Histomagia

Varas

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Bonita luce la ciudad de Guanajuato en estos tiempos en donde las hojas de los árboles son parte del paisaje urbano y suburbano y que nos recuerdan que, en esta región, el frío es nuestro acompañante sempiterno.

Desde los tiempos antiguos, en las mañanitas pintadas con el viento frío de la sierra, es cuando salen las señoras a barrer la banqueta afuera de sus casas, aquí es la parte del callejón o plaza que te toca. Esta práctica, aunque ahora poco común, nos trae como recuerdo el sonido del vaivén de las varas raspando el suelo, en busca de alguna basurilla que quisiera escapar para, danzarina en el aire, contarnos las historias de los vivos que ya se nos han adelantado en la ciudad.

Me cuenta mi amigo Omar que cuando él era pequeño, quien siempre barría su pedazo de callejón ahí en Corazones para poner lustre a ese histórico callejón situado detrás del Museo del Quijote, en pleno centro de la ciudad, era su abuelita, hiciera un vendaval o lloviera con fuerza aun granizo, ella con paciencia esperaba que amainara un poco y hacía su tarea con tanta conciencia que en verdad parecía que esa parte del callejón brillaba.

Me dice que todas las noches, su abuelita les hacía su café con leche o chocolate para que el frío disminuyera en sus frágiles cuerpecitos de niños y les contaba historias que ahora reconoce son ecos del pasado que dan la certeza de que otros, esos otros, son quienes construyeron esta enigmática ciudad. Y sí, ella les dio la conciencia de respetar cada camino, vereda, calle o callejón, que los antepasados construyeron para poder hacernos la vida más fácil, por eso, decía: “lo menos que podemos hacer es mantenerlo limpio”.

Pero el inexorable tiempo pasó y su abuelita murió hace más de 30 años en pleno octubre, en la fiesta Cervantina en la ciudad. En verdad la extrañaron, le lloraron tanto, que se olvidaron sin querer de barrer el callejón, y no se dieron cuenta hasta que una madrugada fría y solitaria se escuchó una escoba de vara, primero tímida y luego con feroz vaivén arrastrando las hojas que caían de la Camelina que aún vive en ese callejón. Sorprendidos y con temor, Omar y su mamá se asomaron por la ventana y ahí la vieron, ahí estaba su abuelita su espíritu haciendo lo que por años tuvo de habito: barrer y mantener limpio el callejón. Cuando ella se dio cuenta de que la veían, calmó su vaivén en una parsimonia casi melódica y paso a pasito caminó por fuera de la puerta de la casa, mientras su hija rezaba desesperada porque pudiera ya encontrar la paz en el reino de los cielos. Tanta fue la fe de la mamá de Omer, que en cuanto su abuelita pasó por esa puerta, en vez de entrar a la casa o de quedarse en el callejón, su espíritu se esfumó en un pequeño remolino llevándose las flores y hojas de la camelina escarlata viva aún. Omar y su mamá lloraron de la emoción de saber que su abuelita ya descansaría en paz.

Cuentan los que saben que los humanos somos gentes de hábitos, que si en verdad en esta vida te gustaba hacer algo con pasión, si no tienes paz en el otro lado, regresarás buscando realizarte por medio de esas actividades que hacías en vida. No sé, yo espero que al morirme, no regrese para nada ni por nadie ni por nada, porque ya en esta vida he pasado tanto que mejor a descansar en paz, así como alguna vez soñé: acostada en el lecho del océano, escuchando el ir y venir del agua azul casi abismal que me arrullaba. ¿Quieres conocer el callejón de Corazones? Ven, lee y anda Guanajuato.