
Buscando en internet encontré una foto de Karl Marx sin su característica barba y en verdad luce tan irreconocible que me hizo pensar que pudo haber evitado los exilios en Bruselas y Londres si se hubiera animado a pasarse navaja.
Rasurarse o no rasurarse es mucho más que un dilema de moda, existe toda una serie de significados relacionados con la manera en que los hombres coexisten con su vello facial, si es que lo tienen.
A la cara lampiña se le atribuye control, modernidad, pulcritud y juventud, valores muy apreciados en nuestro mundo moderno, mientras que la barba está relacionada con la tradicionalidad, la sabiduría, la paciencia, la identidad y la resistencia al poder a grandes rasgos, la cara lisa es de los dominantes y la barba de los rebeldes.
Lampiños fueron los soldados romanos en el pasado y lo son los presidentes de Estados Unidos desde 1909, ambos por la misma razón: para no ser tomados por el enemigo; en el caso de los romanos, en forma literal al ser la barba un asa para sujetarlos en combate y en el caso de los presidentes en forma metafórica para no ser tomados por hippies, comunistas o musulmanes, cosa tan mala para ellos como un buen tirón de barbas. Rasurados van los hombres de negocios, los buenos de las películas, los pilotos, los bomberos y hasta los Beatles en sus inicios.
Barba han tenido los grandes pensadores Sócrates, Darwin, Freud y el ya mencionado Marx, adornaba los rostros de Jesús y de Mahoma, de Trotsky y de Fidel, los hippies la usan desde los sesentas, los músicos y los escritores la traen desde siempre.
Debo aclarar que no todo es tan extremoso ni absoluto como lo planteo aquí, depende del momento histórico y de las posiciones desde donde se vea la cuestión, no olvidemos que si los rebeldes triunfan se vuelven dominantes y que si lo lograron con el rostro peludo este será el patrón a seguir por un tiempo, como los cristianos que conquistaron América.
Cuando pasamos de la esfera pública a la privada podemos encontrar factores como el gusto y la comodidad individual, una barba no hace a un hombre sabio, ni rebelde ni oculta milagrosamente la fealdad pero si puede ser un indicador de lo que tiene dentro la cabeza de quien la porta.
Nunca sabré por qué el señor Marx no decidió rasurase, pudo ser pereza, concentración en otros asuntos, ganas de complacer a su esposa o ideología, lo que creo tener claro es que no estaba dispuesto a prescindir de su abundante y famosa barba.