Museo del Café

La Apertura de la Presa de la Olla: crisol de generaciones

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“Tradición inventada” que disfrutan propios y extraños y chicos y grandes

La imagen es sustancialmente la misma desde 1750: cuando hay abundancia de agua, abren las compuertas de la Presa de la Olla para limpiar el río Guanajuato, que cruza la ciudad, hoy convertido en drenaje.

Si cada año es lo mismo, ¿qué encanto tiene para miles de personas que desde temprano caminan cuesta arriba por el Paseo de la Presa y buscan el mejor lugar para ver la ceremonia: autoridad municipal y estatal en turno dan una señal y caen cascadas de aguas semi cenagosas que sueltan una brisa con olor a rosas, pero en lodo, mientras una banda de música toca “Sobre las olas”, del santacrucense Juventino Rosas.

Cualquier profano podrá preguntar qué sentido le hallan a una feria de pueblo, a comer garnachería y media, participar en juegos simples, subirse a un carrusel y escuchar música. Eso, empero, tiene su encanto, una magia que amarra para acudir cada año a presenciar esa rueda sin fin, ese dejá vú que tiene casi siempre una lluvia vespertina, para regresar empapados a casa, pero satisfechos.

Escena 1

El Paseo de la Presa se convierte en escenario de peregrinación. Infantes y personas mayores van con paso lento, acompañados por padres y jóvenes, rumbo a ese gentío que invade al parque Florencio Antillón.

Llegaron hasta el frente y los sentaron en las jardineras. Algunas familias les llevaban sillas plegables. Así se expresaron estas personas, gigantes de la tradición:

Carolina Chávez es de la ciudad de Guanajuato y fue colocada el frente por su parentela. No dijo su edad, sólo se remitió a comentar que desde que tenía tres años acudía la ceremonia, a la que calificó como “bonita tradición”. Para ella, acudir a la apertura de la presa implica una forma de reconocer a Guanajuato.

Ramón Gómez vive en Irapuato, pero es de Dolores Hidalgo y a sus 70 años es la primera vez que acude a la fiesta: “hermoso, es algo precioso recordar tanta tradición que tiene esta apertura”. Miraba embelesado el rugido de la cascada.

Y no era la única persona mayor ni primeriza que disfrutaba la tradición. También lo hacía Sabina Cruz Carrizosa, de Oaxaca, que aprovechó para conocer una ceremonia diferente a las muchas que tiene su estado: “cosa tan hermosa”. Y al preguntarle qué sintió al ver la caída del agua, respondió emocionada: “amor en mi pecho y en mi corazón y en mi mente; dije ‘¡Dios mío, qué cosa tan hermosa!’”.

Ma. Inocencia Aguilera Luna tiene 72 años y acude a la fiesta desde que tenía 18 años. Explica que le ha gustado llevar a sus nietos. Es de Santa Rosa de Lima, “allá por Dolores”. ¿Qué siente con esta fiesta?: “Ay, pues una emoción muy grande. Diosito ya nos dio licencia de volver a estar aquí”.

Y la pregunta de rigor: ¿por qué si cada año es la misma imagen de ver abrir la presa, por qué seguir viniendo?:

“Pues porque es una tradición y yo lo que no quiero es que mis niños y mis nietos la olviden, que siempre estén”.

Un dato que por pertinencia no se le comentó es que la Apertura de la Presa surgió como una medida técnica y con el paso del tiempo, a finales del siglo XIX, cuando el gobierno de Porfirio Díaz modernizó, urbanizó y embelleció la zona, el acto se convirtió en ceremonia y se inventó la tradición. Cito al historiador Eric Hobsbawn:

“La ‘tradicion inventada’ implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado”.

De fondo sonaba “Sobre las Olas”, del santacrucense Juventino Rosas y a la Presa se va a disfrutar y emocionarse, no a teorizar y menos cuando en ese momento el gusto por la tradición estaba siendo transferida a su hija y sus nietos.

Ramón Gómez, Ma. Inocencia Aguilera Luna y Sabina Cruz Carrizosa.

Escena 2

Datos oficiales dicen que fueron unas 15 mil personas las que acudieron a la fiesta. Por cuenta de las autoridades, decenas disfrutaron aguas frescas y “guacamayas”.

La apertura de las compuertas de la Presa de la Olla, dice la información oficial, “tiene más de dos siglos de historia y representa no sólo el desagüe del agua contenida, sino la renovación simbólica de la ciudad, el reencuentro con sus raíces”.

Añade que “la historia de esta tradición se remonta al siglo XVIII, cuando se construye la presa entre 1741 y 1749, como una solución ante la escasez de agua que sufría la ciudad”.

Y remata: “Esta tradición forma parte de las fiestas en honor a San Juan Bautista y San Ignacio de Loyola, declaradas Patrimonio Cultural Intangible de Guanajuato desde 2013”.

Pues yo no esperé a que las brochetas de camarón, los tacos de tripa, las pizzas hawaianas, los churros rellenos con cajeta, los mamones y los pay de queso, los esquites y las gorditas de nata sean declaradas Patrimonio Cultural Intangible (pero calóricos y de olor riquísimo). Estuvieron de lujo. Un tepache frío sirvió para acelerar la digestión.

Corté camino por un callejoncito que está a un lado del edificio de Finanzas, quemé calorías con esos escalones que parecían interminables, para llegar a la Carretera Panorámica y ver que miles de personas disfrutaban, valiéndoles queso que la tradición sea un invento. I’m sorry, Eric, people don’t care about your theories.