El viento viene, el viento se va… por la frontera.
Manu Chao (1961) Cantante y compositor francoespañol.

Rescoldo inflamable
Tiempo perverso,
flotando en el multiverso,
rumor inquieto
sobre un concepto obsoleto.
El tiempo de la paz
ya se va quedando atrás
y ya va siendo olvidado
como cosa del pasado.
Se nos quemó hasta el hollín,
negruzca huella del fin,
de una época curiosa
que fatalmente nos endosa
la tragedia del presente,
en este mundo doliente,
tan escaso de paciencia,
pervertido por la ciencia
de última generación,
puertas de la percepción
hacia la vida sin alma,
una conciencia que palma
sin clamor en el desierto,
sin música en el concierto.
Lo macabro de un acuerdo
que nos secuestra el recuerdo.
La fetidez del talión
El reportero describe la guerra,
recordando que los búfalos fueron exterminados en las praderas
desde el siglo pasado.
No fueron los nativos indígenas,
fueron los colonizadores civilizados.
¡Calla! resulta demasiado cruel la narrativa,
bien sabes que las comparaciones son odiosas.
Nosotros fuimos los agredidos,
ellos transgredieron brutalmente nuestras reglas,
se atrevieron a cruzar los umbrales
en los que cortésmente los manteníamos confinados.
Son unos lobos disfrazados de ovejas.
No entendemos porque el mundo no advierte el camuflaje
del espeluznante Goliath el filisteo,
ansioso de apagar las luces de la estrella de David.
No levantamos campos de exterminio,
no les hemos tatuado la piel
con la numeración de los convictos.
¡Pero el mal se encuentra en la cepa!
y todos sabemos lo que eso significa,
teniendo de nuestro lado al dios de los ejércitos
que dicta las cláusulas cabales de una nueva génesis:
Ama a tu dios y córtale el prepucio a los gentiles.
La moderna Babilonia ha dado el visto bueno,
los nativos no tienen cabida en la tierra prometida.
Es ridículo pensar en crímenes de guerra,
cuando se tiene en la mente un centro de turismo.

Casualidad – sincronía
Nunca nos habíamos visto,
pero ya nos conocíamos,
nos dimos cuenta de inmediato
al flotar sobre la misma ola.
Nos embriagamos con el mismo vino,
las palabras no importaban
en contraste con las sensaciones
de la reciente coincidencia.
No nos sorprendió la armonía,
roce de las manos
y brillantez en los ojos.
Puntitos indiscretos luminosos
lampareando un furtivo camino
hacia la conclusión de un vaticinio,
inminente atracción de los imanes
bajo la sombra del árbol de la lluvia.
El canto de gorriones en la madrugada,
al asomar el sol del nuevo día,
me hizo recordar que yo te conocía
desde todos los siglos y milenios.
Por eso fue imperioso retomar el camino
con el cruce cordial de las sonrisas
y con una promesa sin palabras
de algún día volver a mirarme en tu mirada.