Edmon Wells, filósofo de lo humano, decía que entre lo que pensamos, decimos, creemos decir y lo que otros entienden, hay al menos diez oportunidades de que todo salga mal. En ese espíritu, Claudia Sheinbaum se aventó su primer informe con la frase que resume su estilo: “Vamos bien y vamos a ir mejor”. Breve, optimista, fácilmente imprimible en una lona o en la portada de un cuaderno escolar.
La cifra estelar no se hizo esperar: 14 millones 400 mil mexicanos menos en pobreza. Inobjetable para el boletín oficial, incómodo para quienes esperaban que el gobierno aceptara que todo va mal. Porque, claro, un Informe presidencial no es el lugar para dramatizar, sino para confirmar que la fiesta sigue.
En la arena política, el Informe es un ritual sin sorpresas. El presidente —o presidenta— llega a decir lo que todos saben que dirá: continuidad, estabilidad y promesas de futuro. La oposición, mientras tanto, se sienta con las palomitas listas, esperando la inesperada autocrítica, el golpe de timón, la confesión de que la 4T ya no da para más. Y, como siempre, salen decepcionados.
Los opositores soñaban con ruptura: con Claudia marcando distancia de López Obrador, echando a medio gabinete, depurando Morena y declarando el fin del cantado Maximato que no lo es. Pero no. La transición fue quirúrgica, sin estridencias. Continuidad disfrazada de estrategia, cohesión en lugar de fracturas. Y aunque a los adversarios les suene aburrido, ese era el plan: que no pase nada fuera de guion. El discurso fue, más que declaración de independencia, confirmación de que aún más.
La presidenta se aseguró de dejar claro que el capital político acumulado de la Cuarta Transformación no se toca. Mensaje encriptado: mientras no exista otra alternativa, la continuidad tiene aprobación popular.
Ahora, la otra gran decepción: las cuentas de las finanzas públicas. Desde 2018, los números de reducción de pobreza se repiten como mantra, junto con récords de inversión, atracción de capital extranjero y finanzas públicas saludables. Todo ello, para desgracia de quienes anunciaban catástrofe económica con cada trimestre. Pero, detalle irónico, mientras se celebra la “Prosperidad Compartida”, las recetas económicas siguen oliendo a neoliberalismo de toda la vida. Y la “madre de todas las reformas”, la fiscal, brilla por su ausencia. Transformación económica radical, sí, pero “para después”.
En lo político, los términos gramscianos hacen su aparición: el Bloque Histórico ya controla los Poderes de la Unión. Punto de inflexión, sin duda, pero con un riesgo evidente: cuando la narrativa de hegemonía se repite demasiado, empieza a sonar hueca. Ser del “lado correcto de la historia” funcionaba al inicio; hoy, cada nuevo escándalo de corrupción, un “nuevo rico”, un pequeño lujo, una explosiva bonanza financiera, erosiona ese privilegio del discurso moralista que pregonaron hace siete años. El poder casi absoluto, irónicamente, acerca más al desgaste que al aplauso; los iguala más a las élites que decían combatir que a los franciscanos cercanos al pueblo que dicen representar.
Y si de desgaste hablamos, ahí están los guiños internos y mensajes para quien los quiera entender. A Fernández Noroña, un “no coincido en nada contigo”. A los arribistas, un “ahorita no, gracias, no lo conozco ni quiero conocerlo”, directo al expriista y experredista Ángel Aguirre. Control de daños con frasecitas que, más que contundentes, suenan a portazos elegantes.
Pero si algo complica la ecuación es el tablero internacional, pues el primer año ha estado marcado por el vecino del norte. Un periodo difícil para Sheinbaum: todavía sin domar al presidente Donald Trump, quien entre elogios a su persona, no pierde la oportunidad y busca imponer agenda de seguridad hemisférica bajo el pretexto de combatir a los cárteles mexicanos, ya categorizados de terroristas. Y para rematar, justito después del patriótico Informe, llega Marco Rubio, secretario de Estado, a recordarnos que el Acuerdo que viene en camino no es precisamente de cooperación voluntaria. Y en ese sentido es: cooperas, sí o sí, o de todos modos cooperarás, en un ambiente que huele a chantaje por los capos extraditados y “la lista”, esa misteriosa cadena de nombres, apellidos y complicidades políticas.
La oposición, mientras tanto, sigue atrapada en su propio loop. Sueñan con inclusión, pero la construcción de consensos es puro discurso. Esperan presidir mesas directivas —ahí está la carta de Kenia López Rabadán— como si ese asiento los convirtiera en protagonistas. Todo, mientras definen su política en portadas de Reforma y El Universal, incapaces de proponer algo más que “todo está mal”.
Y es aquí donde la ironía alcanza su clímax: hablan de “resistencia civil”. Antes, resistir implicaba desconocer instituciones, rebelarse al poder ilegítimo, desafiar leyes, dejar de pagar impuestos o altas tarifas a Conagua o CFE, organizar estructuras alternativas de poder popular. Hoy, significa dar conferencias de prensa y tuitear, postear, subir videos en Youtube. Rebelión de escritorio, con aire acondicionado y micrófonos. Los asesores extranjeros que antes impusieron esa frase en Santiago Taboada ahora lo hacen con Alessandra Rojo de la Vega, y sigue sonando hueca y sin sentido.
Conclusión: el Informe entregó lo previsible. Claudia cumplió el guion; la 4T sigue en piloto automático, con su paradoja intacta: cuanto más poder acumula, más acelerado el desgaste y reedición del viejo estilo priista. La oposición, por su parte, continúa en su laberinto de berrinches, esperando ganar una partida que, por ahora, les seguirá siendo negada.
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