¿Quién consulta?

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Con respecto a los asuntos del alma, solemos conducirnos con autoridad, pero esa seguridad no siempre alcanza para reconocer quién es la persona más adecuada para hacer una consulta, en este caso de constelaciones familiares. La primera respuesta y más obvia diría que debe acudir a consultar la persona que padece los síntomas. Sin embargo, esta afirmación, con ser tan clara, no incluye los detalles que saltan a la luz en lo cotidiano.

Empecemos por lo más visible. Pongamos por caso a una persona que padece dificultades de adaptación social. Ella muestra los síntomas; pero ¿es ella quien debe acudir a la consulta? Esperemos un poco. Tiene que revisarse de entrada su edad y su situación con respecto a su familia de origen. Si se trata de un veinteañero que aún vive en casa de sus padres, puede estar reflejando la dinámica familiar, y ese mismo hecho ser parte del síntoma. En casos como este, la persona con síntomas puede consultar y también uno o los papás pueden hacerlo a favor de su hijo sin que éste acuda al consultorio.

Pero si la persona tiene una familia, un trabajo más o menos estable, y reporta este síntoma como adversidad en sus rutinas, lo más probable es que sea ella directamente la que consulte, pues aquí ya es generador de dinámicas y además hay gente a su rededor que recibe el impacto de sus sentimientos, acciones y omisiones. Esto no quiere decir sin embargo que la situación de fondo no pueda estar ligada a su relación con los padres, sucede que también puede tratarse de una consecuencia de las relaciones con la pareja.

Y recuérdese que a la pareja cada miembro ingresa en igualdad de circunstancias, los dos empiezan al mismo tiempo su contabilidad común, sin dejar de lado la individual. O bien puede haber efectos de su relación laboral. Entonces, una persona con autonomía vital puede consultar su propio caso y el caso de su relación de pareja y de su mundo laboral.

Revisemos por último el de un niño, de la edad que se quiera, hasta la adolescencia, incluso más allá. En cualquiera de las circunstancias que el hijo o la hija muestre síntomas, éstos tienen que ser consultados por los padres. Quienes colocan s su pequeño en el trance de una consulta, evaden su responsabilidad, pues el niño o la niña, que son de una transparencia total, hacen visible a través de sus síntomas lo que ocurre puertas adentro en su casa familiar, con respecto a la relación de pareja de sus padres, en lo tocante a la relación de los dos padres con los hijos, y de cada uno con cada hijo, de la pareja con los hijos y con sus propios padres, y con su familia más amplia.

Como señalé un poquito atrás: quien tiene cierta autonomía vital puede consultar su propio caso y el caso de su relación de pareja y el de su mundo laboral, y también hacerlo para beneficiar a sus hijos, a sus descendientes en general de varias generaciones después. Sobre este asunto, lo que queda por decir es que el sentido de la vida va de atrás hacia adelante. Por eso mismo, los que están atrás  (los abuelos, los padres) pueden hacer algo siempre por los que están adelante (los hijos, los nietos, los bisnietos). Pero nunca al revés.

Los pequeños, así tengan cincuenta años, no pueden consultar para arreglar lo adverso de sus padres, pues lo pagan con fracaso, con enfermedad y hasta con la muerte, ya que se ponen un lugar arriba de quien les dio la vida, y esto no puede consentirlo el alma.

Finalmente, hablemos de las almas caritativas, que están al pendiente de quienes muestran algún síntoma, o que son hábiles para detectar fallos o equívocos o enfermedades en gente de su entorno. Estas personas de buen corazón nunca podrán, ni deberían intentar hacerlo, consultar por su amigo o amiga tan queridos ni por nadie que no sea ellas mismas, sus relaciones amorosas y laborales, o las cosas de sus descendientes. ¿O acaso está dispuesta a llevar la carga de su amigo del alma, a compartir lo que resulta de vivir como lo hace esa otra persona, adicionalmente a lo suyo propio?

Cuando se presentan estas gentiles ayudadoras, se está muchas de las veces ante personas que exhiben sus propios síntomas bajo el disfraz de la herramienta que ayuda, pues solamente pueden detectar lo que se parece a lo que conocen. Para corroborarlo basta recordar aquel sabio refrán de dime de qué presumes y te diré de qué careces. Incluso ese mismo hecho de querer ayudar, aun contra la voluntad del que a su juicio está mal, viene a ser un síntoma específico, pues este modo de proceder asegura que no será mirada la persona que lo realiza, o bien nos deja ver a alguien dando tanto que es incapaz de recibir algo de regreso, y así de equilibrar la relación.

Al final se llega al mismo sitio: cada uno mira lo suyo propio confiando en que no ocurre sino lo que tiene alguna utilidad dentro de la familia, y que la misma fuerza y energía que enferma o hace decaer es la que sana e impulsa. Basta encontrar, y para esto ayuda la consulta, el sentido en que sería mejor dirigir los pasos, sin perder la dignidad de nadie y al ocupar el mejor sitio para cada persona.