En un pequeño salón, las cuerdas graves y al mismo tiempo, suaves del violonchelo, y la poesía se unieron para crear un ambiente íntimo, propicio para el deleite. De las cuatro cuerdas brotó la Suite no. 1 de Bach, mientras Flor Bosco leía los versos de su texto “La Carne Sigue”. Poesía y buena música, la combinación perfecta para presentar un libro.

Con su lectura, Flor Bosco hizo transitar a los oyentes entre la belleza, el horror y la crueldad, los enfrentó a encontrarse a sí mismos, a reflexionar y dudar incluso de sus acciones y pensamientos; en una parte del poemario, su voz dijo: “los inquisidores de ojos amarguísimos y su costumbre de domesticar, de derramar el veneno de su dios/ en su poda encarnizada tienen el buen tino de encontrar herejías debajo de cada piedra…”.
Una pausa, y Cristina Ponce Torres logró recordar al público que Bach creó sus obras para los oídos de Dios, al interpretar esta suite escrita hace 300 años, y que al paso del tiempo se ha convertido en la pieza que todo chelista siempre ambiciona interpretar.
Luego del preludio, la voz de la poeta volvió a escucharse: “ronda de niños rotos sin su caja de miel/ una joya podrida. Entre los dedos, ojos faltos de lumbre/ los buitres de cuello blanco oran con sus lámparas vacías. Alegan suicidio en un tono indescifrable…”.
Y las cuatro cuerdas continuaron elevando eso que la gente llama “espíritu”, y con ello, el público, muy receptivo, escuchó más y más versos del poemario publicado por Ediciones La Rana. “Un insistente ‘diosmío’ sobrevuela. Como un obsceno descuido, los pies del sacerdote/ Llenando el templo con mi falda yo, confesando lo propio de una que no se da cuenta…”.
Así fue como se escuchó, mejor dicho, se vivió en la Biblioteca del Congreso de Guanajuato, el poemario “La Carne Sigue”, un texto que se debe leer y releer, si es con la presencia de Bach, mejor.