Quien guarda dentro un secreto, hacia fuera mantiene una reserva. Quien posee un secreto, por lo general requiere un confidente. ¿Cómo se mira entonces a sí mismo el portador de un secreto? ¿Cómo mira a las personas que son los sujetos de dicho secreto? ¿Cómo mira la vida, cómo mira a quienes le rodean, a quienes se hayan instalados en lo franco y abierto? Lo cierto es que la posesión de un secreto suele traer consigo una merma, una falta de contacto pleno, es decir el menoscabo de la plenitud.
Algo debe ser preservado, mantenido fuera del alcance público así sea familiar, defendido incluso a costa del propio bienestar sino es que con la propia vida. De no ser así, ¿de qué manera entonces alguien podría sentirse firme en su papel de guardián? Pensamiento, actitud, conducta, excluyentes de por sí, pues requieren una energía, una atención, una dedicación, que hace menos la presencia, que lleva a desviar la mirada, que puede conducir a la reclusión, al apartamiento, a vivir en soledad la consecuencia de lo hecho, aun en otro tiempo, y a veces a repasar una y otra vez la secuencia de lo ocurrido.
Un familiar en condiciones de salud adversas, actos violentos al interior de la familia, crímenes o actos delictivos, se cuentan entre los secretos más frecuentes, sin embargo, según cada casa hay un catálogo inmenso de hechos de esta laya, aun si tuvieron lugar una generación antes, o dos o tres, hasta cinco o seis en el pretérito, cuyo desarreglo o aparente invisibilidad los dota de nueva vigencia entre los más jóvenes, como amores no respetados en su cabal dignidad, como parejas ocultas al tiempo de una relación constituida oficialmente, como pérdida repentina de un patrimonio, como la participación en episodios ominosos o vergonzantes, como las relaciones amorosas entre familiares, como la pérdida de hijos antes de su nacimiento o siendo muy pequeños, como la muerte de parientes a manos de otros de la misma casa o por causas innombrables, como el encarcelamiento de consanguíneos por razones justas o injustas, como la adopción de modos de vida por completo diferentes al que domina en la casa familiar.
La lista es interminable, tanto como lo es cada familia, pues se sabe que en cada generación se resuelven mil asuntos y otros muchos (varios de ellos en forma de secretos inexpugnables) pasan a formar parte del legado para los descendientes, quienes los asumen, para decirlo de una forma gráfica, con los ojos cerrados y el corazón abierto, es decir: sin darse cuenta y con toda la fuerza de su amor, de su anhelo de conservar la pertenencia, de ser uno con los demás miembros de su casa. Por eso es que quien guarda dentro un secreto, puede disfrutar alegremente de mantener hacia fuera una reserva, por eso también hacerse de un confidente se mira como algo natural, con a fuerza de los hechos para vivir: la convicción interna, profunda, provoca que sea así.
En consecuencia, desde este punto de vista ¿cómo se mira a sí mismo el portador de un secreto? ¿Cómo mira a las personas que son los sujetos de dicho secreto? ¿Cómo mira la vida, cómo mira a quienes le rodean, a quienes se hayan instalados en lo franco y abierto? De seguro, ahora lo hace con el entusiasmo de quien se sabe cumpliendo un cometido esencial, en cuya perspectiva todo y todos forman parte de lo que toca vivir. Como se comprenderá, por este camino, difícilmente alguien querrá deshacerse de un secreto, deshacerlo hasta el desvanecimiento.
Por lo regular, una persona decide emprender el esfuerzo de liberarse de un secreto cuando siente la lumbre en los aparejos, cuando algo en el curso de su vida produce efectos adversos o trae consigo consecuencias aciagas a partir del secreto, con respecto a la propia salud, la pareja, el patrimonio, la estabilidad emocional de los hijos, digamos que cuando la persona se da cuenta de quiere, y además podría desde luego hacerlo, comenzar a vivir su propia vida, en plena posesión de sus facultades y de sus posibilidades.
Solo a partir de este instante el secreto comienza a perder fuerza para quien lo posee, al tiempo que (mirado amorosamente) comienza a regresar a las manos de quien lo engendró, único sitio seguro para el mismo secreto, donde cuenta con la fuerza y la responsabilidad de sus protagonistas, donde se hallan los hechos de los que forma parte como la infaltable pieza de un singular rompecabezas. Sólo entonces comienza a dejar de hacer falta manejarse con reserva y aun contar con un confidente: si todo está bien en mi mundo, nada de eso me hace falta.