ahora son destacados políticos, abogados, doctores de la ciencia, artistas, trabajadores del volante, lo recordarán por el resto de sus vidas.