¿Que regresa la Doctrina Monroe? ¿Que las grandes potencias se repartieron un mundo de por sí ya dividido? ¿Qué viene una nueva era del imperialismo estadounidense? ¿Cuál es la novedad? ¿Qué estamos haciendo en México frente a ello más allá del Mundial de fútbol?
La angustia de internacionalistas y globalistas no es gratuita: los cambios actuales no solo son una “reorganización geopolítica” más para manual de ciencia política, sino una ruptura descarada con los principios de cooperación y multilateralismo que, en teoría, regían desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ahora las grandes potencias dejaron de fingir pudor: se concentran en maximizar intereses nacionales y estratégicos, mandan al cajón los acuerdos globales y apuestan por el fortalecimiento interno y el control de recursos naturales clave.
Lo novedoso no es lo que hacen, sino que ahora lo dicen sin sonrojarse. La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos 2025 lo deja claro: protección de la soberanía, independencia energética y defensa de su “modo de vida” como ejes centrales. Tradúzcase: primero yo, luego yo, y si sobra algo… también yo.
El llamado Corolario de Trump a la Doctrina Monroe lo dice aún más crudo: tras años de supuesto abandono, Estados Unidos “reafirma” y aplicará de nuevo la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadounidense en el hemisferio occidental y proteger su territorio y su acceso a geografías clave. Es decir, negarán a competidores extra hemisféricos la capacidad de instalar fuerzas, capacidades “amenazantes” o controlar activos estratégicos en “su” hemisferio. Una restauración “sensata y contundente” del poder estadounidense, según ellos. O sea: el patio trasero sigue siendo patio, pero ahora con reglamento actualizado.
En el fondo, la propuesta concreta es bastante transparente:
a) Restaurar el dominio energético de Estados Unidos (petróleo, gas, carbón, energía nuclear) y repatriar componentes clave. Prioridad estratégica, no opinión.
b) Garantizar energía barata para sí mismos.
c) Expandir exportaciones netas de energía.
d) Profundizar relaciones con aliados (los obedientes).
e) Reducir la influencia de adversarios (los incómodos).
f) Blindar sus fronteras.
g) Y, como broche ideológico, rechazar todo lo relacionado con “cambio climático” y “cero netos”, culpándolos de haber debilitado a Europa y a Estados Unidos… mientras, de paso, dicen que eso fue un subsidio involuntario a sus adversarios.
Todo esto ocurre en una circunstancia mundial plagada de complejidades que no pasan solo por Washington. También están las otras dos potencias que hacen contrapeso en el tablero de influencia global: la Rusia de Vladimir Putin y la China de Xi Jinping. No estamos solo ante una guerra comercial o de aranceles: se trata de una nueva repartición del mundo sin necesidad —al menos por ahora— de una escalada bélica abierta entre grandes potencias.
El mundo entra, así, en una fase de competencia directa entre bloques, donde se pretende “corregir” errores del pasado mediante políticas más agresivas y menos cooperativas. Resultado: se consolidan regímenes autoritarios, expansionistas y seguros de sí mismos en zonas de interés estratégico. Democracia, si eso no estorba; si estorba, se ajusta.
En este entramado global, el gobierno de Donald Trump no quita la vista de Venezuela mientras presume un supuesto poder pacificador digno de folleto publicitario: el presidente dice haber terminado con las guerras entre Israel y Hamás, Israel e Irán, Armenia y Azerbaiyán, la República Democrática del Congo y Ruanda, India y Pakistán, Tailandia y Camboya… y, de paso, conflictos entre Kosovo y Serbia o Egipto y Etiopía. Todo eso casi sin despeinarse. La fórmula es sencilla: Estados Unidos se hace a un lado, permite altos al fuego (que no paz duradera) y manda el mensaje de “yo no me meto en su patio, no se metan en el mío”.
Claro que eso supone, del lado ruso y chino, una retirada —al menos en el papel— de sus aparatos de espionaje e influencia mediática digital que operan con fuerza en todo el mundo, especialmente en América Latina. Una cortesía entre imperios, dirían algunos.
Lo verdaderamente preocupante para los países latinoamericanos es que, a partir de estos “acuerdos tácitos”, Xi Jinping, Putin y Trump parecen dispuestos a imponer doctrinas de influencia político-ideológica y control territorial en nombre de la “seguridad hemisférica”. Eso ayuda a explicar por qué las derechas avanzan más rápido de lo esperado y por qué el régimen de Nicolás Maduro solo recibe apoyo de palabra por parte de Putin: muchos discursos, cero tanques. Cuando de verdad se pactan esferas de influencia, los aliados incómodos se vuelven prescindibles.
Mientras tanto, China y Rusia rediseñan las rutas de navegación aprovechando el deshielo del Ártico con la llamada “Ruta Polar de la Seda”, una apuesta que refuerza sus estrategias comerciales, políticas y militares. No solo se trata de mover mercancías: se mueven también posiciones, bases y alcances de poder.
“América para los americanos”, decía la Doctrina Monroe de 1823. Ahora regresa remasterizada con el Corolario Trump: América para los estadounidenses… y los demás, si se portan bien. La amenaza no es solo sustituir gobiernos progresistas por mandatarios de derecha al estilo Milei o Bolsonaro, sino reponer la vieja licencia para intervenir, imponer regímenes alineados y, cuando sea necesario, cambiar de gobierno como quien cambia de técnico en un club de fútbol en crisis.
En ese contexto, Claudia Sheinbaum tiene enfrente un reto bastante más complejo que un partido de Mundial. No basta con evitar fintas y jugadas de distracción: tiene que impedir una goleada en casa. Ahí está la presión sobre el nuevo tablero del Poder Judicial Federal, los riesgos de un intervencionismo militar en territorio mexicano —sin previo aviso, por supuesto— con el pretexto de “cazar capos”, la amenaza de la injerencia en nombre de la seguridad y, de paso, la continuidad de las deportaciones masivas de connacionales, que en lo que va del año ya superan los 151 mil.
La “jugada maestra” que se requiere pasa por algo más que buenas intenciones y discursos patrióticos: hace falta un equipo unido, una bancada fuerte que pueda relevar a cualquiera cuando haga falta y, sobre todo, una porra que no mienta. Una afición capaz de aplaudir lo bueno, pero también de abuchear lo malo del equipo propio. En otras palabras: unidad nacional real, sumando a todos los sectores, neutralizando a los pro injerencistas y sacando del juego a quienes están felices vendiendo el partido antes siquiera de que empiece.
Contacto: [email protected]
