La democracia, que siempre hemos respetado, será custodiada por las instituciones armadas, para impedir que pueda ser violada.

Augusto Pinochet

El periodismo da todos los días lecciones de vida porque, cuando uno cree que ya lo ha visto todo, surge algo que nos devuelve la capacidad de asombro, ésa que en este país se puede perder con suma facilidad.

De regreso de mi experiencia en la cobertura electoral en Zacatecas —y de refilón en Aguascalientes— recuerdos de campañas y elecciones anteriores me devuelven un escenario distinto, nuevo, sumamente complejo, con características distintas a las que había observado en las tantas elecciones que he presenciado a lo largo de los años en este oficio.

Zacatecas es hoy una tierra dividida, por los partidos políticos que lo gobiernan, sí, en un mosaico geopolítico. Pero es también una tierra dividida por otros elementos, dividida por fuerzas extralegales (o ilícitas), por esas “fuerzas fácticas” que, lo advirtieron varios actores de este proceso electoral y lo susurran aquéllos que tienen al alcance información y elementos para decirlo, tuvieron también su participación para definir quién, qué partido y dónde se gobernará en el territorio zacatecano.

Poderes fácticos que incursionan en la entraña del servicio público y lo convierten en un instrumento más para sus fines ilícitos, de control de territorios, de negocios fuera de la ley y de caminos.

En su discurso de apertura del domingo 7 para la jornada de votaciones, la presidenta del Instituto Electoral de Zacatecas, Leticia Soto, advertía de forma sorpresiva e inopinada sobre el riesgo, la enorme sombra de riesgo sobre los votos de los zacatecanos, amenazados por los “poderes fácticos” (un eufemismo para no decirle crimen o delincuencia o narco organizado), amenazada la libertad de elegir de los habitantes de esta entidad.

Nada más real, más cercano a la vida cotidiana de los zacatecanos. Lo mismo que han vivido y viven otras entidades en las que sus pobladores viven atrapados en medio de la ausencia de la autoridad y el gobierno a manos de otros.

En Zacatecas hubo alianzas entre partidos y entre políticos con “poderes fácticos” para ganar elecciones o para obligar a los contrarios a la derrota, a agachar la cabeza y a guardar silencio.

Hubo asesinatos salvajes de operadores de campaña, como ocurrió con un perredista en el municipio de Guadalupe, conurbado con la capital, donde el PRD gobernó por 15 años y ahora se lo arrebató el PRI; o en Saín Alto con un operador y ex alcalde del PRI; hubo intimidación, llamadas de advertencia a candidatos para que dejaran de hacer campaña; ocurrieron varios enfrentamientos sangrientos en Fresnillo; colgaron a dos hombres de un puente peatonal frente al complejo administrativo del gobierno del estado.

Y, entonces, hubo miedo.

Fresnillo lució desolado, las calles vacías, el domingo 7.

Irrisoria suena la versión oficial de que la participación ciudadana alcanzó el 57 por ciento. Fue un día desolador y con mucha, mucha lluvia.

El domingo por la tarde, el PRI presumía sus triunfos al mantener la capital y arrebatarle Fresnillo al menor de los hermanos de Ricardo Monreal… y los demás partidos, se sumieron en un silencio extraño, demoledor.

Lo mismo ha ocurrido en los días sucesivos. No hay gritos, nadie se rasga las vestiduras por la elección del miedo, el elevado abstencionismo, la escasa representatividad partidista; ningún candidato perdedor sale a plantarse por la operación de compra del voto del opositor, como escriben ahora los analistas y opinan los académicos locales.

El PT fue el único que salió a quejarse por la intromisión de policías del estado para cazar a los opositores, gracias a sus votos que lo colocan en el segundo lugar en números (aunque no ganó casi nada).

El PAN se sumió en el cómodo silencio y se instaló en la abulia que mantuvo toda la campaña, colgado de la alianza con el PRD, que por su parte nada ha dicho.

Un silencio de miedo… o de complicidad.

Pobres zacatecanos. Parafraseando: tan lejos de dios y tan cerca del PRI.