Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Incultos con poder

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(Foto: Especial)

El grave incidente que ha dañado la estatua “del caballito”, sumado a diversos permisos para que la empresa Walmart construya centros comerciales, en medio de zonas de gran riqueza antropológica y destrucción de patrimonio histórico como el infligido al barrio de la Concepción en Coyoacán[1], son apenas el botón de muestra del daño que puede propiciar un tonto con iniciativa o dicho en términos llanos: los incultos con poder.

Antes de que la educación se convirtiera en instrumento de lucro, la gente se cultivaba por sí misma. Ser bachiller era ya un logro, aunque ser además culto, merecía el reconocimiento de todos. Conocí a un revolucionario zapatista, que con solo la primaria, construyó un telescopio, estudiaba las constelaciones; fue mejor ingeniero que muchos de los titulados de hoy cuyas casas se inundan o se cuartean; mantuvo a su familia luego de aprender el oficio de tapicero —que enseñó a sus seis hijos—, era el mejor mecánico de autos; podía conversar de tópicos médicos con más sabiduría que muchos de los residentes a los que les toca atendernos previo a un proceso quirúrgico —en el cual nos intoxican o nos matan por no leer en el expediente a que somos alérgicos—, pregonaba la paz casi en el nivel de Mahatma Gandhi, hablaba y entendía perfecto su segunda lengua —el inglés— y discutía con bases sobre casi cualquier tema y además tocaba la guitarra. ¿Podría alguien decir lo mismo de insuflados personajes, con «grados» de maestría o doctorado, que por causa de ese papel y con sueldo promedio de tres millones de pesos anuales, son incapaces de tomar decisiones con un elemental sentido común?

De todas las limitaciones en el proceso de cultivarse, la que más afecta a los pueblos es la vinculada con la democracia. “Modernidad, leyes de mercado, progreso, exportaciones, importar a mejores precios” son algunos de los vocablos repetidos en discursos, memorias de campaña e informes periódicos, con los que se intenta ocultar el deterioro de instituciones públicas, tratadas con productos inadecuados —casi siempre a cargo de legisladores tan o más incultos que los titulares de ejecutivo responsables de presentar iniciativas carentes de pies y cabeza—, causantes de destruir —como en el caso de la estatua de Carlos IV— derechos históricos que funcionaron por años en materia de salud, educación, movilidad, vivienda, sustento de la identidad y que hoy se han convertido en simples excusas para el  enriquecimiento exagerado de algunas minorías sin cultura; pero con poder emanado casi siempre de un sistema perverso de partidos.

Ocultar impedimentos para la idoneidad de un cargo, nadar de muertito en una reiterada violación al artículo 8o. constitucional[2], justificar gastos estratosféricos con facturas fabricadas o compradas, aplicar “pruebas de confianza o exámenes psicométricos” a modo, solo para eliminar a quien podría poner en evidencia al bisoño nuevo jefe o favorecer a quien esté dispuesto a la complicidad; mantenerse contra viento y marea en una posición pública porque se cumplieron ciertos trámites[3], son apenas algunas de las muestras lamentables de incultura  política[4]y analfabetismo del servicio comunitario.

El escudo para ocultar la falta de vocación para servir y la incultura cívica, es el autoritarismo. Los incultos se esconden en regímenes cerrados, opacos y excluyentes. Al pueblo lo esquilman con impuestos injustificados, lo usan en periodos electorales y lo burlan mediante laberintos complicados de impunidad. Para mantener a los incultos en el poder, la deliberación y la opinión pública se mediatiza, en los casos más extremos con la prensa —la uso como genérico de medios de comunicación— como cómplice de este brutal proceso involutivo de la civilización, basado en aspiraciones patrimonialistas de incultos que logran el poder. El asunto de erradicar la pobreza, educar a las mayorías y tener sociedades sanas, solo es posible mediante el desarrollo integral de la personas, meta inalcanzable si la conducción está a cargo de seres que nunca lograron estadios de potencial cuando menos medianos. Ser conducidos por gentes sin bienestar emocional, con fuertes limitaciones para la adaptabilidad y prácticamente discapacitados en términos psicológicos, de convivencia y pedagógicos, es una condena peor que la de los ciegos carentes de libertad y conformados con que su guía sea un tuerto.

Y el que tenga oídos para oír, que se cultive o que renuncie.

*

[1] Por el capricho de CONACULTA, para construir una librería que costó más de 300 millones de pesos en el Numero 43 de Fernández Leal, se enjauló una casa catalogada, se perforo un ojo de agua, se han  desperdiciado millones de metros cúbicos del vital liquido, se partió en dos la iglesia de la Conchita, y se han dañado cerca de 30 propiedades de la zona por los cambios de la mecánica de suelo que estas barbaridades siguen provocando.

[2] Otorga a todos el derecho de petición y obliga al funcionario a responder con un acuerdo; no con una transcripción inocua y de machote copiada de reglamentos burocráticos.

 [3] De carrera profesional —usada en la mayoría de los casos como patente de corzo— de campaña política, o de designación con favoritismo.

[4] Mantenerse en un puesto logrado mediante la omisión consciente de una información importante es contrario a la cultura democrática. Peor aun si el cargo requiere de garantías de autonomía de criterio e independencia política.