Las cosas como son

Secretos: perma-nencia e influjo

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El de los secretos es un ámbito que no se toca mucho, de importancia innegable, y presencia casi permanente en nuestra vida. En la infancia tiene unos tientes muy atractivos, es casi una debilidad, aunque su uso es más bien de juego. Los secretos de los niños casi siempre los adultos los conocen, o no les cuesta trabajo adivinarlos. Lo relevante sin embargo estriba en que el secreto se hace presente y comienza a jugar una dinámica. “Te voy a decir un secreto, pero tienes que no decírselo a nadie” es una expresión bastante frecuente en las relaciones infantiles, cuyo desvelamiento, cuando tiene lugar, llega a ser igualmente abierto, sin ambivalencias.

De allí en adelante, el secreto, los secretos, permanecen entre nosotros, y van adquiriendo magnitudes diferentes así como materializaciones impensables. Lo más obvio es que algunos secretos de unas personas no son tal cosa para otros. Esto ocurre por ejemplo cuando alguien conoce de otro una información que aquel desconoce, como aquella frase relativa a que en la infidelidad la última en enterarse es la persona engañada. También, experiencias propias de vida acaban convertidas en secretos porque su manifestación abierta expone a quien lo vivió al escarnio, el disgusto, la reprimenda, incluso el encarcelamiento.

Ejemplos de esta situación pueden verse cuando en casa un niño rompe algún objeto valioso de su casa y oculta tanto el objeto como el hecho, o bien cuando alguien ha sucumbido a una ilusión que resultó fraudulenta, o cuando se incurre en abuso de confianza laboral y se toman gratificaciones indebidas por propio impulso que se mantienen ocultas. De igual modo puede reconocerse que hay secretos interiores, metidos en los pliegues del corazón, como aquellos de los amoríos que no pueden confesarse porque son ilícitos, o los relativos a las verdaderas razones por las que una persona desposó a otra, o los que tienen que ver con las incidencias vitales acaecidas puertas adentro de una alcoba.

Con estos ejemplos a la vista, acaso quede claro que los llamados secretos son en muchos de los casos intimidades, asuntos privados, confidencias entre personas, meros juegos de misterio infantil. Sea como sea, sin embargo, cuando esos hechos, asuntos o frases, quedan ocultos para siempre (como si fuera posible hacerlo), acaban convertidos en secretos, que en apariencia se quedan olvidados, por ejemplo con la desaparición de los protagonistas, cuyos efectos sin embargo no cesan de sentirse, según nos muestra la experiencia, en las generaciones siguientes.

De esta forma, un hijo o un nieto de una persona que tuvo un amor inconfesable, con el que no pudo quedarse a pesar de su intensidad, acaso se muestre sin causa visible nostálgico, triste inexplicablemente. Ha sucedido también que descendientes de personas que se apropiaron injustamente de riqueza pierden continuamente sus haberes, o son sujetos constantes de robos, o son desprendidos en grado extremos de sus cosas. Hemos visto cómo igualmente hombres y mujeres desconfían del matrimonio o de una pareja, sin haber razón para ello, cuando el padre o la madre, incluso el abuelo o la abuela, incurrieron en infidelidad y borraron todo indicio, haya ocurrido donde haya ocurrido.

Es decir, aquellos hechos que no pudieron permanecer a la vista pública y debieron ser acallados, negados, borrados, ocultados, por esta sola intención no dejan de producir repercusiones en los miembros descendientes de la familia, quienes a su vez se sienten impulsados, de un modo para ellos muy natural, a defender tales o cuales causas, o sacrificar lo suyo e incluso sacrificarse a sí mismos, a deslizarse por la dejadez o la pobreza, a negarse el disfrute o el merecimiento, y tantas otras cosas. La razón de ello es que hay una especie de memoria familiar, que abarca generaciones, donde no hay olvido de nada ni de nadie, como personas, hechos, frases, cuya conciencia no admite la exclusión de ninguno a la vez que propugna la integración de todos los que son, de todos los que pertenecen, porque es su derecho y porque el número completo es el único que trae consigo bienestar.

¿Qué puede hacerse entonces ante un secreto? Si es ancestral, reconocerlo, honrar su acontecimiento, darle su lugar en la historia de nuestra familia y pedirle que vea con buenos ojos que quedemos libres de esa atadura. Y si es nuestro el secreto, habrá que honrar a quienes lo experimentan, hacerle su lugar de importancia en el corazón, asentir a las consecuencias, integrarlo a nuestra experiencia, dejar libre y quedar libre de ello. No parece fácil, es cierto, pero en este caso se trata de algo necesario.