Elegir pareja

Compartir

LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Acerca de la relación de pareja es importante señalar que sólo podemos elegir a personas con características específicas y actitudes que son muy conocidas para nosotros. Esto es así debido a las lealtades profundas e invisibles que guardamos hacia nuestra familia, a la que queremos seguir perteneciendo y a la que secretamente decimos: “mira, he aprendido bien y lo hago como en casa”. En consecuencia, nuestra elección de pareja está perfectamente delimitada, circunscrita sólo a ciertas personas, quienes al entrar en nuestra vida, con su presencia, con su ausencia, con su estar sin estar presentes, con su exceso o su falta de fuerza, contribuyen a que se cumpla nuestro destino personal.

Se trata en los casos de los dos contrayentes de una forma del amor cuya manifestación es ciega y que viene a confirmar la adhesión a las maneras de vivir de cada familia. Para decirlo con brevedad: la pareja viene a representar la oportunidad de mirar aquello que hace falta resolver en nuestra vida personal, interior, y de relaciones.

La consulta muestra que esta elección de pareja se lleva a cabo muchas de las veces con los sentimientos de un niño, de una niña, que se lanza a la búsqueda de complacer a los padres o de recriminarles alguna carencia o dolor. Naturalmente, cualquiera que sea el resultado, tanto la situación conyugal como los sentimientos resultantes suelen tener un antecedente en la familia, o suelen ser similares a hechos que ya se han vivido en una o en las dos familias. En estos casos a veces ocurre también que alguno de los miembros de la pareja de pronto se da cuenta un día que eso no es lo que espera ni quiere, y entonces reconoce que algo no va bien.

Ese es justo el momento de intervención de la consulta, y ésta es precisamente la ocasión de revisar los patrones invisibles que guían nuestra rutina conyugal. Puede manifestarse con la sensación de vivir un encierro del que no hay salida, con la fatiga de estar repitiendo cada tanto un ciclo de amor y desamor, con la incomodidad de hallarse en una situación igual o parecida a la que vivió papá o mamá, con la extrañeza de haber fallado en el propósito de no caer en lo que la mayoría de nuestros parientes cercanos, con el pesar de no tener vida propia ni de pareja aunque los hijos ya se fueron o no llegaron, con el cansancio que resulta de cuidar a la propia pareja como un hijo más, con la dificultad de no poder quedarnos ni de irnos en definitiva, con la sensación de que fuera de los cuatro muros habituales hay algo mejor pero inalcanzable, con la seguridad lastimosa de que así nos tocó vivir.

Sin dejar de mirar lo que es más grande, Dios, la Vida, la Gran Alma, lo Absoluto, la experiencia señala que parte de la solución pasa por mirar a la familia de origen y otra parte por mirar a la familia actual, especialmente a la pareja. Mirar a papá y a mamá fortalece y tranquiliza, mejor aún si reconocemos que de ellos nos viene la vida y que no hay don ni regalo más grande que éste. Por supuesto, hay que mirar también con los ojos muy abiertos y en clave amorosa lo que nos duele, hace falta reconocer qué nos causó tristeza como hijos, los hechos que nos impactaron y que no supimos acomodar dentro de nosotros porque sólo éramos una niña, un niño.

Es absolutamente imprescindible restaurar el cauce de esta corriente y tener así posibilidad de mirar lo que somos, de reconocer el origen, de ir con fuerza y respaldo a los asuntos de la vida, y claro que sí de mirar a nuestra pareja. A su vez, mirar con los ojos muy abiertos y en clave amorosa a la pareja fortalece y tranquiliza pero de otra forma. El hombre o la mujer que está frente a nosotros ha contribuido para que conozcamos la plenitud del ser hombre o mujer al dejar atrás la vida infantil o juvenil, está ahí para compartir el ser padres (condición inigualable a través de la cual se pasa la vida), su presencia a partir de nuestra elección hace visibles nuestras pautas de comportamiento, agradables o perniciosas. Y nosotros con esa misma pareja representamos la oportunidad semejante.

Y es que a la pareja se ingresa con nivel de igualdad absoluta. De igual manera, es absolutamente imprescindible restaurar el cauce de esta corriente y tener así posibilidad de mirar los adultos que somos, de ir con fuerza y respaldo a los asuntos de la vida, de reconocer el origen de nuestros hijos a fin de que ellos vayan también con fuerza y respaldo a los asuntos de la vida. Las dos vertientes, la de los padres y la de lo conyugal, al unirse en relación de continuidad, serenan y traen consigo una fortaleza humilde; poderosa, sí, pero armoniosa y clara, con la cual encarar el resto de los días.

Como se ve, una sensación de malestar genera una revisión de fondo, una necesidad de reconocer lo que se es, el intento de tomar el presente con todo el ser, la oportunidad de conocer la plenitud y el sol en casa. La visión del destino cambia entonces, y se disfruta el estar bien, el bienestar en la propia familia. Y todo comienza con un acto muy simple: agradecer por lo recibido con una sentida inclinación de la cabeza.