Más sobre lealtades

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LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)

Jorge Olmos Fuentes

Para todos es algo habitual elegir casi en todo momento una entre dos o más opciones. La vida cotidiana lo exige de ese modo, y el transcurso del vivir solamente adquiere sentido cuando al volver la mirada puede uno reconocer cuántas elecciones acumuló encaminadas hacia un mismo rumbo. El número es lo de menos, lo relevante es el producto que se genera, la idea resultante con respecto a vivir con más y con menos bienestar.

Si bien esto es algo habitual, ¿qué nos empuja en realidad a optar de la forma en que lo hacemos, qué nos motiva, qué lleva nuestra voluntad por tales o cuales derroteros? Con frecuencia parecida uno tiene la impresión de que ha hecho la mejor elección a partir de un análisis muy meditado de la circunstancia y de los objetivos en la vida, así como de las oportunidades derivadas de nuestro talento, facultades y destrezas. Con todo y eso, aún es posible volver a formular la pregunta, aplicada a este nivel: ¿qué nos empuja en realidad a optar de la forma en que lo hacemos, qué nos motiva, qué lleva nuestra voluntad por tales o cuales derroteros?

Esta reiterada interrogación acabará por llevarnos a mirar el momento en que realizamos la primera elección, cuando se quedó atrás el tiempo en que no hacía falta elegir pues todo nos era dado. Si miramos ese instante, tal vez nos demos cuenta de que había un limitado número de posibilidades, aunque a nuestros ojos aquello era inagotable. Los muebles, la solicitud de ayuda, la intención de no perder el propio lugar, el sitio al que se pertenece, hacen lo suyo; sin embargo, ¿no es digno de tomar en cuenta que haya esos elementos y no otros?

Es por aquí, precisamente, que se instala un poder al cual le conferimos facultades sobre nuestra persona. Viene a ser una especie de autoridad invisible que prescribe cuál senda seguir. Dicha autoridad lleva el nombre de “lealtades invisibles”  y no es otra cosa que un compromiso, un acto solidario, una identificación inconsciente con quien nos antecede. A este respecto, vale la pena atender a la palabra: lealtades quiere decir legalidades, es una referencia a la ley, o sea que se trata de aquello que está permitido en la familia.

De esta manera entonces vamos haciendo cosas como las hicieron papá y mamá, o nuestros abuelos, o alguno de los amores olvidados de nuestros ancestros. Por obra de esas lealtades acentuamos nuestra pertenencia y disipamos el temor a dejar de pertenecer a la familia. Es un impulso ciego, inconsciente, que nos obliga a tomar unas opciones sobre otras, para mantenernos en cierta condición familiar, que incluye la repetición de destinos adversos o difíciles, conocidos.

Así, mirando las cosas desde este lugar, no resultan ajenos en una persona, por ejemplo, la enfermedad, el fracaso, la auto-limitación, la falta de fortuna, la laboriosidad infructuosa. Mirando las cosas desde este lugar parece emerger un diseño en la vida de las personas, un programa que nos conduce a destinos especiales o por trayectos determinados. Obviamente, en este vivir atendiendo a la ley familiar, cuenta también el hecho de que intervienen otras conductas o pensamientos. Me refiero, por señalar un par, al malestar que provoca a veces en un hijo o una hija tener más felicidad o prosperidad que sus padres, como si no se mereciera; y también al sacrificio que los hijos llevan a cabo suponiendo, con un pensamiento mágico infantil e inocente, que si ellos cargan con la adversidad liberan a sus padres de la enfermedad, de la muerte, del infortunio.

Este asunto de las lealtades en la familia puede parecer exagerado, sin embargo basta con mirar con un poco de más atención para darse cuenta de que en nuestra familia se siguen patrones muy evidentes: tipos de pareja, desarrollo profesional, enfermedades recurrentes, tendencia al riesgo o a los accidentes, impulsos agresivos o de inocencia. No es difícil encontrar las lealtades, y hace falta decir de ellas que son actitudes amorosas de gran hondura, actos de amor dirigidos hacia personas o hechos muy bien identificados en la red familiar, con respecto de los cuales a veces también puede conseguirse un permiso para seguir perteneciendo al grupo aunque se hagan las cosas de modo diferente. Pero eso es asunto de una consulta, y quizá de otro comentario.