LAS COSAS COMO SON (columna de asuntos terapéuticos)
Jorge Olmos Fuentes
Digamos para comenzar que el Amor es el gran objetivo de la vida, cuya conquista ocupa buena parte de la atención y de la energía. Por qué es así no resulta difícil de contestar: porque nos sabemos fruto de amor, porque los hijos son procreados gracias al amor, porque sabemos que somos vida creada al impulso del amor. Impulso que pervive en cada uno, como un mandato que fuerza a actuar, con determinación y confianza, en pos de la mujer, en pos del hombre. De esta forma el Amor sirve a la Vida, y además trae consigo otras secuelas.
Por obra del amor, por ejemplo, se consuma el paso sin retorno de la infancia a la adultez, tanto así que lleva a los amorosos a la paternidad y a la maternidad, lo cual implica una vinculación profunda e indisoluble para siempre con la respectiva pareja y con los descendientes, que viene a sumarse a la vinculación con los propios padres. Formidable suceso, por donde se lo mire, donde se muestra en directo al Amor sirviendo a la Vida.
De ese hecho es posible derivar una observación acaso importante: en realidad el Amor no existe como algo abstracto o tangible, solamente se le percibe por obra de sus efectos. Todo lo que se diga del Amor proviene de la experiencia personal, de lo que exigió de nosotros o de todo cuanto nos prodigó. Sólo así se explica que haya quienes digan que el Amor es padecimiento y plenitud, crecimiento y sumisión, serenidad y aventura. También en estas ideas van por supuesto las experiencias de nuestros ancestros, de quienes hemos aprendido notas dominantes.
Nuestra idea del Amor, entonces, con toda su intensidad tan exclusiva, no es lo nueva que nos parece, hasta cierta medida re-editamos historias pretéritas, más todavía cuando se quiere impedir que vayamos en unas u otras direcciones, cuando se quiere impedir su consumación entre unas y otras personas. La vivencia del Amor es también una perfecta suma de lealtades, un deseo interior y categórico de ser como los nuestros han sido, un preciso botón de muestra de la identidad de nuestras familias.
Por eso damos siempre con la pareja exacta, entre millones de opciones. Y por eso mismo quien será nuestra pareja nos encuentra entre millones de opciones. Es como si, muchas de las veces, la mayoría de las veces, casi todas las veces, repito: es como si algo más grande que nuestra voluntad y nuestras expectativas nos condujese a desposarnos con quien tanto deseamos o aun con quien menos esperamos. Pero ella es la persona exacta, la que hace falta, la que embona en el rompecabezas, la que nos dará la oportunidad de consumar un destino.
Ese algo más grande es la memoria familiar, la conciencia de la familia, el alma familiar. Ella decide prácticamente quién es la persona idónea para emparentar, alguien con un capital sensible, emotivo y sentimental semejante al mío o cuando menos compatible (aun si no veo el cómo). Alguien que me permitirá vivir lo que me hace falta, alguien a quien le permitiré vivir lo que le hace falta. Lo que se necesita, lo que tiene que ocurrir para que algo nuevo acontezca. De esta manera surgen dos personas relacionadas entre sí gracias a su forma de mirar el mundo y de actuar en el mismo.
A lo mejor por eso es tan importante el día del Amor. Porque conduce la atención hacia la vida, porque acentúa nuestros vínculos familiares, porque nos moldea, porque propicia el crecimiento, porque nos permite conocer la vida en par e incluso el ser padre o madre, porque al final de cuentas nos otorga una experiencia decisiva en nuestra identidad, en nuestra manera de mirar el vivir incluso si nos propone ir a la muerte.
Si bien el Amor se vive en lo individual y como asunto de pareja, en realidad es una cuestión colectiva. En cada pareja hay dos enormes grupos, ninguna persona anda por la calle sola: dondequiera su familia la acompaña (véanse sus palabras, sus gestos, sus atuendos, sus ideas, sus expectativas, sus anhelos, lo que se quiera). De ahí que la de Amor sea la gran prueba. Y cada persona sabe cómo la lleva cada día. Por fortuna, nadie puede señalar a alguna pareja y decirle que no hacen lo correcto; los corazones de los amorosos saben muy bien cuál camino deben seguir, por cuál sendero andan. Así de complejo, así de sencillo.