Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

¿Un sueño posible?

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Niños (Foto: Unesco)

¿Qué tienen en común el 20 de noviembre, con el 12 y 30 de abril; 1 y 10 de junio; 9 o 10 de septiembre;  1 y 12 de octubre o el 19 de diciembre? Por lo que se refiere a la ONU, fue el día designado para conmemorar que en 1959 se aprobó la Declaración Universal de los Derechos del Niño y que 30 años después, tuvo lugar la convención de los derechos de esta misma población, considerada por algunos hacedores de discursos como el futuro de la humanidad y no como un presente lacerante[1]. Proteger a la infancia ha sido intención de muchas generaciones en distintos países que, acorde con las metas del milenio, los programas del UNICEF y los postulados sociales de cada rincón del planeta, se han planteado la disminución de la mortalidad infantil, el derecho de todos a ser alfabetizados, así como la satisfacción de sus necesidades humanas básicas de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento. Por supuesto se habla fuerte para condenar a quienes por intereses comerciales enrolan a los menores de edad en guerras, prostitución, trabajo desde edades tempranas y hasta en actividades criminales, como es el robar —en todas sus modalidades— o traficar droga.

En México, apenas a finales del año pasado la CNDH informó haber atendido en 10 meses 1,312 quejas por violaciones a los derechos humanos de niños y para fines del siglo XX organismos internacionales reportaron un cálculo de alrededor de un millón de menores de edad —la mayoría niñas, aunque también un número considerable de niños— en solo una década de estudios acerca de la explotación sexual comercial de la infancia —venta de niños, prostitución, turismo sexual y pornografía infantil—, con la consecuente degradación y riesgos para su salud y sus vidas.

¿Cuántos de los adultos que hoy reaccionan defensivamente frente a sus autoridades o familiares —incluso madre o abuelos que esperarían algo de compasión en su tercera edad—, sufrieron en su niñez una influencia manipuladora de ex-cónyuges, tíos, maestros o padres de otros niños? ¿Se lleva alguna estadística de los efectos en la socialización de niños cuyas risas, travesuras, alegrías, berrinches y ternura, ocurrieron con la sombra de los pleitos por herencias o pensiones alimenticias? ¿En qué medida se pierde la creatividad, ternura, nobleza, ideas y proyectos divertidos, de menores de edad que pasan horas, frente al televisor, el WI o toda esa tecnología que indudablemente ha dado como resultado jóvenes, asesinos y suicidas? ¿Qué tipo de ser humano futuro se está delineando cuando el valor máximo es aparecer en alguna pantalla, someterse  —o ver sometidos por la manipulación, a sus modelos adultos— a concursos degradantes cuyo destino casi siempre es la frustración por no haber ganado?

“Si todos los que trabajan en el gobierno ganaran solo el triple de lo que gana mi papá, habría dinero para que ningún niño se quede con hambre”, “Lo que más me da lástima es ver a niñitos casi bebés jugando en la tierra del camellón”, “Yo creo que esos niños deberían estar en el patio de sus ranchos, en donde además debería sembrase pasto y unos árboles, para que coman y crezcan sin tanta tierra”. Me gustaría saber que todas las escuelas de los pueblos tienen baños y bancas, y agua”, “Una vez mi abuela llamó a un policía para acusar a un señor que pedía limosna pero que estaba tocando las partes íntimas de una niñita que iba con él, y el policía dijo que no podían hacer nada”, “De nada sirve que quieran cambiar la dieta de los niños gordos si afuera de la escuela venden comida chatarra”, “Onésimo tiene parálisis cerebral, porque cuando nació ningún hospital recibía a su mamá y por eso le faltó oxigeno”, “Los más culpables por la heridas que le hicieron a ese niñito que le sacaron los ojos, no son los papás sino los de esa religión fanática que los convenció de que deberían hacerle eso”. ¿Cuántas verdades como estas conoceríamos si como simple regalo de día del niño, maestros, padres de familia y en general adultos que tienen contacto con niños, les permitieran expresarse sin manipulaciones?

Las habilidades y valores que se deben enseñar en una de las etapas de desarrollo integral más importantes de la vida, se han visto truncados por la falta de consciencia de adultos —en la familia, la escuela y los gobiernos— que hablan de derechos, pero nada dicen de las obligaciones. Poner límites parece prohibido; mentir se aprende desde el “dile que no estoy, me siento enfermo o estoy dormido”; un grupo de niños puede matar por bulling a una víctima y tanto ésta como los victimarios tienen en común la ausencia de agarraderas, sólidas. A los abuelos se les menosprecia, a los hermanos se les juzga, envidia y critica si son exitosos o se les margina si no lo son. Los padres hace mucho dejaron de ser “respetables” para pasar a la categoría de rucos, deprimidos o anticuados. La libertad y el libertinaje parecen sinónimos en un mundo donde se exige tolerancia y no discriminación pero se ambiciona dinero, estatus, poder y experiencias distorsionadas. Respetar al otro, vivir en paz y de manera plena empieza con ayudar en el hogar, valorar la enseñanza, cuidar sus bienes —libros, muebles, juguetes ya sean propios, de la escuela o de otras casas— y el medio ambiente. Más que juguetes y fiestas, regalemos a los niños de México y el mundo nuestro tiempo como un ejemplo de amor.

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[1] Según el UNICEF, en la última década del siglo pasado, solo por la guerra habían muerto dos millones de niños; seis millones se quedaron sin hogar; 12 millones resultaron heridos o discapacitados y por lo menos unos 300.000 niños soldados participaron en 30 conflictos en distintas partes del mundo.