Guanajuato es una hermosa ciudad que cada octubre recibe la luna más hermosa del año y también a una oleada de turistas que vienen a disfrutar del frío y a veces la lluvia pertinaz que los baña con el agua bendita caída del cielo y que dan vida cada Festival Cervantino, a las calles y plazas que desde la colonia los esperan.

Una de las tradiciones que ya se van olvidando son las reuniones familiares donde después de comer se contaban historias de la ciudad y de los espantos que caminan por el lugar y que muchas veces se instalan en las casas ya sea a vigilar, cuidar o dañar a las personas o incluso causarles la muerte, aunque en la cultura mexicana el morir se ve como un paso natural porque la muerte siempre nos acompaña, ya que es quien nos da el paso a la vida eterna y a la luz que nos guía por el camino del bien o a algunos los guía al camino del mal.
Me cuenta mi amiga Pily que cuando ella era niña escuchó de labios de su abuelita una historia que la impactó mucho. Dice que antes cuando no estaba el agua potable directa en las casas, la gente iba al hidrante más cercano a llenar sus cántaros y llevar el sagrado líquido a las casas para lo que se necesitara: aseo, lavado, o para beber. Ella le narra que una vez que su mamá la mandó por agua ya por la tarde noche, llevaba su cántaro en el hombro cuando a lo lejos vio un bulto cerca de la llave, pensó que era algún costal olvidado, siguió caminando y cuando llegó vio que estaba ahí sentado a un lado de la llave del hidrante, dice que era un hombre con sombrero ancho, vestido de negro, y que sólo la miró un segundo con unos ojos tan amarillos que parecía le salían lenguas de fuego, luego volteó hacia el suelo y se quedó ahí mirando el piso de la calle, como meditando. Su abuela, desconfiada decidió regresar a su casa y pedirle a su mamá que la acompañara porque el señor que estaba ahí sentado junto al hidrante le daba mucho miedo, y le contó lo que había visto. Su mamá no le creía y decidió acompañarla, y en efecto, el señor seguía ahí sentado como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si el silencio que lo acompañaba estuviera impregnado en su cabeza, en su ser…
Ellas se acercaron y la señora le dijo: “Buenas tardes”, el hombre no respondió, sólo movió su cabeza de un lado a otro como diciendo NO, y volteó a verlas, la mujer al ver que lo que su hija le había contado era cierto caminó hacia atrás sin dejar de verlo y ese hombre ahora tenía una sonrisa horrible de también de fuego. Sin pensarlo, su mamá la jaló del brazo del lado donde llevaba al hombro su cántaro, éste se le cayó y al caer se rompió en mil pedazos y como por arte de magia, ese estruendo del que porta el vital líquido, la figura, ante sus ojos, se esfumó, para no aparecer jamás. Ambas regresaron corriendo a la casa, y la mujer sólo le dijo a su hija: “recemos y ya mañana vamos juntas por el agua”. Y así fue desde ese día, ambas iban cada día a proveerse en ese hidrante que les quedaba cerca de su casa.
Dicen los que saben que los muertos que se quedan vagando en este mundo siempre tienen sed, tal vez ese muerto esperaba que abrieran la llave para saciar sí su sed, y después llevarse sus almas para poder seguir su itinerante camino por este mucho aquí en este mágico Guanajuato. Porque sí ese hombre es de los que su camino los llevaba al mal, y sin lugar a dudas hizo un pacto para seguir aquí, entre nosotros.
¿Quieres conocer los hidrantes que aún quedan por la ciudad? ellos dan cuenta de que el tiempo sigue pasando, pero las histomagias se quedan aquí en la mente de las personas para contarnos que, respecto a historias de fantasmas y espantos, éstas se dan y que quedan para la eternidad, de boca en boca, de corazón a corazón y de espanto a espanto.
Ven, lee y anda Guanajuato.