Museo del Café

Paquita la del Barrio y el fan de la Industrial

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Era enero de 1999, Palenque de la Feria de León. Conste que fui ahí por cuestión laboral —como buen reportero disciplinado— a cumplir una orden de trabajo de reseñar un concierto de Paquita la del Barrio como parte del convenio de publicidad con el Comité de la Feria.

Ahí, en el palenque, las damas y las damitas llegaron muy formales, con sus mejores atavíos, como para decir: “mírame qué tal estoy” o, en su caso, “esto te estás perdiendo, inútil”.

Y la bienvenida fue contundente con una retahíla de adjetivos: “rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida, te odio y te desprecio”.

 Ante tantos calificativos, levanté la mirada y vi cómo miles de mujeres coreaban la canción, acompañadas de osados caballeros que con nervios reían como para decir “se la están cantando al ex”.  Pero, no, ellos eran los aludidos (y también la prensa):

Rata de dos patas, te estoy hablando a ti; porque un bicho rastrero, aun siendo el más maldito, comparado contigo, se queda muy chiquito.

Le dije a Kafka que ni a Gregorio Samsa, cuando despertó convertido en insecto, le fue así: maldita sanguijuela, maldita cucaracha que infectas donde picas, que hieres y que matas.

Los inútiles escuchábamos y veíamos cómo las demás coreaban cada canción para dirigirse al sexo fuerte.

La variedad en el palenque con Paquita la del Barrio como estelar duró 2 horas con 40 minutos. Fueron 38 canciones y 12 veces repitió “¿me estás oyendo, inútil?”. Recibió 10 ramos de flores y ese reportero que reseñaba los conciertos de la OSUG, que acudía a escribir sobre la ópera presentada en el teatro Juárez o que acudía a las topadas huapangueras de Xichú tenía que ser un libro abierto, que escribiera muy bonito.

Cada canción era una historia de desamor:

Tú que me dejabas, yo que te esperaba, yo que tontamente, siempre te era fiel. Desgraciadamente, hoy fue diferente, me topé con alguien, creo que sin querer.

Y como éramos hombres de negocios y todo lo queríamos con socios, tres veces nos engañaron: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer.

Paquita y sus seguidoras cantaron que no son letra de cambio ni moneda que se entrega, que se le entrega a cualquiera como cheque al portador. El coro femenino resonó y la dedicatoria era para los señores que además de pagar movilidad, pasajes, cervezas y cena, eran transformados en cheque en blanco:

Pero qué mal te juzgué: si te gusta la basura, pero mira qué locura, pero para ti está bien. Pero qué mal calculé: yo te creía tan decente y te gusta lo corriente, por barato; yo que sé.

Pero también había para nosotros y nuestros dolores. Ah, cómo no cantar a ese Amor Perdido, si como dice que vive dichosa sin mí; que viva dichosa, quizá otros besos le den las caricias que yo no le di (¿me están oyendo, María Luisa Landín y Pedro Flores?).

O también recordar a las que conoce las calles palmo a palmo, pues es “una brújula sin rumbo, un reloj sin manecillas, una Biblia sin Jesús y una lámpara sin luz”.

Pese a todo, hubo momentos de amorosidad:

Invítame a pecar:

quiero pecar contigo;

no me importa pecar

si pecas tu conmigo.

Invítame a pecar,

hazme que olvide penas;

no me importa el lugar,

llévame a donde quieras:

Invítame a pecar,

invítame o te invito;

quiero estar junto a ti,

quiero sentir bonito.

Ah, como para acordarse del “Triángulo de las Bermudas”, como se conoce a los moteles de la salida a Silao (me han platicado de ellos).

Luego regresó a las puyas:

Gracias, te agradezco tu cumplido y sin hacer tanta bulla, te suplico que también me saludes a la tuya.

Yo me hice el educado y ella cantó: si estás queriendo conmigo, atáscate ahora que hay modo; piérdeme el respeto, déjate de cosas y hazme —te lo ruego— las proposiciones más indecorosas. Remató: Piérdeme el respeto, mi querido amigo, que muero de ganas porque se apapachen tu cuerpo y el mío.

Nos deleitó con “Urge”, de Martín Urieta: urge una persona que me arrulle entre sus brazos, a quien contarle de mis triunfos y fracasos, que me comprenda y que me quite de sufrir.

Ya para entonces iban cuatro cervezas y recordé que también estaba urgido, pero eso el reportero, que debe mantenerse incólume para no perder la objetividad, se olvidó de la regla y coreó “El último trago” y, como remate, “Camino de Guanajuato”, de José Alfredo Jiménez.

La vida de Paquita la del Barrio comenzó llorando, nació en la pobreza, su primer hombre resultó casado y con hijos, otro la engañó con más mujeres. Hasta el final de sus días se reconcilió con la hermana con la que entró al mundo de la cantada.

Óiganme bien, inútiles: la vida comienza siempre llorando y así llorando se acaba. Y si les ofende este texto, me recuerdan a la suya.

Hasta siempre, Paquita. Tú eras la del Barrio, yo soy el de la colonia Industrial.