El Laberinto

El traje nuevo del emperador

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Para los caricaturistas

(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

El escritor danés Hans Christian Andersen en su cuento “El traje nuevo del emperador” (1837) nos narra la historia de unos estafadores que prometieron venderle al mandatario una tela tan fina y exclusiva, que solo podían verla las personas inteligentes y competentes en su cargo, engaño que logro que el rey comprara un traje de absolutamente nada y que saliera a la calle desnudo entre los halagos de todos sus allegados, hasta que un niño se atrevió a develar la prosaica verdad.

Cualquier persona que critica con fundamentos es, a mi parecer, muy similar a este valiente pequeño, pues se atreve a señalar aquello que es incómodo de aceptar o nos muestra otra alternativa a nuestro pensamiento y saberlo nos ayuda, en primera instancia, a no hacer el ridículo como cuando alguien nos dice que tenemos el cierre abajo, pero también a corregir errores y a cimentar adecuadamente y enriquecer nuestros discursos. Ningún argumento puede tener valor alguno si no resiste una discusión.

De entre todas las formas de mostrar opiniones, la caricatura es tal vez una de las más efectivas y debe este poder a su simpleza, pues a través de la abstracción de rasgos, de relaciones y de situaciones logra mostrarnos en segundos lo ridículo o lo espeluznante de una situación o transferirnos un mensaje, todo esto además con humor. No se necesita tiempo para verlas ni grandes conocimientos para entenderlas, son un disparo directo al entendimiento; por eso es de reconocerse la labor de quienes nos sacan una sonrisa que después se convierte en reflexión.

Temerle a la crítica, a la burla o a la confrontación no demuestra fuerza, tan solo pone en evidencia lo endeble de nuestra inteligencia, de nuestro poder o de nuestra verdad, todos como el emperador, no estamos desnudos ante la crítica, estamos desnudos sin ella.