En febrero pasado expusimos que este 2025 era para un gran lucimiento político, cultural, antropológico y hasta popular para el gobierno de la Ciudad de México, siendo este heredero de las luchas populares y representante de una de las expresiones de la izquierda social. Pero nos equivocamos: tanto los 700 años de fundación de Tenochtitlán como los 40 años de los sismos de 1985 pasaron prácticamente de noche, desangelados, sin la proyección mediática y sin el contenido político que esperábamos.

En vez de aprovechar estos momentos históricos para fortalecer la identidad y el tejido social de la ciudad, las autoridades optaron por una postura discreta que dejó a muchos ciudadanos con la sensación de que se perdió una valiosa oportunidad para reflexionar y dialogar sobre nuestro pasado y presente y, sobre todo, marcar mensajes políticos precisos de la jefa de Gobierno en un momento crítico de su gobierno, tanto por los crímenes de dos de sus cercanísimos colaboradores, Ximena y Pepe Muñoz, como porque una trágica eventualidad se presentó en días recientes en la demarcación que es su nicho político: el pipazo en el puente de la Concordia en Iztapalapa.
¿Fue falta de iniciativa y de visión? ¿Por qué nadie del equipo de la jefa de Gobierno, Clara Brugada, ¿olfateó la necesidad de replantear cómo conmemoramos los hitos que han marcado a nuestra sociedad, para no dejar pasar la memoria ni el aprendizaje que estos eventos nos ofrecen?
Del caso de los 700 años mejor ni hablar, porque no pasó del folclor turístico de siempre. Y sobre los 40 años del 85, el “recuerdo” se distinguió más por la descoordinación institucional que por la memoria. Actos públicos mal difundidos, organizaciones sociales históricas ignoradas, dos eventos políticos desangelados con “personajes icónicos” que ya no emocionan ni a sus propias familias, y una asistencia tan raquítica que parecía reunión de exalumnos mal convocada.
Para colmo, lo que en 1986 era una sola marcha de damnificados y voluntarios solidarios hoy terminó fragmentado en al menos cuatro movilizaciones masivas: la Convención de la Ciudad, el Bloque Urbano Popular y el Valle de Anáhuac, el Comité de Organizaciones Sociales y el Parlamento Permanente Metropolitano del Valle de México. Si lo que querían era demostrar división y apatía, lo lograron con honores y evidenciaron ausencia de operación política, lo cual ahora multiplica interlocutores y sus agendas de demandas. ¿Dónde estuvo la Secretaría de Gobierno? ¿Y la oficina de Concertación política más allá de evitar que ingresaran camiones? ¿Y existe aún la oficina de Tomás Pliego?
No es cualquier cosa, porque, por un lado, el 19 de septiembre en una fecha emblemática porque el mismo día, hace ocho años, volvimos a sentir el coraje de la tierra con una nueva sacudida; una coincidencia nos recuerda la importancia de estar preparados y reforzar las estrategias de prevención y respuesta ante desastres naturales, así como recuperar la capacidad crítica ante la corrupción, las omisiones y falta de respuesta de las autoridades como ocurrió en 2017 y en otras tragedias.
Pero, por otra parte, la memoria colectiva y la experiencia adquirida por la población tiene en la expresión política su más viva voz. Allá por 1985, México padecía los primeros impactos del modelo neoliberal: recortes del presupuesto público en la educación, salud, desarrollo de infraestructura y comenzaba el proceso de desincorporación de las empresas del Estado, además del alineamiento económico con América del norte.
Y sí, los efectos sociales del sismo en la capital del país fueron contrarios a esa dinámica por donde el gobierno nos estaba llevando: aquí hubo resistencias estudiantiles (el CEU, del que formó Claudia Sheinbaum), magisteriales, campesinas, obreras y populares. En lo político, pues en 1988 la oposición del Frente Democrático Nacional le ganó a la imposición de Salinas de Gortari, se presionó a una reforma política que permitió que en 1997 llegara Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de Gobierno y, desde entonces la alianza movimientos sociales con ese grupo político que ahora está en Morena han gobernado la CDMX.
El punto central del discurso del Parlamento Permanente Metropolitano tendría que ser anotado y enmarcado no para adornar, sino para entender el sentido de esta conmemoración:
Hoy, estamos aquí para recuperar esta conmemoración desde abajo, desde el pueblo, que seamos nosotros quienes pongamos las oraciones, las veladoras, los rezos, las encomiendas y, sobre todo, las consignas que mantienen viva la memoria y la exigencia de justicia. Porque el 19 de septiembre tiene que volver a ser de las organizaciones sociales, de las y los que nunca dejamos de resistir ni de defender la ciudad con nuestras propias manos y corazones. Esta fecha no nos pertenece como un recuerdo pasivo, sino como un llamado a la acción colectiva, a la solidaridad viva que no espera permiso para salvar, reconstruir y transformar.
El 19 de septiembre es un recordatorio del poder popular que emergió de entre los escombros y cuya energía transformadora sigue siendo necesaria hoy, pues en aquel entonces, fue el pueblo el que tomó las riendas para salvar vidas ante la ineficaz respuesta institucional, cuyos representantes, el regente de la Ciudad y el presidente de la República, quedaron pasmados, asustados y rebasados. Ese miedo, el miedo al pueblo libre y en movimiento, obligó la entrada de las Fuerzas Armadas y a contener la inercia social que estaba fortaleciéndose desde abajo: el Poder Popular.
Esta poca atención a los 40 años de los sismos parece más una omisión, la cual resulta aún más relevante si consideramos el papel fundamental que tienen las conmemoraciones para consolidar una sociedad resiliente y consciente de su propia historia. Al dejar de lado espacios de encuentro y análisis, se debilita la posibilidad de convertir el dolor y la memoria en motores de transformación social, abriendo paso a la indiferencia y al olvido, cuando lo que más necesitamos es mantener viva la llama de la participación ciudadana y la exigencia ética.
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