Histomagia

SER INEXPLICABLE

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Cuando en Guanajuato oscurece más temprano y comienzan a desatarse los vientos fuertes, la lluvia o llovizna, el olor a tierra mojada hace que recordemos a nuestros ancestros, sobre todo en los caminos de piedras o adoquines e incluso los de terracería donde los árboles y plantas aprovechan toda el agua que cae como bendiciones, y a veces, de los árboles no sólo caen hojas, ramas o frutos, porque aquí, en este lugar mágico, pueden caer cosas la mayoría de las veces imperceptibles e indescriptibles.

Me cuenta mi amiga Pau que en estos días lluviosos la ciudad aprovecha y lava sus pisos; en los campos o jardines los seres indefensos como perritos y gatitos se esconden para guarecerse de la lluvia, incluso los tlacuaches y demás animalitos, pero lo malo es que también seres oscuros, seres malvados que hacen de los arboles y cuevas su hogar, porque de ahí toman y guardan su energía para seguir existiendo en la obscuridad, también salen a respirar.

Pau me narra que esta semana como siempre, cuando sale de su trabajo, pasa por un camino arbolado que la lleva a su casa ahí por el Carrizo.

Esa tarde ya estaba por oscurecer, y como se sabe, con la sombra de los árboles se oscurece más pronto. Al pasar por arboleda ella saluda a los árboles para agradecer el oxígeno, sombra y vida que nos dan, siempre, siempre antes de llegar a su casa donde está un pirul enorme, frondoso, con sus ramas enormes, hermoso, se detiene a darle un saludo preferencial, pues lo había visto crecer desde pequeño. Y sí lo saluda con más ímpetu como si fuera su familiar (planta que te cuida de las malas energías) porque ella sabía que es necesario para cada ser humano tener de aliados a las plantas que, dicen los que saben, nos cuidan desde tiempos inmemoriales.  

Me dice que ya con el cielo parduzco, cuando iba a tocar el tronco del pirul vio somo una figura pequeñita bajó rápidamente del árbol, pensó que había sido alguna ardilla o tlacuachillo, se detuvo y ladeó su cabeza para ver atrás del tronco del árbol y confirmar si era un animal o no. No lo hubiera hecho.  

Lo que vio fue algo que la dejó inmóvil con sus ojos fijos en ella. Eso era una cosa rara ahí en el piso que le regresaba la mirada en los huecos negros que tenía donde deberían de ir sus ojos, era como una especie de figurilla como las de barro prehispánicas que tenía sus manos sólo huesos, estaba tan absorta viéndola que ambas -la cosa y ella- inmóviles no hacían ningún movimiento como si de ello dependiera su vida.

Mi amiga no quiso quedarse parada ahí y cuando por fin decidió seguir su camino, al primer movimiento que Pau hizo para caminar, esa figura, abriendo una boca descomunal donde sólo se veía la oscuridad profunda, se desvaneció con un grito que parecía un aullido, en una sombra que se filtró lentamente por el suelo, en la base del tronco del pirul.

Aterrada, Pau apresuró su marcha para llegar a esconderse de lo que hubiera sido que vio en la seguridad de su hogar y cuando llegó a su casa su mamá le preguntó que qué le había pasado, que estaba preocupada, porque ya casi era la media noche, ya no sabían qué hacer ni a dónde ir a buscarla. Mi amiga no podía creerlo, para ella sólo habían pasado si acaso 5 minutos no las 5 ó 6 horas que decía su mamá. Se abrazaron consolándose, una porque ella no llegaba y Pau por el miedo de lo ocurrido que ni tarda ni perezosa le contó todo.

Asombrada, su mamá la dejó terminar su relato y le dijo que cuando ella era niña esa cosa se aparecía en los terrenos que en aquél entonces estaban desiertos, apenas se empezaban a construir las casas y pensó que ya con el caserío se había ido, tal vez habría ya buscado su luz, le dijo, pero ya vi que no. Le dio un té y una medalla de San Benito, para que la lleve siempre con ella.

Dicen los que saben que a pesar del tiempo que pasa en nuestras vidas, los seres inexplicables que se aparecen en los campos usan los árboles o plantas para vivir porque sus lugares de origen los hemos invadido los humanos, por eso es que incluso en cada casa, en casa construcción que se habita se debe de pedir permiso para entrar y como se dice: “se entra bajo el propio riesgo”, porque el libre albedrío es lo que nos hace humanos y lo que nos hace, a veces, equivocarnos al pasar sin permiso a las construcciones alquímicas que nos dan techo y nos salvan de las inclemencias del tiempo.  Así debemos pedir permiso a los árboles y decir que les tenemos respeto a todos los seres que vivan en ellos.

Pau tuvo que aprenderlo así, y pienso que al saludar al árbol con su entusiasmo le daba más energía a esa cosa para seguir ahí, en ese pirul que ahora es su casa y una inevitable vecina de mi amiga. ¿Quieres conocer a Pau? Ven, lee y anda Guanajuato.