A: Alejandro Márquez Aguayo, mi gran maestro y amigo
Guanajuato es una ciudad que ha recibido muchísimas personas a lo largo de su historia, es impensable una Ciudad Universitaria sin profesores y alumnos, son quienes le dan vida a la Universidad y a la ciudad misma. Muchos nos quedamos aquí enamorados de la tranquilidad nocturna de las madrugadas, de la vista espectacular de los cerros cada mañana, sobre todo en tiempos de lluvia donde los riachuelos bajan entre los cerros, haciéndonos ver que la vida sigue, pues cada año los cerros, esos cerros antiquísimos, reverdecen.

Diría que lo mismo sucede con los personajes de población flotante que son los estudiantes y algunos profesores que llegan y hacen lo que por milenios se ha hecho: te muestran el camino a seguir, son la luz que acomoda el caos de tu mente y tu corazón. Para mí son ángeles que te manda Dios para guiarte hacia donde irás, y luego ellos siguen su camino aquí o en otros lados…y ese ángel que confió en mí y que me dio la fuerza para seguir en momentos en que no sabía hacia dónde ir, fue mi maestro Alejandro. Él ha muerto, pero la ahora Facultad de Filosofía y Letras aún lo ve caminando por los pasillos y salones pegando las impresiones en hojas de papel bond de los poemas y fragmentos de textos de Jorge Luis Borges, aún lo ve explicando con una paciencia infinita la importancia de la Literatura Grecolatina, o sonriendo malévolamente al pegar esas hojas esperando que nadie se enterase de quién era el alma en pena que daba a conocer a los novatos al padre del Realismo Fantástico.
Ahora que ya no está físicamente, sé que siempre estará por aquí, porque para él, quienes tuvimos la suerte de conocerlo, sabemos que su estricta y a la vez fascinante manera de hacernos críticos de todo, del lenguaje, de la obra literaria, de la historiografía de la literatura, de la historia misma, del devenir histórico de los humanos y de nosotros mismos, fue, ha sido y será la manera en que trabajamos a lo largo del tiempo y la distancia en esa labor loable que es la docencia.
Los que saben dicen que cada uno haya su lugar, uno llega desde tierra lejanas y cada uno sabe a dónde pertenecer, y él sin duda, pertenece siempre fue un espíritu libre que viajó y viaja ahora por el tiempo a donde guste estar, porque eso eran sus clases y pláticas para mí: un invaluable viaje a donde menos te imaginaras. Sé que él se quedó un poco aquí, sé que ahora estará un poco confundido de dónde está, pero también sé que pronto recordará que la libertad, no está en los títulos, ni en los aplausos, la libertad está en saber y saber pasar el conocimiento a otros, la otredad. Pero su camino lo empezó aquí, en esta ciudad que lo vio crecer como el gran maestro y ser humano que es.
La magia sí sucede en Guanajuato. Cada espíritu y alma que pasa por aquí se enamora al menos de su viento frío aún en verano, ese que baja de la sierra y que te comunica si va a haber lluvia o sólo una ligera ventisca y así puedas recibir la lluvia o el viento que, a decir de Mario Benedetti: “se lleva cosas, cosas que quiero borrar”.
Entonces, aquí uno viene a reconocerse y a ayudar a otros a que lo hagan, a encontrarse entre tantas almas y a coincidir como espíritus que se reencuentran y que se verán desde tiempos inmemoriales hasta lo que nos depare el futuro en la vida y en la muerte. Esos seres, esos ángeles, dejan pedazos de su alma y siguen su viaje formando parte del universo infinito. Yo lo sé, mi amigo sigue aquí en mi corazón y sé que lo veré algún día cavilando por la calle Positos, o en la Biblioteca Central, o en Valenciana.
Gracias Alejandro. Descansa en paz, entrañable compañero, ya nos veremos pronto, amado amigo.
Y no necesito decirlo: sé que él de vez en vez, en su libre albedrío, viene, lee y anda Guanajuato.
