Una noche antes recibió la invitación, y acostumbrada a ser independiente, de inmediato hizo los preparativos. Aunque vivía en el mismo pueblo de sus padres, su casa estaba aparte; era una joven moderna, incrustada en una sociedad pueblerina, a nadie pedía opiniones sobre su forma de vivir, esto le provocó recelos, envidias.

Tal vez, como en ninguna otra parte del mundo, aquello de “pueblo chico, infierno grande”, ha tenido más resonancia en esa comunidad del norte de Guanajuato, donde a ella todo le recriminaban, pero su carácter dulce, un tanto ingenuo, todo evadió.
Esa tarde, María José buscó gustosa a sus amigos que ya la esperaban para ir a la sierra. A pesar de su juventud, era una experta en la aventura; en su historial aparecían viajes al sur de los Estados Unidos y a varias partes de la República, el mundo era pequeño para ella.
En unos segundos todo cambió; sus compañeros de aventura tardaron varios minutos en localizarla; su cuerpo estaba varios metros fuera de la cinta asfáltica. La rescataron, en un hospital la operaron de emergencia; dos semanas después, luego de avisarle que serían necesarias varias operaciones más para que sus piernas recuperaran movilidad, con una risa cristalina respondió
– Lo volveré a realizar -. Triunfó su pasión por la velocidad, el motociclismo.