Guanajuato no es una ciudad sólo para venir aquí y ser turista, no, no es así; vivir aquí es aprender que, aunque sea el pasar por aquí te deja enseñanzas diferentes, lecciones de vida y de muerte que piensas no existen. Sus jardines, sus lugares recónditos escondidos entre callejones y plazas, son los que dan testimonio de el ir y venir de los espíritus y fantasmas agradecidos con Cuévano por mostrar costumbres y tradiciones mágicas tanto de los vivos como de aquéllos que siguen en el más allá y perviven, coexisten desde las sombras con todos aquí.

Me cuenta mi amiga Martha que cuando ella estaba en la preparatoria, el compadre de su papá murió de manera repentina por un ataque al corazón en plena labor del campo. Ahí quedó muerto a un lado de su caballo que seguía pastando como si nada, porque, me dice, que ese señor en verdad era una persona amargada con todos pese a la riqueza que tenía. Su mirada era airada, se sentía superior a los demás, era alto, delgado, vestía siempre como vaquero, fuerte pese a su delgadez, tanto que a sus 65 años seguía trabajando sus tierras. Triste el final que tuvo.
Ella me cuenta que lo extraño de ese deceso es que la familia de inmediato se dio a la tarea de sepultarlo, fue una misa rápida, de menos de media hora, así como su sepelio, y ni hablar de la velación, no la hubo, así que la funeraria sólo presentó el cuerpo en el templo y de ahí a sepultarlo en el panteón de Santa Paula. La familia de mi amiga fue una de las pocas que estuvo presente en la misa y en el sepelio dado el compadrazgo que los unía, así que Martha no se pudo librar de ese evento. Me cuenta que al principio todo se era normal en la misa, pero conforme avanzaba la ceremonia, el ambiente se tornó extraño de repente apareció una niebla como si hubieran quemado incienso de más; de pronto ella vio al señor finado sentado muy serio a un lado de ella, curiosa se le quedó mirando como preguntándole qué hacía ahí y por qué no estaba en la caja de muerto, el espíritu del muerto sólo atinó a verla con una mirada triste y ante sus ojos en un pestañeo desapareció. Asustada por lo ocurrido, todo el tiempo se quedó siempre junto a su papá para que la protegiera de ese señor que ahora mostraba una tristeza infinita, ahora sí como sabiéndose muerto, sin riquezas ni nada ni alguien ni algo.
Pasó ese día y ya comenzando la rutina de los días, cada noche Martha sentía que no estaba sola, sentía que alguien la seguía dentro de su casa, afuera, en la escuela, en la calle, por la ciudad. Volteaba a ver quién la podría seguir y nada, no había alguien ahí detrás de ella. Hasta que una noche, al estar arreglándose para salir, vio por el espejo el reflejo de ese señor sentado en su cama con la misma ropa y mirada que reflejaba su pena de ya no estar aquí, sólo que esta vez se veía como entre sombras que lo envolvían como queriendo desaparecerle su existencia, y cuando ese señor le murmuró: “no se preocupe, yo la estoy cuidando” el terror se apoderó de mi amiga Martha quien gritó tan fuerte que su papá de inmediato fue a auxiliarla, la abrazó y le preguntó qué le había pasado. Ella ya cansada de esta situación le narró cómo desde el día de la misa de cuerpo presente, el compadre la seguía a todos lados y que eso la hacía estar asustada, pero que hace segundos le había hablado diciéndole que él la cuidaba. Ya no lo podía soportar más. Su papá le dijo que ya no temiera que eso se iba a acabar en ese momento.
Desesperado por lo ocurrido, el papá fue directo a cortar una vara de membrillo lo suficientemente gruesa, la peló y limpió y se dirigió, a esas horas casi la media noche, al panteón Santa Paula. Llegó e inexplicablemente la puerta al abrirse produjo un chirrido que le heló hasta los huesos, pero no iba permitir que el terror lo invadiera, era más el amor a su hija y con pies de plomo entró al panteón dirigiéndose directamente a la tumba de su compadre. Frente al sepulcro con la vara comenzó a darle de chicotazos diciéndole una sarta de maldiciones y amenazándolo con que si no dejaba en paz a su hija iba a lamentarlo por toda la eternidad, pues había roto el vínculo sagrado del compadrazgo que los hace parientes no de sangre, pero sí de respeto y confianza eternas, así que desde ahora él podía castigarlo sin miramientos por haber perseguido a su hija con esas apariciones lamentables donde nada ni nadie lo iba a librar de pagar en su alma errante todo el mal que hizo en vida. Y así estuvo un muy rato. Cansado y ya casi amaneciendo, el papá de mi amiga regresó a casa y le dijo a Martha que no se preocupara que ese asunto ya estaba resuelto, que ese señor no volvería a molestarla y así fue. Desde esa noche el difunto jamás se ha aparecido, hasta la fecha.
Dicen los que saben que romper un vínculo sagrado es lo peor que un alma puede hacer, porque en la ruptura está la penitencia eterna, el castigo eterno. En este caso de que un muerto te persiga, el ir a su tumba y azotarla con vara de membrillo logra intimidar a ese ser y lo recluye en su tumba para que pueda si quiere irse a donde le corresponda o quedarse eternamente en su sepulcro, por eso es que, cuando vas a un panteón, debes de tener cuidado de no pisar las tumbas, ni hacer algo que les haga sentirse enfadados porque puede ser que te sigan como a mi amiga Marta. ¿Quieres conocerla? Ven, lee y anda Guanajuato.