El espacio de Escipion

El Mayo dejó con las ganas… a los opositores

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Lo cierto es que la expectativa se mantuvo tan alta como la niebla sobre los nombres prohibidos. Desde aquel juicio contra Mario Aburto Martínez, donde la nación aguardaba una revelación que nunca llegó, el país no había presenciado tal tensión en torno a los silencios de un personaje. Se esperaba que El Mayo, como figura central de innumerables relatos y leyendas, entregara una confesión que cimbrara los cimientos del poder. Sin embargo, su declaración fue parca, calculada; la cortina de silencio permaneció intacta, y los opositores, junto con quienes imaginaban largas listas de cómplices y jefes, quedaron una vez más con las preguntas sin respuesta.

Así como Aburto jamás pronunció el nombre de Salinas de Gortari, desatando décadas de especulación y mucha literatura y producciones de ficción, El Mayo eligió resguardarse en la sombra de lo no dicho. Las esperanzas de escuchar los apellidos ilustres y los cargos elevados que, según muchos, habrían permitido o alentado sus actividades, se desvanecieron en la sala.

Las palabras aguardadas, las revelaciones ansiosas y los secretos tan pesados como la historia misma, continuaron siendo parte de ese territorio de mitos e intrigas donde la verdad y la ficción se rozan, pero nunca se abrazan.

No dijo más, pero dijo mucho, nomás hay que ponerle nombres y apellidos: “Durante 50 años he dirigido una gran red criminal… Desde el principio y hasta el momento de mi captura he pagado sobornos a policías, militares y políticos en México que nos permitieron operar libremente…”. 

La escena es conocida y se repite con matices a lo largo de América Latina: un capo confiesa, se despliega un dispositivo judicial y mediático, y tras bambalinas, los mecanismos del poder y el dinero continúan en marcha. La reciente confesión de “El Mayo”, como antes sucedió con prominentes figuras de los cárteles de Medellín y Cali, parece satisfacer a las autoridades estadounidenses: 15 mil millones de dólares para impedir la pena de muerte. No es solo el relato de un individuo que lideró una vasta red criminal durante medio siglo, sino la culminación de un proceso calculado donde la confesión de culpa no solo implica la asunción de responsabilidades, sino que activa resortes financieros y políticos de gran alcance.

De 1980 a 2024, El Mayo Zambada habría transitado por las tinieblas y los corredores de poder, extendiendo la sombra de la corrupción hasta los rincones más altos de la administración pública. No es cualquier cosa: son siete sexenios, una gran crisis de la deuda externa, varias devaluaciones, el cambio y el retorno del modelo de política económica (del populismo al neoliberalismo y el regreso al nacionalismo revolucionario).

Su declaración, por escueta que parezca, abre un abanico de posibilidades e incógnitas: ¿quiénes recibieron esos sobornos? En la lista caben —sin distinción de colores o siglas— candidatos, diputados locales y federales, alcaldes, gobernadores de, al menos, cuatro estados de la República, y, en el imaginario colectivo, la pregunta más inquietante: ¿Titulares de la Presidencia de la República?

Esa incógnita quedará, por ahora, suspendida en el aire, reservada entre expedientes y rumores, custodiada por la expectación de una sentencia futura.

Por supuesto, ese silencio calculado no solo frustró a quienes esperaban un escándalo con nombres y apellidos, sino que dejó un mensaje entre líneas: la historia del poder y la corrupción está lejos de ser una calle de un solo sentido.

Los opositores y detractores, ansiosos por ver a sus adversarios en el banquillo de los acusados, pasaron por alto que los tentáculos del dinero y la impunidad han alcanzado todas las orillas del espectro político. Treinta años de sobornos y pactos clandestinos no distinguen colores ni siglas, y la Mayiza —esa marea interminable de dólares— ha salpicado a figuras de todos los bandos, sin excepción.

Así, la expectativa de un desenlace explosivo se transforma en una incómoda reflexión colectiva: el entramado de complicidades no se puede deshilvanar sin que las propias filas de los indignados queden también expuestas. Lo que muchos esperaban como una bomba mediática se revela, en cambio, como un espejo: el poder, la corrupción y el silencio han sido patrimonio común, compartido y disputado por generaciones de quienes han transitado los pasillos de la política nacional.

Dicho de otra forma, señores de la oposición, sus canicas se están agotando y no han logrado construir algo alterno que realmente compita, salvo esperar el auxilio del Tío Sam como última carta. La pregunta que flota tras el telón de los escándalos y silencios es si han entendido la magnitud del vacío en sus estrategias.

Porque al final, lo que muchos soñaban como un “momento Wikileaks a la mexicana” terminó siendo un karaoke de Pirulí: “Me quedé con las ganas, tú bien sabes de qué”. Y sí, la oposición se quedó con las ganas… y con el vacío. Porque más allá de los escándalos, su proyecto político sigue dependiendo más del guiño de Washington que de una propuesta sólida para el país.

La expectativa estaba tan alta como la neblina sobre los “nombres prohibidos”. Pero no: la función terminó en susurro.

El escenario político, lejos de ofrecer alternativas sólidas, revela la fragilidad de quienes apuestan todas sus fichas al desgaste ajeno y no al fortalecimiento propio. Así, el relevo tan esperado sigue sin materializarse, y la esperanza de cambio se aplaza, supeditada a factores foráneos —quizás a la mirada, la presión o el guiño del norte—, mientras las bases nacionales permanecen huérfanas de liderazgos capaces de articular un verdadero contrapeso.

Enero de 2026 asoma en el horizonte como el mes donde, quizás por primera vez, la voz de El Mayo deje de ser eco y se vuelva estruendo, destapando nombres y apellidos de quienes entretejieron, desde el privilegio y el poder, la red que llevó al Cártel de Sinaloa a la cúspide del crimen organizado en América Latina. Hasta entonces, la verdad seguirá habitando en ese difuso territorio donde la historia se escribe con silencios y la justicia se alimenta de incertidumbre, pues ésta siguen haciéndose con tinta invisible: la corrupción no se confiesa, se administra.

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