La reiteración de paros y movilizaciones ha impregnado el día a día universitario y ha dejado un desgaste visible en estudiantes, investigadores, trabajadores y docentes. Crece la sensación de resignación: muchos se preguntan si estas acciones siguen transformando algo o si, por la repetición y la falta de resultados tangibles, han perdido fuerza y significado. En un contexto que exige una universidad crítica y participativa, la percepción de una UNAM desmovilizada y neutralizada duele doblemente.
La costumbre del paro ha vuelto la protesta un trámite. Su impacto se diluye y la comunidad queda con más dudas que certezas sobre el rumbo de nuestra máxima casa de estudios.
En este clima de incertidumbre, las teorías sobre la existencia de intereses ocultos y agendas paralelas proliferan dentro y fuera de los pasillos universitarios. Hay quienes señalan que detrás de los paros y movilizaciones se esconden estrategias políticas diseñadas para debilitar a la UNAM en momentos clave, como antes de procesos electorales importantes –la primera elección intermedia en que Claudia Sheinbaum, hija pródiga de la UNAM, enfrentará con un partido fuerte pero enlodado en escándalos de corrupción—, o para presionar a las autoridades federales y universitarias en la disputa por recursos y autonomía.
El debate se intensifica cuando se acusa que estos movimientos pueden ser instrumentalizados tanto por actores externos como internos, buscando beneficios particulares en detrimento de la estabilidad y la misión académica de la Universidad.
Lo que es innegable es que la circunstancia actual en la UNAM está marcada por una serie de conflictos que involucran operaciones psicológicas para provocar miedo, violencia, inseguridad, activismo de presuntos integrantes del “bloque negro” y otras anomias sociales, divisiones políticas y tensiones sociales entre estudiantes, académicos, trabajadores y autoridades.
¿Cuáles son algunas de estas situaciones? De las que se tienen conocimiento porque han trascendido su difusión, están:
- Operaciones psicológicas para generar miedo. Rumores de incursiones del Ejército y la Guardia Nacional, amenazas de bomba, 19 según autoridades, entre otras.
- Violencia y presencia de grupos porriles: Se han dado enfrentamientos violentos en diversos planteles, principalmente en CCHs. La inseguridad divide opiniones sobre cómo afrontarla y se ha generado crispación en toda la comunidad.
- Acoso y feministas: El movimiento #MeToo y los “tendederos” en las facultades han hecho visibles denuncias de acoso sexual y hostigamiento contra académicos y empleados. Esto ha detenido actividades de facultades y escuelas, y generado tensiones, polarización y demandas de sanción—en algunos casos sin un juicio formal previo. Recientemente la UNAM ha destituido académicos acusados formalmente de acoso, situación que ha tenido eco público.
- Acciones radicales y paros: Diversos grupos feministas y radicales, tanto de izquierda como de derecha, han detenido actividades académicas, ocupando instalaciones emblemáticas como el auditorio Justo Sierra, mejor conocido como “El Che Guevara”, que sigue siendo foco de conflicto y denuncia por presuntas actividades ilícitas desde hace cuando menos dos décadas.
- Violencia criminal: Un crimen en el CCH Sur, perpetrado por un estudiante contra otro, la desaparición de otra alumna del CCH Naucalpan se suman a la muerte de una joven del CCH Oriente hace unos años presuntamente por una bala perdida han detonado paros en varios planteles, donde los alumnos exigen mayor seguridad y justicia. Estos hechos han dado lugar a una sensación de descomposición social, impunidad y miedo.
- Polémicas comunicacionales: publicaciones institucionales —como la relativa al Nobel de la Paz— detonaron críticas de sectores que acusan a las autoridades de “derechistas”; esa crítica, legítima en el terreno argumental, a veces se diluye cuando deriva en alineamientos externos y nuevos frentes de presión en defensa de un régimen indefendible.
- Y, como es natural, todo pasa por detentar el control de la Rectoría, a la que varios grupos de interés (desde el oficialismo morenista, el panismo y algunos cabos sueltos de otras expresiones sueltas del viejo PRI y PRD) están moviendo sus piezas, siendo la demanda de su democratización una vez más la que quieren enarbolar.
Esta situación ha generado un ambiente en el que la participación estudiantil y académica se ve limitada por el temor y la incertidumbre, lo que repercute directamente en la calidad del diálogo y la construcción de propuestas colectivas.
Ahí está el meollo. La Universidad necesita crítica y pluralidad en movimiento, no paralizaciones. Es imprescindible reactivar la deliberación en aulas, pasillos y asambleas; en foros y medios propios como TV UNAM y Radio UNAM; en bibliotecas y auditorios —también los virtuales—. La libertad universitaria se ejercita dialogando, contrastando, construyendo reglas claras para la protesta y garantías firmes para el trabajo académico.
La falta de espacios seguros y abiertos para el debate ha debilitado la cohesión entre los miembros de la comunidad universitaria y ha propiciado que muchos opten por el aislamiento o la indiferencia ante los conflictos actuales. La desmovilización priva a la comunidad universitaria, especialmente de las izquierdas, de un punto estratégico de reunión, análisis, debate, organización y lucha. ¿Entonces quién mete sus manos? ¿Entonces por qué no surge una movilización universitaria contra todo este ambiente recuperar los espacios libres a la brevedad?
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