Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Involución

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(Foto: Especial)

La idea de avanzar, como ruta para el desarrollo, alcanzó su más conocido exponente en Darwin. Evolucionar en sentido puramente biológico es transformarse, a partir de un pasado común hacia una meta establecida o asumida. En sentido simple, la suma de pequeños —a veces imperceptibles— cambios, ha permitido a los seres vivos desde un origen unicelular, variar hacia organismos complejos; modelo éste que se aplica también a lo matemático, lo social, lo político e incluso lo axiológico.

Un  regreso a estadios ya vividos o pasos atrás respecto de lo avanzado, sería la reversa —en términos técnicos—, la inversa si nos ubicamos en una función matemática o la involución. Biológicamente se reconoce esta condición en el cuerpo humano como una fase posterior a la madurez, cuando se dan declives, mental y/o físico, relacionados directamente con el avance de la edad e incluso condiciones de readaptación como la del útero que después del parto busca  regresar a la condición que tenía antes del embarazo. Trasladada está visión a lo político, condiciones regresivas que disminuyan progresos alcanzados para hacer las relaciones entre los pueblos pacíficas, de beneficio igualitario, de proclividad a la superación en todos sus aspectos —en contra de la enfermedad, de la marginación, de la pobreza— se identifican como mutaciones que disminuyen las funciones ideales de la convivencia humana.

La historia identifica importantes momentos de involución socio-política: el declive del imperio romano se da a la par de un relajamiento social en el cual abundan conductas sexuales, emocionales e intelectuales cuyo ejercicio excesivo e irracional se vuelven en contra del propio ser humano. Calígula —botitas— al igual que Nerón, fueron personajes “encantadores” con algunos personajes con los que interactuaban en ciertos momentos de su vida; pero profundamente dañinos, a grado tal que en la evaluación pesaron más sus perversiones que las acciones de progreso, superación o vanguardia para Roma. Y qué decir de Hitler —y su émulos en el fascismo o estalinismo— con su férrea creencia de la superioridad e inferioridad de razas, quien envolvió a toda una generación de jóvenes y finalmente dejó a la Alemania del siglo pasado sumida en el desastre financiero, la derrota bélica y un estigma social y político que aun hoy es recordado con pena por muchos grupos humanos.

La atrofia personal y social se empieza a reconocer como involución en pleno siglo XXI, cuando la humanidad de la aldea global sufre el anquilosamiento de valores y principios[1] dejados a la zaga, frente a los enarbolados por un capitalismo rabioso propagandista del valor supremo del dinero y el desarrollo tecnológico, por encima de conceptos prácticamente en extinción como el pudor, el respeto, la honestidad, la sabiduría de los viejos, la creatividad personal, la convivencia en familia que, en mejor de los casos, son un referente no anhelado, sobre todo por las generaciones jóvenes indefensas ante un libertinaje pernicioso y atrapadas en cuerpos tempranamente atrofiados, por el exceso o deficiencia de comida, la falta de pericia derivada de la inactividad física y la esclerosis mental y emocional propiciada por una comunicación manipuladora y una relación que impone el dominio del gobernante sobre los gobernados.

Los líderes “modernos” asumidos como émulos de dioses[2],  se reúnen de cuando en cuando para acusarse, amenazarse o festejar sus propias ocurrencias, logros o demencias. A ellos no les preocupa que la generación actual y las próximas vivan peor que sus padres en términos laborales o financieros. Justifican su actuar agrupando ejemplos de algunos sujetos más inteligentes a los cuales exhiben en concursos —por lo general mediáticos aunque con la misma intención de los circos romanos de hace más de dos mil años— e incluso pregonan el volumen de títulos expedidos a amplios sectores de la población —aun cuando los titulares de maestrías y doctorados deban vivir en asilos, dedicarse a actividades ilícitas o morir en medio de la frustración— y presumen los vastos presupuestos dedicados a proveer de remedios en contra de enfermedades que diezman a millones de personas visualizadas como consumidores de las grandes farmacéuticas.

Ante esta visión, ¿debemos todos suicidarnos como lo hacían los senadores romanos? ¿Una destrucción masiva de los teléfonos móviles, WhatsApp o videojuegos podría evitar la evidente disminución en la capacidad de razonar, analizar y actuar de mucha de la gente que nos rodea? Creo firmemente, que estos comportamientos egoístas, excluyentes y soberbios que afectan la inteligencia y determinan en mucho el desarrollo emocional[3], se aprenden básicamente en el hogar. Ahí donde Usted no necesita becas ni reformas educativas ni beneficios fiscales. Un espacio en el cual con la interacción de padres, abuelos, familia ampliada —no toda porque hay algunos que de plano no tienen remedio— y uno que otro amigo de fiar, usted puede enseñar primero que nada con el ejemplo y el ejercicio cotidiano de la humildad, el amor, la inclusión y el reconocimiento de la necesidad de ayuda cuando sea necesaria, a fin de evitar la continuidad en la merma de habilidades emocionales e intelectuales[4]  o sea la involución.

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[1] Si asumimos como meta válida —en términos de democracia y humanismo— la organización de la vida en libertad y la más justa distribución de la riqueza, logrados por los idearios inmersos en la revolución francesa y similares del siglo XIX, así como los equilibrios logrados por ideologías como la marxista, podemos encontrar algunas de las causas de esta involución, no solo en el derrumbe de este equilibro simbolizado en el muro de Berlín, sino todo un repliegue —incluso de creencias religiosas— que deja espacio al regreso a estadios muy antiguos, ante la ausencia de alternativas progresistas como fue la ilustración respecto del medioevo.

[2] Al joven Calígula terminaron calificándolo como un demente. Independientemente de los parámetros utilizados por sus biógrafos y comentaristas de la época, no cabe duda que, al igual que muchos de los gobernantes actuales, fue arrogante, irracional en la toma de decisiones, despilfarrador de los dineros que debieron usarse para beneficio de sus soldados y ciudadanos, iracundo y grosero, después de su ascenso a un poder que a final del día fue efímero, en cuanto a su vida, pero altamente dañino y por ende hacia atrás, en el desarrollo del imperio.

[3] Hay que darse una paseada por los comentarios en internet, sobre cualquier cantidad de temas para analizar el grado de estupidez de muchos usuarios

[4] Gerald Crabtree, director del Laboratorio de Genética de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Está convencido “que estamos perdiendo habilidades emocionales e intelectuales desde hace milenios o, dicho de otra manera, que somos cada vez menos inteligentes”. Dentro de unos 3.000 años, ha escrito, todos los humanos portarán dos o más mutaciones genéticas dañinas para el intelecto