El espacio de Escipion

El Tío Richie y el MAAC: La ultraderecha amenaza a la derecha tradicional

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La crisis de las oposiciones en México parece no tener fin. La ausencia de liderazgos sólidos y la incapacidad de articular una propuesta propia han sumido a los partidos tradicionales en la incertidumbre. En medio de ese vacío, proliferan nuevas agrupaciones que, animadas por la desesperación, buscan el reconocimiento oficial para competir en 2027, aunque carecen de estructura y narrativa. El PAN, por ejemplo, lucha por sobrevivir a sus propias heridas: el grupo anayista se aferra al control de las decisiones estratégicas, y la disputa interna por recursos y posiciones los mantiene distraídos de los movimientos emergentes.

Así, mientras se entretienen en la repartición de los restos de su influencia, no advierten el avance de una ultraderecha empresarial que, con discurso duro y promesas de orden, amenaza con arrebatarles una parte fundamental de su base electoral. En efecto, se trata del autollamado “Tío Richie”, el propietario de una de las dos cadenas nacionales de mayor peso e influencia en el país quien, desde su alejamiento de los jugosos contratos con el primer piso de la 4T, convocó desde su red social X a una cruzada contra “los gobiernícolas”, “los comunistas”, “los izquierdistas”, populistas y saqueadores del país. En sus mensajes, apela al descontento ciudadano y alimenta la narrativa de confrontación, presentándose como el paladín de una nueva moral pública y promotor de un modelo empresarial que promete eficiencia y mano firme.

Este fenómeno no es aislado, sino reflejo de un giro más amplio en la política contemporánea, donde outsiders, figuras mediáticas y empresariales llenan el vacío dejado por partidos en decadencia, capitalizando el hartazgo social y la falta de respuestas frente a los desafíos nacionales.

Aunque para muchos podría parecer una aventura política arriesgada, el intento de convertirse en el “Berlusconi mexicano” —un actor externo a la política tradicional que logre canalizar el desencanto hacia las élites partidistas y el anhelo de un cambio radical— no es producto del azar. Más bien, responde a una tendencia internacional que ha propulsado a figuras como Donald Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, personajes que supieron capitalizar las campañas de “todo está podrido por el crimen”, “la patria está perdida por la corrupción” y “la democracia en riesgo”, en hartazgo social y transformar ese resentimiento colectivo en fuerza electoral.

Ese mismo discurso de ruptura y promesas de mano firme, que ha permeado partidos y movimientos emergentes en España, Francia, Reino Unido, Alemania, Bolivia, Brasil o Ecuador, hoy encuentra terreno fértil en México con eso que llaman “Movimiento Anticrimen y Anticorrupción” (MAAC). Y tienen una avanzada legislativa con la polémica Lilly Téllez, una alianza abierta ahora con el señor X, y, por supuesto, no podían faltar los conductores y periodistas, promotores voluntariamente a fuerzas, patrocinados por la nómina de sus canales de televisión. No son pocos, no son muy influyentes, no muy éticos, pero hacen ruido y algunas personas sí se las creen.

Y si bien dice que apoyaría a un partido de oposición, también advierte que “vamos a buscar también alianzas con los partidos que se quieran sumar a nosotros. Es muy importante unificar a ese más de 40% que está en contra del régimen, aunque será muy difícil”. Y esta declaración es la clave que podría cavar la tumba del Partido Acción Nacional.

En esto se tiene que ser claros: el movimiento derechista del Tío Richie difícilmente ganaría la siguiente elección presidencial, pero quizá sí pueda abrirse paso en las elecciones intermedias, pero no derrotando a Morena, sino pasando por encima del PAN. Lo que está en juego no es el control inmediato del poder ejecutivo, sino la reconfiguración del bloque opositor, donde la ultraderecha busca capitalizar el desgaste del panismo y ocupar los espacios vacantes que dejan sus fracturas y su incapacidad de renovarse. Si el PAN no logra articular una propuesta sólida y cercana a la ciudadanía, podría convertirse en un actor secundario ante el avance de estos nuevos liderazgos empresariales, que utilizan el hartazgo social y el poder mediático como principales herramientas de penetración.

Así, la posibilidad de que una figura mediática empresarial encabece un nuevo bloque opositor no solo es verosímil, sino que plantea una amenaza concreta para las fuerzas tradicionales, incapaces de articular una narrativa convincente ante una sociedad ávida de respuestas y orden.

La dinámica que se observa en México tiene su eco en otras democracias occidentales. Como lo resaltó El País en su análisis sobre España, el auge de Vox está agitando el tablero político y poniendo en alerta al tradicional Partido Popular, cuya base electoral comienza a migrar hacia opciones más radicales o, en menor medida, hacia movimientos como Ciudadanos. Este fenómeno, lejos de ser exclusivo de la península ibérica, ilustra una tendencia global: la crisis y fragmentación de las derechas tradicionales frente a la irrupción de proyectos de ultraderecha, que logran canalizar el desencanto y la demanda de orden en amplios sectores de la sociedad.

Así como el PP enfrenta el riesgo de ser desplazado y observa con preocupación el avance de Vox, los partidos convencionales de México —el PAN, fundamentalmente— perciben la amenaza creciente que representa la aparición de figuras como el “Tío Richie” y su MAAC. Ambos escenarios comparten la urgencia de reinventarse y recuperar relevancia política ante el avance de discursos disruptivos y liderazgos carismáticos que ofrecen soluciones simplistas y apelan a la indignación colectiva.

Como señala Ignacio Sánchez Cuenca en su editorial en El País, existe un serio riesgo de que la ultraderecha de Vox se apodere del Partido Popular, arrastrando a España hacia posturas ultranacionalistas, excluyentes y contrarias al espíritu democrático. Este llamado de alerta al régimen socialdemócrata para frenar el avance de la ultraderecha resuena, por analogía, en el escenario mexicano donde la irrupción del MAAC y la figura del Tío Richie ponen en jaque al PAN. Si bien aún es temprano para determinar si el fenómeno mexicano reproducirá los mismos efectos polarizadores y antidemocráticos que inquietan a Sánchez Cuenca en el caso español, el panorama político nacional evidencia que el Tío Richie está capitalizando los vacíos del panismo y la insatisfacción ciudadana con notable eficacia.

El futuro de este movimiento depende de su capacidad para sumar voces legítimamente descontentas; de lograrlo, podría transformarse en una fuerza disruptiva comparable a la de Berlusconi en Italia. Sin embargo, si el protagonismo se reduce a los gritos de sus locutores mediáticos y no logra consolidar una estructura política sólida y representativa, su destino podría ser tan efímero como la aventura presidencial del Doctor Simi, Víctor González Torres, aquella que quedó en la anécdota sin mayor trascendencia.

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