Cuando llegué a Guanajuato, la belleza de la ciudad me impactó: para mí era increíble que las calles fueran tan chiquitas, que la subterránea tuviera ramajes emparedados que daban no sé a dónde, que hubiera sido un río, que los cerros protegieran y encauzaran el agua de lluvia a la ciudad, esos cerros la han mantenido por siglos, así como sus minas, las profundidades de la tierra que le han dado y dan minerales aún para poder seguir siendo una de las ciudades más hermosas del país.

Cuando recién llegué alguien me habló de las almas que paseaban por las noches en los callejones, me dijo que las plazas se llenaban de algarabía espectral por las noches, y que esas almas solas se mezclaban entre los vivos que pernoctaban en las calles en las madrugadas bohemias que permitían, en ese entonces, hablar las más de las veces con los muertos itinerantes de siempre, esos que saben convivir con los vivos noctámbulos adictos al viento frío de la sierra y a su ulular al bajar por los callejones y atravesar ventanas y puertas.
En verdad no creía que Guanajuato fuera una ciudad tan cosmopolita, una ciudad como mosaico que mezcla las almas solitarias vivas y muertas. Hasta que pude hablar con una. Yo pensé que era una persona normal, de hecho, se veía así, pero me di cuenta de que nadie realmente con vida podría evocar con tanta nostalgia y tristeza los tiempos pasados.
La vi una noche en que esperaba a mi entonces novio Juan. Estaba sentada en una banca de la plazuela del Ropero, esto después de que me asustaran en la casa del Tecolote donde vivíamos, ya no quise volver a ver a ese hombre que bajó las escaleras y le pedí un café, pensando que era Juan, y nada que Juan sale por la misma puerta y pues la verdad no quise revivir ese susto. Así que mejor lo esperaba abajo y ya subíamos juntos para evitar confusiones con los muertos que habitaban esa casa del antiguo camino Real de la vieja entrada a Guanajuato.
Volviendo al alma sola que escuchó mis penas, esa noche, como era octubre, la algarabía del Cervantino se vivía en las calles, cuando los grupos musicales, la gente de teatro, los artistas pintores, músicos, en general convivían con las personas en las calles, así que me senté en la banca del fondo afuera de la imprenta que estaba ahí, esperando al Juanón, en eso vi que una persona corta de estatura vestida como con harapos se iba acercando a la banca, había espacio para sentarse, así que bueno, llegó y se sentó a un lado mío. Como siempre comencé a hacerle plática, pero esta personita no me contestaba, sólo atinaba a voltear a verme con unos enormes ojos llorosos, pensé que acababa de pelear con su novia o alguien pues, y yo tarda ni perezosa en el afán de darle consuelo, le empecé a contar mis sinsabores en esos menesteres de mis relaciones pasadas e incluso de la actual de esa época, ella solo escuchaba, pero mantenía la vista hacia el suelo, volteaba de vez en cuando, y eso sí, miraba con insistencia la parte de arriba de la casa antigua que rodea la plazuela. De hecho, ahí vivieron mis amigos Mónica, Ada y Alejandro Márquez (t), mi amigo que recién falleció en septiembre, así que hubo un momento en que ante la insistencia, interrumpí mi relato y le pregunté si le gustaba la arquitectura de la casa, ella sólo me miró, se puso de pie y caminó hacia la casa, hacia la pared, yo pensé que quería tocar la cantera, el trabajo de cantera que aunque la casa es antigua el trabajo es espectacular. Lo juro, sólo parpadee un instante y esa personita desapareció, sí ante mí desapareció, pienso yo que se metió entre los muros de la casa, porque igual cuando estaba viva ahí vivía y extrañaba su lugar. En verdad siempre pensé que era un turista cervantino más, pero no, era el alma sola de esa casa.
Recuerdo que algunas veces fui a visitar a mis amigos que vivían en el segundo piso en una casa derruida en algunas partes, pero habitable aún, esa casa era de techos altos y su adornos arquitectónicos en los redondeles de los techos de los cuartos, era bella aunque estuviera en esas condiciones, creo que la casa tenía alma, o tal vez era esa personita que me sólo me miró esa noche y yo pensando que me escuchaba, ahora creo que ella ahogada en su penar de soledad sólo esperaba que me fuera para entrar a su casa, pero como me quedé decidió entrar ante mí.
A veces, cuando paso por ahí, volteó a la parte de arriba que era el cuarto de mi amiga Mónica, ahora casada con Roberto y vive en CDMX, y creo ver entre las viejas cortinas esos ojos grandes que miran el pasar del tiempo y de la gente afuera de su casa, casa que no abandonará jamás, aunque esté sola. ¿Quieres conocerla? Ven, lee y anda Guanajuato.