Llegó el ogro antimexicano y asumió el control de nuestra agenda pública apenas fuera reconocido su segundo triunfo, a pesar de todas las acusaciones en su contra y de estar a punto de pisar la cárcel por atentar contra las instituciones de su país.
Y es que desde el 5 de noviembre llevamos hablando de Donald Trump, nuestro ogro, y de las medidas antimexicanas que ha venido lanzando: el incremento de los aranceles y la renegociación del T-MEC, la ampliación del muro fronterizo a más de 2 mil kilómetros, la amenaza de deportaciones masivas a ilegales o infractores, la calificación de terroristas a los cárteles mexicanos con todo lo que ello implica y la repatriación de industrias estadounidenses instaladas en nuestro territorio. Y mucho ojo con lo que ha dicho de recuperar derechos sobre el Canal de Panamá y no se le ocurra cobrarnos el derecho de vía del corredor Interocéanico (el legendario Alfa-Omega), siendo el único que financiara el gobierno de su país de todo el paquete de megaobras impulsadas por AMLO en el primer piso de la llamada “4T”.
Paradojas de la historia, el ogro antimexicano llegó a segunda victoria gracias a la fuerza electoral ascendiente de los descendientes de México y otros países de América Latina. Lo escribimos: cuando los mexicanos tuvieron la posibilidad de inclinar la balanza electoral en la nación que los ha discriminado por décadas, éstos aumentaron las preferencias hacia su peor verdugo.
Y así llegó, como un verdugo que amenaza con deportaciones masivas, con criminalizar a cuanto mexicano quiera ingresar a su país, estigmatizado de narco, ladrón, violador o criminal común, y ha ido más a fondo, acusando a los gobiernos de nuestro país de proteger a los cárteles traficantes de estupefacientes y de las caravanas migrantes que ingresan a territorio estadounidense para envenenarlos o quitarles el empleo a sus connacionales.
Aún se debate en varios foros por qué los mexicoamericanos decidieron votar por Donald Trump y no por Kamala Harris, sin tener una conclusión contundente, dado que el consciente político electoral de los nacidos o naturalizados siempre ha sido pendular, entre las preferencias a los demócratas y los republicanos, aunque históricamente habían optado por los primeros.
Claro está, ese sentir tiene réplicas en México, donde no faltan los y las Lillys Téllez que aplauden la ofensiva contra nuestro país, al nivel de apuntalar que ya era hora que los Estados Unidos eligieran a alguien menos tibio que Joe Biden para advertir a nuestro gobierno que no admitirían “una dictadura”, como la oposición de la derecha más recalcitrante ha pregonado desde que inició el debate por las reformas al Poder Judicial y la desaparición de los organismos autónomos.
Ahora creen que será Trump quien reponga “los equilibrios” políticos en México, por lo que ya vienen preparándose con varios nuevos partidos y precandidatos de izquierdas (Lorenzo Córdova) a derechas (más allá del PAN), pero perdiendo la pista de su agenda política en lo social, donde la población tiene otra subconciencia colectiva.
Aplauden a rabiar el discurso antimexicanista del empresario Trump porque creen, en una lógica simple, que nuestro país sí requiere un intervencionismo tipo Plan Colombia, un Plan México, que tenga como fin detener a los grandes capos y desarticular a los cárteles, aunque la violencia en nuestro territorio se mantenga igual o peor (consideren el abuso de autoridad y todas las arbitrariedades en la imposición de dicha estrategia en el país sudamericano), sin tocar un ápice en la producción y tráfico hacia los Estados Unidos siga intacto.
Más aún, la ultraderecha mexicana escala los ataques por medio de algoritmos en las plataformas del Atlas Network y “X”, antes Twitter, propiedad del próximo vicepresidente Elon Musk, así como de foros como la Conferencia Política de Acción Conservadora que ha dado a conocer el impulso de un capítulo mexicano del Partido Republicano, teniendo ya a dos posibles candidatos, el empresario Ricardo Salinas Pliego y el actor y productor Eduardo Verástegui.
Un ambiente complejo que advierte tiempos difíciles en la próxima relación Claudia Sheinbaum- Donald Trump. Pero, mucho ojo, a diferencia de como inició la comunicación política, en forma reactiva frente a las declaraciones de Donald Trump, la presidenta mexicana ha rectificado para bien: dejó de caer en provocaciones mediáticas, dejó de minimizar las amenazas y sus efectos y, por supuesto, ha marcado altos a los excesos discursivos del republicano contra México. Ya hay un cambio en la estrategia de cómo hablar y negociar con Donald Trump radicalmente distinta a cómo se manejó en el pasado, pues cuando menos ya no se considera “amigo”.
Contra lo que algunos quisieran, al menos entre varios dirigentes políticos oficialistas y opositores, coinciden en que para fortalecer la posición de Sheinbaum se necesita dejar el tono polarizante del aparato de propaganda oficial, que se ponga fin a las confrontaciones internas y convocar a cerrar filas para hacerle frente a las ofensivas del próximo mandatario estadounidense.
El 3 de junio de 1996, luego del primer año de un complicado “efecto Tequila” desatado por el error de diciembre de 1994, el entonces aspirante a dirigir el PRD nacional, Andrés Manuel López Obrador denunció que se fraguaba un golpe de Estado contra el entonces presidente Ernesto Zedillo promovido por los grupos duros de las fuerzas armadas y por intereses estadounidenses. “Está en marcha un proyecto para deponer al presidente Ernesto Zedillo, inspirado y promovido desde el extranjero y vinculado a grupos políticos y económicos que traicionan al régimen para apoderarse del país, esencialmente de los yacimientos petroleros”.
“La defensa de las instituciones y rechazo a la renuncia presidencial”, escribió López Obrador en La Jornada en el cual convocaba a un acuerdo político y de unidad encaminado a una transición democrática, debido a las señales de un presunto golpe de Estado en contra de Zedillo. (Desde entonces la historia en la relación del expresidente más neoliberal y el expresidente más neopopulista cambió la correlación de fuerza y el mapa político de México, pero esa historia es otra que se debe contar).
En la actualidad, la problemática es distinta y nunca se ha planteado ni de cerquita una ofensiva contra nuestra presidenta, aunque sí el riesgo de injerencismo en nuestro territorio so pretexto de calificar a los narcos mexicanos de “terroristas”. Por ello, la primera señal de concordia entre opositores y oficialistas representados en el Congreso de la Unión parece positiva. Al grito de “la Patria es primero”, Rosa Icela Rodríguez y los líderes parlamentarios nos dieron un anticipo navideño de que la esperanza de un llamado a la unidad nacional sí es posible, aunque muchos apuesten por lo contrario.
Contacto: [email protected]