Histomagia

A LAS 9:25 PM

Compartir

Guanajuato es una ciudad estudiantil. Cada semestre cientos de estudiantes llegan y pintan de tanta alegría las calles, callejones y plazas que cuando salen de vacaciones el lugar se queda solito, porque la mayoría de ellos son de fueras, y en verdad hasta hoy ya hay más estudiantes universitarios guanajuatenses oriundos de la capital. Eso sí, como esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad se van los estudiantes y llegan los turistas a llenar esos espacios vacíos.

Mi amigo y exalumno Miguel, él es de aquí, me ha contado sus peripecias y aventuras desde siempre. Sus relatos van desde divertidos hasta algunos de miedo, como el que me narró a continuación:

“Esa noche en que salimos de la escuela, lo recuerdo muy bien, eran las 9:25 de la noche. Veníamos bajando las escaleras, comentando la clase, y dando gracias de que por fin había terminado un día más de escuela. No era tarde, de hecho, pensábamos en ir al Baratillo a cenar unos tacos, ahí cerquita del Edificio Central de la Universidad de Guanajuato. Al salir por la puerta principal, sentimos el frío viento de octubre en la cara, yo me cerré la chamarra pues en esta época el frío cala hasta los huesos, mis amigos como si nada. Yo siempre he sido friolento tal vez por ser muy delgado, característica que me sirvió muchísimo ante lo que nos iba a suceder.

Nos extrañó ver la calle prácticamente sola a excepción de un adulto mayor que iba caminando muy despacito, muy lentamente hacia el Templo de La Compañía. No hicimos caso a la soledad de la calle porque centramos nuestra atención en el viejecito y pensamos que necesitaba ayuda. Prácticamente en silencio, mi amigo Ángel se acercó a él y le preguntó si quería que lo ayudáramos, el señor no volteaba y Ángel lo tocó en el hombro –él fue quien más se le acercó— (dice que sintió que el cuerpo estaba helado y rígido) bajó su mano y sintió cómo algo se la detuvo en el aire, bajó su mirada y ahí no había nada ni nadie, mi amigo, aunque estaba preso del miedo, volteó a vernos señalando el suelo, dio dos pasos hacia atrás y desde ahí le preguntó casi gritando si necesitaba ayuda quedando inmóvil un instante esperando alguna respuesta vocal o al menos una sonrisa de agradecimiento. En ese momento, sin saber por qué, el aire se tornó helado, eso no pintaba bien por lo que todos nos quedamos en silencio, de pie detrás de Ángel protegiéndonos de quién sabe qué, pero a estas alturas nada de lo que estaba pasando era normal.

El anciano al sentir ese pequeño toque y oír la pregunta de mi amigo, por fin se dignó a voltear a vernos, y es ahí cuando aterrados miramos que al voltear el viejo no volteó su cuerpo, sólo giró su cabeza, sólo su cabeza, horrorizados vimos todos como su cara quedó en su espalda, en su espalda. Su rostro no sonrió, pero sí mostraba una bondad que en ese momento nos confundió a todos, esto era inexplicable.

Al ver tal situación, corrimos en sentido contrario calle arriba hacia las escalinatas para bajar por el Callejón del Estudiante e irnos directo al Jardín Unión y perdernos en el barullo de la gente y los músicos, escondiéndonos de quién sabe qué demonios, tratando de olvidar lo acontecido. Eso sí yo llegué primero al jardín, sofocado por la carrera, y después llegaron mis compañeros. Ya juntos, agitados, nos sentamos en donde pudimos y por los nervios comenzamos a reírnos a carajadas tanto que la gente que pasaba o estaba ahí cerca nos veía y de seguro pensaron que estábamos borrachos, pero no, ya un poco calmados entre risas comenzamos a decir: ¿vieron lo que yo vi?, ¿en serio esto pasó?… al unísono comenzamos a decir que sí, que sí lo vimos todos, ¡qué susto!, ¡no puede ser! entre otros comentarios que enteramente reflejaban que el miedo y la desesperación necesitaban salir por medio de la palabra, pues el horror ante lo visto por todos y cada uno de nosotros era casi imposible que hubiera pasado, pero pasó, nos pasó a nosotros. Lo más dramático es que vimos nuestro reloj y eran las 9:25 de la noche, maestra, el tiempo no transcurrió”.

Hasta aquí este relato de Miguel, yo sólo pude explicarle lo que la sabiduría ancestral señala: dicen los que saben que los espíritus de los ancianos son los más sabios, pero también los más aterradores porque cuando en su juventud se dedicaron a las artes oscuras y vendieron su alma al maligno, ellos están condenados a ser usados por el diablo para recoger las almas que no pueden entrar a los templos y llevarlas al infierno, pues con su rostro de bondad y sencillez logran atraerlas; sólo que esta vez, este anciano fue visto y atrapó con su bondadoso rostro a las almas vivas de jóvenes de corazón puro, cosa que el demonio no las quiere, sólo aquéllas almas muertas que le deben algo que él les dio en vida.

¿Quieres caminar por la noche a las 9:25 en la calle de la universidad? Yo te acompaño, tal vez nos toque ver al anciano llevándose esas almas malditas para siempre.

Ven, lee y anda Guanajuato.