El viento llega a Guanajuato, poquito antes de que inicie el Festival Internacional Cervantino (FIC). De hecho, cuando el aire frío abraza la ciudad, sabemos que debemos abrigarnos mientras los turistas de otras latitudes llegan primaverales a ver la arquitectura y los espectáculos culturales que han hecho de la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Un amigo mío, que ahora ya vive en CDMX, me cuenta que cada vez que ve anunciado el FIC, lo remonta a una experiencia que tuvo en las calles de abajo -dice- de Guanajuato. Me cuenta que una de las veces que vino en plena temporada del Cervantino, como es costumbre cuando la gente viene, se quedó paseando por las calles, callejones y plazas ya muy entrada la madrugada. Quienes vivimos aquí sabemos que en esas fechas de octubre la ciudad prácticamente no duerme, sobre todo los turistas que con aguas espirituosas sobreviven las madrugadas embebidos también en pláticas y convivencias sanas que con su algarabía deciden hacer de la ciudad la entrada de la cultura, sin saber que debajo de esta ciudad hay otra donde te asalta el pasado, sus memorias aparecen en cada espacio, en cada estilo colonial que donde se pueden ver de vez en vez algunos espectros o fantasmas asomándose por las ventanas o ventanales viendo el río de gente que pasa por dónde antes pasaba el agua, porque la curiosidad mueve a los extraños a esta ciudad a entrar a la subterránea para poder admirar cada piedra y cada arco que sostiene a Guanajuato sobre ese otro que es evidente se encuentra detrás de los muros de cada arco cerrado en la subterránea.
Pues bien, me dice mi amigo que una de esas veces que anduvo paseando por las calles y callejones, se le ocurrió bajar a la subterránea, pensó que tal vez estaría fuera un momento de la fiesta cervantina que arriba permitía que el viento los contagiara con la alegría del festival. Y así lo hizo. Bajó por los escalones ahí afuerita de Bancomer, y la algarabía se escuchaba de hecho, cuando bajó, alcanzó a ver a un grupo de personas caminando por la subterránea, el ruido y el eco lo llevó a los límites de su paciencia, y esperó un poco para que esos intrusos, para él, se adelantaran, pensó que iba a ser imposible estar solo ahí abajo.
Poco a poco el ruido de esa gente se diluyó en las luces pardas de la calle, él comenzó entonces a caminar y a ver la hermosura arquitectónica de los arcos, solo, él y su alma, o eso pensó, se dieron un momento de silencio, sólo interrumpido in mente por sus cavilaciones donde pensaba es ese otro Guanajuato, ese que está enterrado, ahí donde antes había puertas por las que entrabas a las casas a las cocinas, a los patios, supuso.
Silencio. Volteó a su alrededor y le extrañó que ese lugar se haya quedado callado, tan callado, que sólo atinó a oír que unos pasos se le acercaban, saliendo de su ensimismamiento, esperó a ver quién era el intruso que se atrevía a romper su contemplación de la escultura que es esta ciudad. Y entonces lo vio, o las vio. Sí, azorado vio cómo unas piernas vestidas de manta pasaron corriendo ante sus ojos y se metieron a un arco emparedado que Dios sabe a dónde daría. Sí, sólo eran unas piernas, como si hubieran quitado el torso con brazos, manos y cabeza, esas piernas corrían, pasaron ante él dejando una fragancia como a flores. Estupefacto no atinó a qué hacer. En segundos, su instinto de supervivencia lo ayudó y aterrado, al darse cuenta de lo que había visto, se dio la vuelta y emprendió la huida corriendo tan rápido esperando que ellas no lo siguieran, corrió y escaleras arriba regresó a la Fiesta del Espíritu que seguía a todo lo que daba en las calles de la ciudad. Mi amigo, se sentó en una de las bancas próximas, nadie lo miraba, nadie sabía lo que él, que en Guanajuato somos muchos los que vivimos aquí, pero muchos más los que han muerto y son registro de la memoria de los difuntos, esas almas quedan impresas en los muros, en las casas, en las plazas, en los ventanales que son los ojos de las casonas del centro, esas almas deambulan por todos lados en este lugar, aunque no estén enteras.
Dicen los que saben que no hay ley para que las apariciones sean completas o no, ellas se aparecen a su contentillo, ¿quién dice que sólo los cuerpos completos pueden estar vivos en la muerte? Tal vez sus partes fueron robadas, o sus tumbas fueron profanadas, igual siguen buscando esas partes quitadas, robadas, perdidas. Son almas perdidas que siguen presentes desde el pasado.
Aquí suceden cosas extrañas, y quien viene aquí, sabe que, a lo largo de la ciudad, el viento y los fantasmas construyen su propio cielo, de hecho, sí, Guanajuato sí es un lugar cerca del cielo, y en verdad es el cielo para esos que pasean por aquí vivos o muertos. ¿Quieres conocer el lugar donde esas piernas caminaron? Ven, lee y anda Guanajuato.